Con tu cara pagas
En el 4-F hay higiene pública y racismo, y en los efectos de ‘Ciutat morta’ caras bienpensantes que se delatan a sí mismas
Tuve en la Autònoma un buen profesor de periodismo, José Luis Martínez Albertos, hoy catedrático emérito de la Complutense madrileña, que en clase nos advertía: "El problema del periodismo no es que se venda..., sino que se regale". Corrían los últimos años del franquismo. Su lección me viene a la cabeza una y otra vez, más y más. Así, al ver Ciutat morta, el debate en el programa .CAT y, esta semana, la cara de Yuri Sarran Jardine en la entrevista por Skype que ha concedido a uno de los directores del documental y que publica el quincenal Directa.
El asunto va de caras. El primer impacto que recibí de Ciutat morta me lo produjeron las caras, las pintas, el estilo renacentista punk de Rodrigo Lanza y el aspecto sin maquillar de las amigas lesbianas y queer de Patricia Heras, entre ellas la elegante y entera Silvia Villullas. Este film extraordinario por tantas razones, también y sobre todo cinematográficas de no ficción, te confronta de entrada con esto: “¿Está usted dispuesto a aceptar estas caras, estas pintas? Porque si no lo está, no hace falta que siga”. De caras va el asunto, y no solo por lo que eufemísticamente tantos comentaristas veo que han decidido llamar “la estética”. Sino de caras partidas. Hay muchas caras partidas aquí, mucha tortura, mucho dolor. Y también mucha cara dura.
Puesto que, por último, pero no por ello menos importante, también es elocuente la cara del responsable de comunicación (ah, la bendita comunicación) de la Guardia Urbana el 4-F, un tipo que nomás verlo aprietas a correr por si acaso y que, si les oyes hablar, no paras de correr hasta la otra punta del mundo. O la cara del representante sindical de la Guardia Urbana en la actualidad, o las caras de uno y dos representantes del Ayuntamiento de Barcelona, o la cara de un periodista y tertuliano objetivo que en el momento de los hechos dirigía un diario y no dijo ni pío. Con su cara pagan.
Con la cara pagamos todos, de hecho. Usted también, servidora también. Solo que no me ha sucedido (todavía, y que dure) que un policía considere sospechosos, qué sé yo, mi peinado o los vestidos que de vez en cuando visto caiga quien caiga, y que decida que eso es delictivo y merece una buena tanda de hostias porque, como bien dice el antropólogo Manuel Delgado en el documental, tener aspecto diferente atenta contra la higiene pública, que exige que punks renacentistas y lesbianas y queer desaparezcan de la vista. No es mi pinta, aunque puede que mañana me transforme en queer por comunión con las mujeres del 4-F, o en una Cindy Lauper por comunión con Patricia Heras, pero sí que observo que no está bien visto que las sesentonas fumemos y besemos por la calle a nuestro, a nuestra, acompañante. En fin, qué panico.
No hubo ni un periodista en sentido estricto, ni un juez honesto, ni un policía consecuente
Si además eres un mulato de Trinidad Tobago, como lo es Yuri Sarran Jardine, mereces por eso mismo un buen batán, que decimos en Zaidín, una paliza policial que te dejará en blanco siete años de tu vida porque recordar es volver a vivirlo y, diga lo que diga la psicología de manual, recordar no es siempre la forma de superar el dolor sino de querer morir de nuevo, como el joven Jardine deseó morir en aquella habitación de comisaría en la que siete policías le zurraron con crueldad en 2007.
Dice Gregorio Morán en Ciutat morta que entre lo más alucinante de esta historia terrible debemos contar la ausencia de sociedad civil que los hechos revelan y el suicidio de Patricia Heras ha puesto sobre la mesa, ya que, en efecto, sin su muerte no habríamos hablado nunca del 4-F. No hubo ni un periodista en sentido estricto, ni un juez honesto, ni un policía consecuente, alega Morán, que acertadamente subraya que el conjunto hace pensar en una película de las que a menudo el cine norteamericano levanta y muestra al mundo, pero sin héroes morales. Lo subscribo, con un matiz. La escasez de conciencia individual entre nosotros es espantosa. No puede haber sociedad civil cuando la conciencia individual es como quien dice inexistente en las instituciones y en el común. No parece haber ningún Serpico, en nuestros cuerpos policiales. Y el tipo que tiró el tiesto contra el guardia Salas lleva ocho años escondido porque no quiere “comerse el marrón”.
Ni los médicos del Hospital del Mar pueden permitirse su conciencia. Deben ver tan a menudo a gente esposada que les llega destrozada a golpes sin explicación, que lo único que hacen es evitar la mirada de los torturados. Supongo, imagino, me espanto.
Honor a Xavier Artigas y Xapo Ortega por Ciutat morta y la entereza que muestran estos días ante la exposición a los medios y su parafernalia. No es ningún consuelo, claro, si no sirve para reabrir el caso, lo que este martes ha denegado la fiscalía. Honor a Mariana Huidobro, la madre coraje del joven Lanza. Y honor a Jesús Rodríguez, periodista de la Directa, que ha trabajado como un jabato haciendo simplemente su tarea, lo que le reafirma como periodista. Que no se vende, ni se regala.
Mercè Ibarz, escritora y profesora de la UPF
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