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POP | Yann Tiersen
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La belleza por la vía rápida

El compositor bretón llena La Riviera con a una música hermosa a ratos y efectista siempre

A Yann Tiersen le acompañará todavía por unos cuantos años la coletilla (o sambenito) que le identifica como autor de la banda sonora de Amélie. Esta credencial ayuda sin duda a explicar el muy meritorio lleno (1.800 espectadores) que el compositor bretón alcanzó este sábado en La Riviera, donde se enfrentó a un público maravillosamente comprometido con el respeto y el silencio. Pero la música para aquella película de Jean-Pierre Jeunet nos aboca al reduccionismo: Tiersen maneja una paleta de colores y recursos mucho más amplia que la de aquella partitura, tan sobrevalorada seguramente como el largometraje en general.

Yann suma en la actualidad 44 primaveras, reside en la bucólica isla de Ushant (888 habitantes), a 30 kilómetros de la Bretaña, se considera independentista bretón e incluye entre sus acompañantes en directo a un par de músicos de las Islas Feroe, archipiélago casi glacial bajo protectorado danés. Y hay mucho de ese carácter frío, introspectivo y magnético en las piezas instrumentales de este compositor incuestionablemente hábil, dotado para armar sus obras a partir de patrones melódicos mínimos y para resultar evocador a cada compás. Como si cada nuevo título constituyera una banda sonora en busca de una película de acogida.

Todo ello debe anotársele en el capítulo de los méritos, al igual que su acentuada versatilidad instrumental: Tiersen alterna pianos, guitarras, melódicas, violín, un whistle celta y todo tipo de metalófonos, siempre a un paso de la evocación infantil. Y esa misma promiscuidad resulta extensiva a sus cuatro acompañantes, que se pasan los 100 minutos de concierto intercambiando instrumentos y posiciones. Pero no nos encontramos ante unos músicos de técnica asombrosa, sino ante una música que oculta su sencillez bajo el efectismo. Nuestro protagonista se las ingenia para construir obras subyugantes y aparentes que se nutren de recursos, en el fondo, bien conocidos: los motivos repetitivos del minimalismo y los temas de intensidad in crescendo, fundamentalmente.

El resultado es por momentos hermoso, sin duda, aunque con los reparos que siempre suscita este tipo de belleza por la vía rápida. Nos gusta más Tiersen, por ejemplo, en su faceta pastoral (las preciosas armonías vocales de Rue de Cascades o A midsummer evening acaso recuerden a los primeros Yes) que cuando en Steinn se convierte en otro Ludovico Einaudi facilón, en un Mike Oldfield de baja intensidad. Y preferimos The gutter, donde su cantante feroés parece el Demis Roussos de los muy nobles Aphrodite’s Child, al enésimo vals de The crossing o la gélida Palestine, que consiste casi en una recreación ambient de aquel The model, de Kraftwerk.

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