Una exposición recordará el barraquismo del Turó de la Rovira
La zona de las baterías y el proyecto museístico se abrirán en marzo de 2015
Las baldosas rosas con florecitas son las típicas de las de paredes de baño —de hace unas cuantas décadas— pero están en el suelo, adheridas a lo que fue la cimentación de una de las barracas del Carmel, en el Turó de la Rovira. “Muchos de los que vivían en las barracas trabajaban en la construcción y aprovechaban los restos de las obras para adecentar sus casas. Y si no, las compraban como restos de obra”, explica Custodia Moreno, una veterena luchadora vecinal del Carmel. De ahí, la variedad del mosaico que aparece y desaparece en lo que es la cubierta de las baterías antiaéreas que Barcelona construyó en marzo de 1938 como defensa aérea. Su cometido inicial —disuadir a los bombardeos italianos que despegaban desde Mallorca— se tornó en un espacio que fue colonizado ya en los primeros años cuarenta por emigrantes que llegaron a Barcelona en busca de una vida mejor.
Custodia fue una de ellas y como otras 300 familias tuvieron su primer refugio en el que ahora es un excelente mirador de la ciudad. Lo que vivieron pero sobre todo cómo vivieron se explicará en un espacio expositivo que se está habilitando en lo que fue el dormitorio de los oficiales destacados a las baterías. Se convertirá, de hecho, en el único espacio explicativo del barraquismo de Barcelona.
Toda la zona de las baterías está ahora literalmente patas arriba en la recta final de los trabajos de rehabilitación que dirige el Museo de Historia de Barcelona (MuHba) que la semana pasada realizó una jornada técnica sobre la recuperación patrimonial del Turó de la Rovira.
Un audiovisual recoge
“Nuestro propósito es reflejar lo que fue con el mismo rigor que el que aplicamos a los hallazgos romanos o hemos tenido con la Barcelona del 1714. Por eso queremos hacer un relato histórico”, explicaba Joan Roca, director del Muhba. Un lugar elevado —267 metros — límite de municipios y, después, desde el que a lo largo de los años se veía cómo avanzaba la ciudad desde el mar. “El Turó de la Rovira tiene suficiente fuerza para explicar varios relatos de la ciudad y del mundo de hoy. Un lugar explicativo de la guerra — se pueden ver los anclajes de sujección de los cañones Vickers 105— y de la postguerra con los restos que se han decidido conservar del barraquismo. Algo que estuvo a punto de no suceder y que, en buena parte, se ha conseguido por las reivindicaciones de la asociación de vecinos de Can Baró y de las personas que vivieron en las barracas. Porque la suerte es que algunas viven cerca.
“De las 300 familias que llegamos a vivir en el Turó, unas 123 se fueron en 1977 en la primera operación de reubicación a la Guineueta, otras 160 se quedaron en pisos por los barrios cercanos y al principio de los 90 —con la cita olímpica en puertas— los que quedaban se fueron al paseo de Urrútia”, concreta Moreno.
Algunas de esas familias aparecen en el audiovisual que se podrá ver y que también recoge el testimonio de un soldado que estuvo destacado en las baterías durante la guerra. Lo que ocurrió cuando se tiraron las últimas barracas es que parte del escombro se almacenó en lo que habían sido los edificios de los soldados de las baterías. Un espacio de algo más de 60 metros cuadrados que ha tenido varias vidas: fue barraca y alojó a familias, luego se transformó en la escuela de adultos de los barraquistas —”las clases las daba un anarquista del barrio”, recuerda Moreno— y, en la última etapa, se transformó en palomar.
El espacio se degradó y entre 2006 y 2008 se realizó un trabajo por parte de voluntarios de más de un centenar de países que, a gatas y con capazos, sacaron toneladas de ladrillos y cemento. Luego el proyecto sufrió un parón y, de nuevo, su aspecto era el de una zona completamente abandonada. Las obras de recuperación, que incluyen nuevos caminos, empezaron hace cuatro años.
“Ha salido una pared pintada en rojo que parece que es la original”, explicaba el viernes pasado una de las restauradoras. “No es una pintura habitual en una construcción militar y que, tal vez, pueda dar a entender que cuando se construyeron las baterías se pensó en que en un futuro se podrían transformar en otra cosa”, argumenta Roca. A medida que han ido descubriendo cosas han intentado obtener información, de la documentación de la construcción de las baterías —localizada en un archivo de Ávila— y otras veces de las personas que ocuparon las barracas: “la verdad es que ha sido un trabajo serio y en ese sentido estamos muy satisfechos”, apunta Moreno.
Ahora, lo que más inquieta a los vecinos es cómo se articulará lo que hasta ahora ha sido un tranquilo barrio con una más que clara avalancha de visitas. Lo cierto es que decenas de personas asaltan las baterías todos los fines de semana. Retiran las vallas de obra y pasan. Muchos son turistas: “claro, como que las baterías aparecen como lugar de interés cuando visitan el parque Güell”, ironiza Moreno.
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