La crianza, un trabajo en equipo
Padres y profesionales comparten la formación de los niños en edad preescolar en un centenar de centros sin aplicar programas prefijados
El Petit Molinet es un centro de crianza compartida del barrio de Poble-sec en Barcelona. El recinto, de paredes blancas, se divide en cuatro espacios. El primero incluye juegos simbólicos, con los que el niño disfruta al tiempo que recrea situaciones imaginadas, como, por ejemplo, cocinar. En el segundo los chicos juegan, saltan y caminan sobre un suelo acolchado. Al final de la estancia se encuentra la cocina, donde las familias preparan las comidas para los niños, además del patio exterior.
No todos los centros de crianza compartida son iguales, pero comparten la misma filosofía. Dejar que el niño se desarrolle libremente en su etapa preescolar, hasta los seis años, sin programas prefijados y con la participación de los padres. Existe casi un centenar en toda Cataluña, según la Xarxa d’Educació Lliure, una asociación que agrupa a este tipo de iniciativas. Aunque es difícil conocer la evolución del sector, los datos apuntan a un crecimiento. Hoy en día 17 centros forman parte de la Red, frente a seis en 2005.
Marisa García, una de las cuidadoras del Petit Molinet, recuerda que no había prácticamente ningún espacio de estas características cuando llegó a Cataluña desde Argentina, en 1999. Explica que la tarea de las cuidadoras —o acompañantes, como prefieren llamarse— consiste en estar cerca de los niños e intervenir solo en caso de conflicto. “Los roces se tienen en cuenta como cosas de la vida. Intentamos ayudar a que los niños puedan resolverlos hablando, sin hacerse daño”, asegura Anna Viñas, otra cuidadora.
Son asociaciones sin ánimo de lucro, donde los padres participan en la crianza de los niños junto con los educadores. Progenitores y profesionales comparten la responsabilidad. “Las acompañantes llevamos la parte pedagógica. Los padres asumen todo lo que tiene que ver con la gestión del proyecto. Por ejemplo, en la gestión económica del centro, en la difusión del proyecto en Internet, y en el mantenimiento del local”, explica García.
El objetivo es “acompañar” al niño en su desarrollo sin imposiciones
Es también el caso de la Petita Miranda, una escuela del barrio de Gràcia donde cada semana hay una reunión en la que padres y madres hablan de cualquier problema que surja, relata Carolina Liniado, educadora del centro.
Las asociaciones de crianza compartida funcionan fuera del sistema educativo formal. Otro elemento común en ellas es que los educadores no intervienen en aquello que quiere hacer el niño. Solo le proponen actividades, pero sin obligarle a hacerlas. “Se trata de acompañar respetuosamente el desarrollo del niño. Debe tener a alguien cerca por si necesita ayuda, pero sin intervenir”, explica Jordi Ramón, educador de Xantala. Es también uno de los padres que llevan sus hijos allí.
El centro, situado en el barrio barcelonés de Poblenou, se encuentra acondicionado para que puedan jugar libremente 20 niños. “Se proponen actividades a los niños, pero sin obligarles”, explica Ramón, que también que lleva a sus hijos al centro.
En Cataluña hay casi un centenar de iniciativas, según la Xarxa d’Educació Lliure
Participar en estos grupos de crianza compartida requiere dedicación. La implicación de los progenitores es mayor que en una guardería convencional. “Hay que estar muchas horas con los cuidadores. No todo el mundo puede dedicar tanto tiempo”, explica Ada Vidal, madre que llevan a sus hijos al Espai Somiatruites, en el barrio de Gràcia. Cada padre debe quedarse tres días al mes con los niños y el cuidador durante el tiempo que funciona la asociación, de 9:30 a 13:30.
Además, los hijos no pueden quedarse solos con los cuidadores el primer día. Deben seguir un proceso de adaptación para que no sufran por estar separados de sus padres. “Al principio es necesario estar con él. Luego, cuando se ha acostumbrado un poco, es posible separarse un poco. Así, hasta que se sienta cómodo lejos de sus padres", relata Mercè Aranda, cuidadora de Tata Inti, un grupo de crianza compartida del barrio de Sants.
Otro de los retos que afrontan estos espacios es el de la falta de financiación pública. “No están incluidos dentro del sistema educativo, y por tanto no cuentan con el apoyo de la Administración”, explica García, monitora del Petit Molinet. El alquiler de este espacio cuesta más de 3.000 euros al año, importe que sufragan los padres con una cuota de 330 euros al mes. Es un precio parecido al de otras asociaciones de crianza compartida consultadas.
Sin embargo, que cuidadores y progenitores se repartan tareas tiene su recompensa. Madres y padres se pueden conocer entre sí y ayudarse. La crianza de los hijos pasa a ser un reto comunitario. “Conoces la historia de cada familia. Es algo muy agradable. Mi hijo sabe cuáles son los padres de sus compañeros, y espera con ganas la comida que preparan el día que les toque cocinar para todos los niños”, explica Vidal.
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