Qué se puede hacer con un darbuka
La tienda Tunumtunumba, en el barrio de las Letras, cumple 20 años vendiendo un extenso surtido de instrumentos tradicionales de todo el mundo
José Luis Escribano alucina con la popularidad de los ukeleles. “Tuvimos un solo ukelele durante 17 años, y en los últimos tres se vende uno casi todos los días. Ahora tenemos una gama muy amplia”, cuenta. En los últimos tiempos, esta guitarrita de origen hawaiano parece complemento indispensable para todo cantautor —cantautora, sobre todo— de sensibilidad pop.
Son las pequeñas modas que afectan a Tunumtunumba, la tienda que abrió hace 20 años en el 34 de la calle Santa María (Barrio de las Letras), dedicada a instrumentos tradicionales de los rincones del mundo. Es, por su especialización, única en Madrid y en España.
“La percusión brasileña también se lleva mucho ahora”, continúa Escribano: “Y todo lo relacionado con el folk irlandés es una constante desde que empezamos, como la percusión africana”.
Precisamente un tambor norteafricano disparó en este madrileño de 50 años la pasión por las músicas tradicionales cuando su mujer Matilde (que también trabaja allí) le regaló un darbuka y un curso para aprender a tocarlo. Eso derivó en un grupo de percusión con el profesor y algunos de los alumnos. La curiosidad les empujó a él y un par de amigos a editar un catálogo de venta de discos por correo a principios de los noventa, al que bautizaron Tunumtunumba, como unas cataratas de Perú porque sonaba a redoble de tambores: “La cosa no arrancaba y planteé la posibilidad de montar una tienda física. Ellos no estuvieron por la labor y me lancé con un pequeño local en la estación de Atocha. Luego nos vinimos aquí y los instrumentos fueron ganando terreno a los discos”.
Fue en 1994 cuando la vida de este ingeniero de telecomunicaciones dio un giro total: “A mí me encantaban los instrumentos electrónicos, sobre todo los sintetizadores, y una de las razones por las que estudié ingeniería era porque se aprendía mucha electrónica, algo que me gustaba por ese atractivo que tenían para mí ese tipo de instrumentos. Después volví hacia atrás, a lo tradicional”. Desde 2006, es percusionista en Balbarda, un grupo centrado en la música castellano-leonesa que acaba de editar su tercer disco, Danza de máscaras.
En el pequeño local de Huertas que alberga a Tunumtunumba se agolpan los instrumentos: las vasijas udu a las que también se denomina tambores de agua por su sonido, los tambores teponatzli aztecas, un timple canario, gaitas charras salmantinas, kalimbas africanas (llamadas en inglés, muy descriptivamente, pianos de pulgar) construidas sobre latas de conserva...
También, objetos que un lego difícilmente identificaría con un instrumento, y que en muchos casos tienen una finalidad extramusical, como los grandes cuencos de cuarzo que producen un vibrante sonido largo y potente, y que se usan para la meditación o el yoga. “Son para otro tipo de clientes que no buscan hacer música, sino que se sirven de sonidos para generar un ambiente propicio para sus actividades. Usan gongs, cuencos tibetanos, palos de lluvia...”.
Asegura que ha aumentado el público que acude a por instrumentos para hacer musicoterapia: los mismos cuencos de cuarzo, el monocordio (cuyas cuerdas están todas afinadas en la misma nota), el pin armonizador o unos diapasones grandes y muy graves que apoyados en el pecho provocan una impresionante vibración.
También tiene tienda en Internet, con una versión en inglés llamada Bimbamboom (“otra onomatopeya de tambores”) que de manera habitual depara pedidos sorprendentes: “Estamos pendientes de mandar una gaita gallega a Japón. Nos hemos dado cuenta de que se tocan en todas partes: hemos enviado a Polonia, Alemania o Inglaterra. Igual que nos han encargado dulzainas desde Rusia o un pandero cuadrado de Peñaparda desde Nueva Zelanda”.
Él descubre y añade al inventario continuamente instrumentos nuevos para él, aunque no sepa tocarlos todos: “Toqueteo todos, sobre todo los de percusión, menos los de cuerda, que son muy difíciles por su afinación”.
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