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Mozart sigue vivo y presente en la OSG

La expresividad de Leonskaya confiere trascendencia su versión del 'Concierto nº 22'

Tras el concierto para la Sociedad Filarmónica de A Coruña, Elisabeth Leonskaya cerró su semana gallega con tres actuaciones junto a la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG): el jueves en el Centro Cultural de Afundación para la Sociedad Filarmónica de Vigo y el viernes y sábado en el Palacio de la Ópera de A Coruña, en los conciertos de abono de la OSG. En programa, un monográfico de Mozart: obertura de la ópera Così fan tutte, el Concierto para piano nº 22 en mi bemol mayor, K 482, y la Sinfonía nº 41 en do mayor, “Júpiter”, K 551.

La orquesta gallega fue la columna vertebral del desaparecido Festival Mozart de A Coruña desde su primera edición a la última. A la Sinfónica no se le ha borrado la huella de sus temporadas de inmersión en la obra mozartiana. Fue entonces cuando, desde su podio, grandes directores influyeron muy positivamente en su personalidad sonora e hicieron de ella uno de los mejores instrumentos colectivos de Europa en la interpretación mozartiana.

La lectura que Slobodeniouk hizo de la obertura de Così fan tutte dejó traslucir una interpretación de esta ópera más cercana a su calidad de ensayo sobre los sentimientos humanos que como simple enredo amoroso. El empaste de las cuerdas y los solos de oboe (David Villa), flauta (Claudia Walker Moore), fagot (Steve Harriswangler) y clarinete (Juan Ferrer) reabrieron en la afición coruñesa el permanente deseo, por ahora insuficientemente satisfecho, de ópera representada.

En la misma línea de seriedad de la obertura puede encuadrarse la versión que se pudo escuchar del Concierto para piano nº 22. Especialmente, por los pausados tempi con que se abordó por Slobodeniouk y Leonskaya.La introducción orquestal del Allegro inicial, atacado con el tempo algo premioso arriba mencionado, fue un preámbulo idóneo al sonido increíblemente sedoso del piano de Leonskaya y su refinada musicalidad. Su impecable control del sonido y su expresividad dotaron de trascendencia toda su versión de la obra. La OSG y Slobodeniouk acompañaron a la pianista de origen georgiano –actualmente, ciudadana austriaca- en el carácter que esta imprimió a toda la obra.

En el Andante, el sonido velado del canto de los violines con sordina creó un clima mágico en contraste con el resto de las cuerdas, totalmente adecuado para este movimiento central, quizás el más elevado de quien seguramente fue el melodista más inspirado de la historia de la música. Las intervenciones de la solista, los diálogos de la orquesta y el contraste de esos increíbles momentos de fuerza de los tutti orquestales con la delicadeza más sutil del piano de Leonskaya elevaron la temperatura emocional en el Palacio de la Ópera.

El rondó final corroboró la seriedad de una versión rigurosamente intelectual, especialmente en su Andantino cantabile central. Las cadenzas de los movimientos extremos, de Benjamin Britten, sorprendieron por su melodía y muy especialmente por su armonía tan alejada de la utilizada por Mozart. Hay que destacar el buen ajuste rítmico y dinámico por orquesta y director en una obra tan fácil de escuchar como difícil de ejecutar por sus grandes dificultades técnicas para todo el conjunto y muy especialmente para las maderas.

La Júpiter es como la rúbrica final de ese testamento sinfónico que constituyen las tres últimas sinfonías de Mozart, especialmente por su grandeza de miras y su estructura. Impone desde ese contraste grave-agudo de los primeros golpes de arco de su tema inicial. Toda esta sinfonía va mucho más allá de su percepción como una música de consumo inmediato por su más que posible destinatario, el público de aquellos conciertos por suscripción que tanta fama dieron a Mozart en sus años dorados.

El contraste entre los temas de típica ligereza mozartiana y otros temas fugados de mayor severidad que aparece ya en el primer movimiento, fue debidamente destacado por la Sinfónica y Slobodeniouk. El Andante cantabile tuvo las grandes dosis de la sutileza y emoción que lo caracterizan, en parte por el contraste sonoro de violines con sordina y resto de cuerdas sin ella, como en el tiempo central del concierto de piano. El Minueto fue tocado brillantemente y con un tempo adecuadamente ligero, con las cuerdas en gran vuelo expresivo, las maderas especialmente inspiradas y los metales en gran redondez sonora. Los timbales barrocos tuvieron toda la noche la impecable precisión rítmica de las manos de José Belmonte y un difícil y comprometido equilibrio entre la perfecta afinación y la menor calidez tímbrica de sus nuevos parches sintéticos.

Pero fue en el grandioso Molto allegro final donde Slobodeniouk puso a la Sinfónica en el pedestal mozartiano que le corresponde: toda la excelsa escritura mozartiana de la pieza con sus tres fugas fue revelada por el titular de la Sinfónica. Fue como si un experto guía turístico nos explicara la complejísima estructura de una catedral gótica, mostrando toda la complejidad de sus bóvedas, arcos, contrafuertes y arbotantes.

La emoción culminó en la grandiosa fuga final, donde fue como si reorientara los vitrales de esa catedral sonora de la K 551, dirigiendo la luz para iluminarla en toda su brillantez. Como no hay dos conciertos iguales, en el del sábado todo quedó mejor y más brillantemente ajustado incluso que en el del viernes: justa recompensa tras una gran semana de duro pero muy provechoso trabajo. El próximo concierto de abono, el viernes 19 con obras de Britten, Shostakóvih y Rajmáninov, justo un día antes del concierto de Navidad de Gas Natural Fenosa.

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