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CRÍTICA | POP-Laetitia Sadier

El arte de la insinuación

La ex Stereolab irradió la esquiva belleza de su post pop anoche en Valencia

Hay que seguir poniendo en valor el charme de Laetitia Sadier. Ese carisma no aprehendido (se tiene o no se tiene) con el que escanció durante casi un par de décadas y junto a Tim Gane un cóctel retrofuturista que supuso uno de los trayectos más inteligentes y versados de la escena pop internacional. Justo antes de que esta (la escena, decimos) amenazase con el colapso evolutivo en el que parece inmersa, quién sabe si ya irremediablemente. Su última visita de hace tres años, además, lució algo desangelada, sin banda de acompañamiento y con aquel hándicap anímico que marcó su primer álbum en solitario, ensombrecido por el infortunio familiar.

El reciente Something Shines no supone un desvío considerable de la senda que empezó a trazar desde que Stereolab se disolvieran, pero sí ve su discurso reforzado en escena por la percusión de Emma Mario (al fin y al cabo, el productor de sus tres álbumes en solitario) y, sobre todo, por el corpóreo bajo del castellonense Xavi Muñoz (A Veces Ciclón, Daniel Johnston, Dorian Wood), que otorga el contrapunto a muchos temas en los que la imponente presencia de Sadier no tiene correlato con su dominio de la guitarra, más bien limitado.

Fue el de ayer uno de esos conciertos que parecen tallados al molde de un domingo tarde: sutil, sinuoso y estilizado. Sin guiños al pasado y repleto de melodías que avanzan perezosas, se retuercen e implosionan en el momento justo en el que uno piensa que podrían anidar en nuestro disco duro. Temas sugerentes pero de belleza esquiva. Siempre entre ese post pop acuoso y serpenteante que tanto lindó en los 90 con el easy listening (y con el pop francés de los 60: su voz no engaña) y el traqueteo de un kraut rock desembravecido, que brotó anoche con menos frecuencia de la que algunos hubieran deseado, por aquello de capear la modorra. Hay vida después de Stereolab, claro. Aunque no va a ser fácil que los grandes focos mediáticos nos la cuenten.

Monserrat, por su parte, corrieron con la ingrata tarea de ir templando antes la sala en una noche de escaso calor ambiental, pero apenas llegamos a tiempo de degustar un par de temas suyos. Suficientes como para abominar de nuestra impuntualidad y hacer votos para no faltar a la próxima. La delicadeza de su folk pop, arrullada con ecos de la tradición de la costa oeste, bien lo merecía.

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