Un museo y dos ciudades
El Dhub tiene un aire ausente porque está solo en su acera, pero por dentro vive. Hace falta equidad para que el talento nidifique
Fue en Londres, hace muchos años. Recorría yo las salas del museo del Diseño, situado en una zona que pronto sería de nueva centralidad, y me quedé estupefacta al encontrarme con la aspiradora de casa, con la máquina de escribir de mi padre. El sentido profundo de los objetos es ser parte de la vida cotidiana, y poderlos revisitar luego colocados en su línea histórica, reírnos de verlos sacralizados y saludar con gratitud a su creador es como un premio. Es la parte lúdica de un museo del diseño y ahora, finalmente, Barcelona tiene el suyo, con su tradición, sus autores y sus objetos. Varios de los elementos coinciden con el de Londres, excepto la precocidad. Acá siempre copiamos un poco antes de empezar a innovar.
Una reflexión previa. Sigo pensando que la plaza de les Glòries es un despropósito. El círculo de edificios que la debería enmarcar es tan ténue, tan desordenado, que el aire se escapa por todas partes. Hay un notable déficit urbanístico, porque la plaza se pensó en clave de barrio, cuando es un punto central de la ciudad. Habrá más construcción pero será de piezas sueltas, o sea que esto no va a mejorar. Se ha buscado la solución inversa: potenciar el centro con un proyecto que sea incuestionable porque es de los vecinos. Es lo que querían y es lo que “participaron”.
El proyecto irá creciendo poco a poco, siempre provisional, hasta que se decida qué pasa con la Gran Vía que, es un detalle, es la única avenida de Barcelona que tiene continuidad por las dos puntas. Pero en fin, este debate ya no tiene remedio.
Lo interesante es la conjunción entre la ciudad de los vecinos, doméstica, sin ambición, destinada a satisfacer el día a día, a dar una felicidad de corto alcance pero muy cargada de valores colectivos; y la ciudad que aquí está representada por el Dhub —el nombre hace la cosa—, que es la de la excelencia creativa como pasaporte al mundo, la ciudad trepidante, la ciudad que es legible a kilómetros de distancia.
No necesariamente las dos ciudades van juntas por la vida, al contrario. Las ciudades compiten por intangibles y seguimos yendo a Nueva York porque llega antes a todas partes. Si sólo pensamos en clave social, que es lo que está pasando hoy en Barcelona, se nos va a quedar la ciudad entre los dedos. Lo que los vecinos quieren hacer en una plaza no es un proyecto. Sin embargo, la creative class que definió Richard Florida huye de los sitios donde hay fracturas abiertas. No es suficiente con ser trepidante: hace falta equidad para que el talento nidifique.
Por este desierto en construcción que es hoy Glòries desfilan los barceloneses ávidos de ver el nuevo museo. Catorce mil personas pasaron por las puertas abiertas. Este Dhub es un viejo proyecto de cuando Oriol Bohigas comandaba la cultura de Barcelona. En su momento no cuajó porque parecía improcedente desvestir unos cuantos santos para montar un macro-armario en alguna parte que no se sabía. Después, Bohigas y sus socios de MBM pusieron el edificio, elegante, con un interior excelente, un perfil atractivo y una piel horrible. Hay que ser divino para ponerle a la ciudad tanto gris, pero ahora lo hacen todos y este color espeso acabará llamándose “gris arquitecto”.
El Dhub tiene un aire ausente porque está radicalmente solo en su acera, pero por dentro vive. Aquí se reúnen maestros y amigos, tanto en las salas como en las vitrinas. Es la “teoría del todo” del diseño catalán, desde los albores de la historia hasta ahora mismo. A la ciudad le faltaba este museo, como le falta el de arquitectura, precisamente, que está perdido en un vericueto ministerial.
Justo ahora ha saltado la polémica por otro desvestimiento santoral: el del Museu Etnogràfic de Montjuïc, que cederá parte de su fondo para crear un Museu de les Cultures del Món que no hacía ninguna falta. Es pura improvisación, la solución a un problema que no es conceptual, como es tener dos palacios vacíos en la muy principal calle Montcada. Juego de manos, sacamos de acá y ponemos allá.
Esta operación, que empezó a gestarse en 2010, ahora se ha tiznado de prejuicio ideológico. Han dicho los críticos, con manifiesto incluido: quieren hacer en Montjuïc una colección antropológica catalana desprovista de exotismos. ¡Pero si los viajes de los próceres del excursionismo por las tierras coloniales era parte de la cultura del país! El Etnogràfic era genuinamente catalán incluso con su colección japonesa.
El Museu de les Cultures del Món es anacrónico y poco ambicioso intelectualmente porque es para el turismo. Pero el debate se planteó como si fuera una cuestión de barretinas, cuando la mayoría de museos se hacen para contarle al mundo lo que ha hecho un país. El de Disseny sin ir más lejos: una ordenación de objetos locales que todavía no ha encontrado su relato potente. Ah, pero este lo han hecho los “buenos”. Aquí también hay dos ciudades.
Patricia Gabancho es escritora.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.