Un paseo por las neo-ruinas
El artista plástico Artur Heras efectúa un personal recorrido por hitos arquitectónicos de la megalomanía
"Acabé por extraviarlo todo / no queda ya nada / los lugares han perdido su sitio //. Prueba de vida, de Julia Hartwig.
"Lo que fue hecho para frenar el instante / se transforma en cadáver de aquel instante//. Nuevo orden, J. E. Pacheco
Resulta imposible pensar en las nuevas ruinas sin tener presentes las numerosas destrucciones de museos, monumentos, edificios y ciudades enteras arrasadas en el mundo durante los últimos años. De Irak a Ucrania, de Siria a Gaza las imágenes de hoy establecen inmediatamente una conexión, como vasos comunicantes, con los devastadores escenarios de la Segunda Guerra Mundial.
Pero la invitación a visionar parte de nuestro paisaje urbano no pretende continuar el inventario del lado oscuro de la condición humana; ese cuyo motor es alimentado por los intereses más infames. Probablemente, en la mayoría de casos, las neo-ruinas también son consecuencia de la ambición desmedida, la codicia o la simple incompetencia de algunos sujetos de nuestra sociedad. Este breve recorrido no es otra cosa que la constatación de la alteración del paisaje cotidiano durante los últimos años en los que toda una serie de inmuebles no han llegado a finalizarse, modificando nuestro entorno de manera “silenciosa” pero permanente al modo de las epidemias. Es otra consecuencia de la crisis económica – y alguna más –en la que estamos atrapados. Es, por tanto, un pequeño catálogo de fracasos en donde, cómo no?, también hay categorías y tratamientos diferenciados… desde las construcciones abortadas en medio de la carencia de capitales o recursos hasta las megalomanías de la administración en la moda por implantar edificios-emblema.
Reconozco por mi parte cierta inclinación subjetiva por la construcción a medio hacer o semiderruida antes que por la obra acabada. Puede ser consecuencia del poso que los grabados románticos han propiciado vinculados a las aventuradas expediciones de sus descubridores, o a la influencia de los modelos estéticos iniciados en las primeras décadas del siglo pasado, más atentas a reparar en lo accidental y en registrar ciertas vías erráticas o distorsionadas que en mantener los patrones de los academicismos que siempre gozan de un séquito de fieles incondicional. También en el mundo de las imágenes, especialmente en la fotografía, hay una evidencia incómoda: el objeto representado cuando aparece roto o descompuesto es más radicalmente expresivo que la obra finalizada y entera. Pero estos aspectos tienen que ver más con la idea de representación o iconografía que con la percepción real, in situ, de las toneladas de cemento armado y “desalmadas” expuestas ante nuestros ojos y encastradas en la memoria urbana.
Por supuesto hay “ruinas acabadas”. Son aquellas cuya función no ha llegado a producirse y siguen incrementando sus costes pues hay que mantener la seguridad de lo edificado, funcionamiento, etc. El caso más extremo lo representa el aeropuerto de Castellón con unas pérdidas de 58,7 millones a los que van añadiéndose 13.000 euros diarios por la vigilancia y el mantenimiento. Vallado, como un Guantánamo más, permite aproximarse por carreteras que quedan cerradas e inaccesibles para los visitantes quienes no podrán disfrutar del ilusorio “paseo por las pistas”, tal como proclamara su fundador el presidente de la provincia del único aeropuerto del mundo con tal anuncio. Infranqueable el aeropuerto, queda la opción de contemplar la rotonda rematada y replantada – cayó por una racha de viento–del conjunto escultórico-monumental con una cabeza, chupándose el dedo, de singular parecido con el promotor, tocada en lo más alto con un avión reactor de perfil más próximo a las VS alemanas que a los actuales jets de transporte. (Esperemos que no simbolice nada de lo que aparenta).
Otra ruina-insignia es el Palau de les Arts Reina Sofía. Terminado e inaugurado en octubre de 2005 ha acumulado en breve tiempo una serie de penalidades como si se tratara de un desgraciado personaje en un cuento de Dickens, aunque ciertamente ahí termina la semblanza pues el coste inicial del edificio se tasó en 44 millones(€) pero ha sido ampliado varias veces y sigue la cuenta. Al año de abrirse, la plataforma del escenario se derrumbó y hubo que modificar la programación por quedar dañados escenografía y maquinaria que volvió a quedar inutilizada el 2007 por la inundación de sus sótanos. Desde el 2013 sufre la maldición del trencadis, de difícil solución porque, según parece, la cubierta metálica se dilata y contrae con los cambios de temperatura impidiendo la adhesión estable de la última piel hecha con trocitos cerámicos; una suerte de vendaje, ideado en el último momento, tratando de disimular las rugosidades y alteraciones de una gran superficie curva y brillante, evidenciadas por la luz rasante a cualquier hora del día. Otro burka, éste para cubrir el Ivam, fue valorado en 45 millones en 2006 en el proyecto de la arquitecta japonesa Kezuyo Sejima que debía finalizarse en 2011. No se llevó a cabo pero sí fueron expuestos dibujos y una maqueta durante meses en la explanada de entrada del museo como un anuncio de los tiempos que iban a venir.
