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Seward se impuso a la cerveza

La banda barcelonesa planteó su rock retorcido ante un público asaetado por los vendedores ambulantes

Tocaba el baile con la fea, o el feo, nada menos que actuar en el BAM la víspera de un lunes, castigo que el calendario impone a las fiestas de la Merçè cuando el día de la patrona cae entre semana. Y el plato central de la noche del domingo correspondió a Seward, una banda, local, poco accesible, con un discurso formal imprevisible y cambiante y no abiertamente popular en términos de público. Pues bien, pese a todo, una cantidad de público nada desdeñable, aunque lógicamente menor que la víspera, se apostó frente al escenario de la plaza Àngels, donde la menor concentración de público hizo aún más persistente, cansino y notable el asalto de los “lateros”. Y sí, el público que ocupaba el espacio supo con extraordinaria certeza lo que deben sentir a causa de las moscas los ñus del Serengeti en un mediodía estival. La noche fue un constante “no” a quienes exhibiendo la ristra de latas a la altura de los ojos del hipotético comprador no la apartaban hasta recibir el “no” que encaminaba la ristra hasta la siguiente mirada.

Y esto, que parece una queja menor, añadió cierta dificultad al seguimiento del concierto de Seward. Este grupo plantea una estructura de concierto y canciones que recuerda un diente de sierra, pues sus composiciones, de estructura formal rock, cambian de dinámica tres o cuatro veces en el interior de una misma canción. Ello requiere implicación y complicidad por parte del espectador, que en la noche del domingo incluso había de lidiar con “lateros” que no se limitaban a poner la ristra en la mirada, sino que llegaban al contacto físico para hacer notable su oferta. Pero en fin, a la postre Seward impuso su lógica imprevisible en un concierto muy llamativo.

Lo que hacen Seward es sembrar el camino de sus canciones con minas. Como unos Zappa que odiasen la linealidad, como un Coltrane abandonado al instinto, como un Ornette Coleman en manos de la improvisación, las composiciones de Seward, construidas con un simple cuarteto, se antojan vericuetos donde jamás sabes que se ocultará la siguiente curva del camino. Folk, rock, pop, experimentación y jazz se dan la mano en canciones de estructura quebradiza que la banda interpretó milimétricamente, dando de paso la impresión de que la libertad formal que plantea su música tiene la contrapartida de una ejecución poco menos que marcial, matemática. Esa suerte de rebuscamiento aísla los instantes catárticos, que los hubo, entre meandros disgresivos que no siempre funcionaron, todo y que el concierto tuvo el interés de una propuesta original, arriesgada y ejemplarmente ejecutada. No, Seward no es el capricho de alguien que se quiere hacer notar a cualquier precio, Seward es música, mucha música nada acomodaticia

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