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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Promesas

Con la tiesura en las arcas públicas, el capítulo de promesas de cara a las próximas elecciones municipales parece de saldo

Vivimos tiempos muy difíciles para los vendedores de milongas, por eso desde que empezó la crisis ya nadie promete cosas como antes. En Andalucía hubo épocas muy boyantes para la venta de burras. De hecho, el PSOE tuvo siempre mucha imaginación a la hora de prometer, desde las vacaciones para las amas de casa pasando por el ADSL de un mega universal. Nadie, sin embargo, prometió mejor que Jesús Gil, que acudió a unas elecciones ofreciendo a la vez un tren bala hasta el aeropuerto de Málaga, una isla artificial y dos portaaviones convertidos en discoteca.

Qué tiempos aquellos. Nada que ver con los de ahora, donde con la tiesura en las arcas públicas el capítulo de promesas de cara a las próximas elecciones municipales parece de saldo. Todo promesa electoral parte de una premisa, el de que la inteligencia del personal está bajo mínimos. Hay que ser muy ingenuo para comprarle a un político unas vacaciones gratis o dos portaaviones amarrados en una playa. O tener muy poco sentido del ridículo por parte del prometedor. Pese a que los tiempos cambian, ellos siguen pensando que la fórmula funciona y se mantienen en sus treces buscando conejos para poder sacarlos luego de la chistera.

En este 2014, vísperas de las municipales, se está llevando mucho la rebaja de impuestos. Todos los alcaldes o presidentes anuncian la suya. Hace poco Zoido lo hizo en Sevilla. Y no una reducción cualquiera. Dijo textualmente que se trataba de la “bajada más importante de la historia de la democracia”. Claro que debió ser una consigna, ya que Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, anunció la suya con un eslogan parecido: “La mayor rebaja de impuestos que ha puesto en marcha nunca una comunidad autónoma”. Pero hay quien da más. En Valencia, Alberto Fabra, acompañó su bajada de impuestos con estas palabras: “No pueden pedir más sacrificios a los valencianos, los pida quien los pida”.

Antes, para lanzar una buena promesa, los políticos se estrujaban la cabeza y le echaban imaginación. Ahora ya apenas hay fantasía. Y las ideas son todas de un electoralismo ramplón: Montoro diciendo que devuelve la paga de los funcionarios en 2015; el alcalde de Málaga corriendo para inaugurar un Pompidou antes de marzo y anunciando baldeos especiales en las calles; la Diputación de Málaga colocando wi-fi en las plazas de los pueblos; o la presidenta de la Junta prometiendo la regularización de 25.000 viviendas ilegales. Todo muy obvio y algo simplón.

Con todo, lo más sorprendente de las promesas electorales es lo que ha ocurrido esta semana. Hasta ahora en España incumplirlas apenas tenía consecuencias políticas. El gran cambio se ha producido con Alberto Ruiz Gallardón y la ley del aborto. Por primera vez, un ministro de España ha renunciado al cargo por estar a punto de cumplir una promesa de su partido. Y eso, sí que es un salto cualitativo. Al hecho de que un político dimita por algo, me refiero.

@jmatencia

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