El paseo cambia de orientación y nos vamos a la zona norte de la ciudad, otro punto de ampliación de la expansión urbana en los felices años de la epidemia del ladrillo: la Avenida de las Cortes Valencianas. Allí el 1 de agosto de 2007 comienzan las obras del estadio de fútbol Nou Mestalla con un presupuesto inicial de 344 millones de euros que incluía zonas comerciales. Las deudas actuales del club (547 millones) paralizan las obras el 25 de febrero de 2009. Unos meses antes un lamentable accidente con los andamiajes provocó la muerte de cuatro trabajadores. (Resulta difícil predecir, al menos para los que somos desconocedores en cotizaciones de este fuste, el desenlace de este mastodonte dado el galimatías financiero en el que actualmente está inmerso).
Entre tanto, durante el disperso recorrido, nos hemos encontrado con numerosas estructuras componiendo torres de celdas o castillos de naipes de “concreto”, como los definiría un mexicano. En la prolongación de la avenida donde reposa el osario del nuevo estadio otro esqueleto lleva años a la espera y , siempre manteniendo esa condición, ha incorporado un nuevo cuerpo de forzada conexión entre las dos torres. Esta vez la fábrica es metálica y remata por arriba una construcción con aires de fortificación de película de ciencia-ficción, donde una enorme pancarta – envejecida y maltrecha como una bandera tras la batalla– anuncia la inminente apertura de un hospital!
Buscando un poco de aire fresco nos dirigimos hacia la playa. Un paseo junto a la inmensa superficie azul del mar nos puede ayudar a recuperar el ánimo y la limpieza de miras. Al poco de iniciar una agradable vuelta… ¡maldición! tropezamos con unas baldosas rotas de la explanada que se dirigen hacia otro bosque pelado de columnas de cemento. De nuevo una mole de apartamentos varada, como restos de un naufragio, a escasos metros de la playa.
Decidimos, pues, dar un garbeo por el puerto. Seguramente esa zona, alejada de las heridas inmobiliarias nos permita ver barcas, algún yate y los bellos tinglados modernistas que en realidad han “desaparecido” ocultos por el volumen de las construcciones levantadas con motivo del Port America’s Cup. La ocupación del espacio es absoluta. La elevación de los hangares para las embarcaciones es de tal envergadura que el Edificio del Reloj, –ya de por sí achatado–, los tinglados, la grúa histórica… todo queda, como en una maqueta, jibarizado; a excepción del presupuesto que supuso una “inyección de gasto” de 2.768 millones según informe en 2007 del Instituto Valenciano de Investigación Económica.
Al pasar por entre esas gigantescas cajas en medio de una soledad completa, solo alterada por el ruido de algún elemento que el viento zarandea, una sensación de escenario siniestro se impone. Unos residentes en el barrio de Nazaret, indignados por las molestias sufridas y las cuantiosas pérdidas, proponen acercarnos y examinar las modificaciones impuestas por las carreras de F-1 (La Generalitat compró por 1 € la empresa que gestionó el evento y asumió unas pérdidas de 50 millones). Las únicas huellas que encontramos son la de los neumáticos de los bólidos sobre el impecable asfalto junto a los “restos del naufragio” de la zona de boxes cuando, de repente, una estruendosa máquina oruga reinicia su actividad que consiste en despedazar pabellones. Muros, viguetas, mobiliario van llenando contenedores. Sobre las vallas de cerramiento hay carteles con la advertencia de la entrada y salida de camiones.
Inseguros en medio del trasiego decidimos dirigirnos hacia la zona norte, la llamada Marina Real Juan Carlos I. Tampoco allí los cerramientos ocultan la catástrofe. El desmantelamiento de los enormes edificaciones produce una perspectiva unívoca próxima a la desesperación que aumenta ante la vista de los amarres vacíos. En medio de esta desolación solo la luz, del cielo y del mar, se mantiene fiel al paisaje original como si todo aquel escenario fuese un decorado desmoronado de un mal sueño. Un no lugar desde el que el grupo hacíamos ejercicios de memoria tratando de recuperar esa luminosidad, ahora herida y ajena a nuestras nostálgicas miradas.
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