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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tengamos la fiesta en paz

Lo decisivo es que toda la progresía, incluido el turbio PSOE, tire del mismo lado la estaca

Desde el 23-F ningún otro suceso político –o tal creemos– ha sido tan relevante como la prepotente irrupción de Podemos, esa propuesta partidaria que en poco más de un año ha puesto contra las cuerdas el bipartidismo imperante y sumido en la confusión e incluso en la precariedad a las siglas de izquierda. Celebrémoslo. Este país estaba necesitando semejante sacudida política y la derecha gobernante, sobre todo, confrontarse con su Némesis, el justo castigo por su incompetencia y delitos. Su conmilitón el PSOE no es ajeno a este proceso y ambos se defienden recurriendo a la calumnia, unos, y al desdén, otros. Pero ni Pablo Iglesias y los suyos mataron a Manolete en Linares o arruinaron las cajas de ahorros, ni son una banda de populistas.

Débil defensa ante el fracaso electoral que se les avecina según las encuestas, el sentir de la calle y el estado de necesidad al que nos han abocado.

Como se ve o se lee no nos duelen prendas al valorar este fenómeno emergente, cuyo ideario compartimos en buena parte, pues en su capítulo mollar no es otra cosa que la reproducción del corpus ideológico y programático que viene proponiendo la izquierda bajo distintas siglas. Las diferencias, cada día menores y alguna ciertamente pintoresca –¿ser de arriba o de abajo no equivale a ser derechas o de izquierda?–, no justifican pugnas o complejos de superioridad que se nos antojan pueriles y acaso temerarios. La única supremacía y poderío válido es el que otorgan las urnas y resulta más que dudoso que estas vuelvan a dar carta blanca a ninguna fuerza política.

Esta reflexión, como es imaginable, está condicionada por el contexto político valenciano que durante 20 años ha estado enseñoreado por la arrogancia del PP que, gobernando como le ha venido en gana, ha contribuido a nuestra miseria democrática y económica, con el único beneficio de aleccionarnos sobre la calamidad de las mayorías absolutas, meras patentes de corso que, a mayor abundamiento, pueden caer en manos de un imbécil o una banda de chorizos –como ha sido el caso de este país– y agravar la desgracia. Nunca más dictaduras ni mayorías absolutas.

Apostaríamos que, a pesar de las “ambigüedades calculadas” que todavía cultiva Podemos, según apreciación de un lúcido observador, sus responsables en Valencia han de ser conscientes de que el principal objetivo del conglomerado de fuerzas democráticas es desahuciar a esta derecha y restaurar los mínimos decentes de nuestra democracia y economía. En otros tiempos ese conglomerado se proclamó Frente Popular, denominación que hoy es anatematizada por la carcundia como por los cándidos de la izquierda vergonzante. Dejémoslo estar. No importa la pancarta. Lo decisivo es que toda la progresía, incluido el turbio PSOE, tire del mismo lado la estaca, sin hostilidades que alienten o acentúen las livianas diferencias que fragmentan a la oposición. Tengamos, pues, la fiesta en paz. Seguro que Antonio Montiel, líder en ciernes de los poderosos emergentes valencianos y avezado luchador cívico, nos comprende perfectamente, a pesar de sus displicentes galleos mediáticos.

Y una adenda. El Ayuntamiento de Valencia ha perdido la oportunidad de registrar como pública la plaza de la iglesia de Campanar, actualmente propiedad del Arzobispado. En consecuencia sugerimos que pongan ese espacio urbano bajo la invocación de Nuestra Señora de la Infinita Codicia. Son insaciables

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