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La guitarra que casó flamenco y folk

Daniel Minimalia presenta su nuevo trabajo en la sala Galileo de Madrid

Daniel Minimalia, en un parque de Ourense
Daniel Minimalia, en un parque de Ourensenacho gómez

Todo empezó cuando en su primera comunión le regalaron un walkman que lo convirtió en el raro de la clase. En vez de jugar al fútbol, en sus horas muertas de los recreos, escuchaba lo más vibrante del rock de los setenta y los ochenta. “En el colegio me empezaron a llamar el solitario”. Con 14 años, su hermano mayor se compró una guitarra y en la buhardilla de su casa, casi a escondidas, empezó una carrera musical que ahora, tres lustros después, lo ha convertido en un emergente referente internacional. Daniel Llorente (Vitoria, 1985) mudó a Daniel Minimalia cuando compuso Al decir adiós, el primer tema con el que tuvo claro que iba a desarrollar una personalidad propia: “El apellido viene de esos fundamentos del minimalismo como la sencillez o la pureza ya que creo que reflejan bien lo que quiero transmitir”. Le gustó a todos menos a su padre porque creyó que así “desterraba” el apellido familiar. Primero fue la guitarra y luego, en ese afán autodidacta que arrastra desde pequeño, investigó otras parcelas musicales como el teclado o el bajo. Su oído, al igual que sus creaciones, también desprende eclecticismo.

Hace seis años tuvo la necesidad de hacer algo propio, así que dejó a un lado los grupos de amigos que tocaban en locales de moda por amor al arte y un par de cervezas. Tardó cuatro años en moldear Cuentos Sonoros, su primer trabajo, publicado en 2012 entre grandes aplausos de la crítica especializada. “Tenía un empleo normal y tirando de préstamo bancario e ignorancia atrevida, me lancé a esta aventura. No sabía en lo que me estaba metiendo”. Un trabajo que lo llevó hasta las nominaciones los Hollywood Music Awards, uno de los certámenes musicales independientes más prestigiosos. Ahora, ultima una gira con la que recorrerá media España y que el próximo año también recalará en Estados Unidos con Arenas de Luna bajo el brazo, el disco que ocupa todos sus pensamientos. No será su primera parada en la meca americana del cine y la música. Cuando no lo conocía casi nadie, Minimalia se plantó en el despacho de un representante en el Guitar Center de Los Ángeles con el disco. “Allí tienes más sensación de que te escuchan cuando no eres nadie y creo que hay más posibilidades para todo”. “Rompí muchas barreras”, explica, orgulloso de su hazaña californiana. Y es que casi no tiene límites: ha llegado a tocar en una pocilga.

Con ese álbum, enseguida le colocaron la etiqueta del Mike Olfield español. Pero no le gusta nada: “No aspiro a ser el sucedáneo de nadie. Cuando solo tenía cuatro canciones, efectivamente tenían un aire a Tubular Bells y mucha gente tomó esas formas como carta de presentación”. La etiqueta caducó y su última producción incluso rezuma flamenco. “Cuando hago un tema del que estoy plenamente satisfecho me produce alivio. Son esas sensaciones que casi no sabes describir con palabras”. En el primer sencillo, Aires del Sur, consigue maridar con maestría acordes aflamencados con la enraizada voz folk de Rosa Cedrón. “Quería darle calidez al tema, sacar otra versión de su voz y sospechaba que iba a quedar muy bien. No me equivoqué”, dice. Aunque el álbum navega por otros mares tan dispares como una versión de Héroes del Silencio a base de guitarra, violines y percusión, o acordes con influencias francesas del icónico Yann Tiersen.

La inflexión de su carrera llegó cuando dejó su trabajo en el mundo de las finanzas, pidió un crédito y tuvo claro que o se dedicaba a tiempo completo o nunca cumpliría su sueño. En el actual contexto económico en el que el camino del músico está lleno de baches, ha sabido hacerse camino en un sector en el que los sonidos instrumentales abren pocas puertas, incluso con el gigantesco internet de la mano. “He sido honesto y he tenido la suerte de transmitir y todo el mundo tiene capacidad de sentir, porque la música que hago es muy emocional”, explica. “Hay mucho mito sobre internet. Claro que las redes sociales ayudan, pero no es la panacea porque está saturado de todo tipo de producciones. Si quieres triunfar hay que hacer algo bueno, echarle narices y subirse a la furgoneta”.

Minimalia, además de su propio nombre, tiene muchas peculiaridades. Es un músico que escucha poca música. “Cuando llego a casa me gusta desconectar y no seguir enganchado a lo mismo de todo el día”. Lo último que sonó en sus auriculares eran notas de Zakir Hussain, un instrumentista de tabla india. También tumba tópicos sobre su auditorio fetiche. “Me llevé muchísimas sorpresas cuando empecé a conectar con el público”. Sus acordes calan entre jóvenes adolescentes o señoras jubiladas. Algunas de ellas, en su Ourense de adopción desde que era un niño, incluso lo paran por la calle para felicitarlo. En una cena preparada por él mismo –dice que cocina para relajarse– sonaría El valls del trapecista porque, como la cocina, sus canciones se definen “al detalle” y podrían valer como banda sonora de cualquier momento del día. “Mi música es una esencia porque no tengo un patrón concreto y creo que tengo un estilo más allá de un determinado género musical”. “Todos tenemos algo especial y al ser tan terriblemente honesto con lo que hacía, supe plasmar esa peculiaridad a través de la música”. Y el público aceptó con gusto su propuesta.

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