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EL MADRID FORASTERO / CHINA

Flores, arroz, flanes y dragones

La comunidad china ha integrado en la vida madrileña su personalidad cultural, sus fiestas tradicionales y gustos, avalados por una civilización milenaria

Celebraciones en la Puerta del Sol con motivo del Año Nuevo chino.
Celebraciones en la Puerta del Sol con motivo del Año Nuevo chino. CRISTÓBAL MANUEL

En la gran cancela del parque del Retiro que mira hacia la Puerta de Alcalá, pórtico procedente del llamado Casino de la Reina, trabajaron durante décadas de la posguerra civil varios fotógrafos ambulantes. Iban vestidos con batas blancas, tocados con boinas negras y portaban unas cámaras enormes, incrustadas en cajas de madera color avellana, asentadas sobre trípodes. Con ellas retrataban a grupos de amigos o a parejas de novios.

Tras sumergir los negativos en cubitos metálicos con disoluciones de sales de plata para positivarlos allí mismo, diez minutos después de la posse entregaban sus retratos, al precio de dos duros, recuadrados con corazones y lemas como Siempre amigos o Te quiero. Uno de aquellos fotógrafos era muy delgado, llevaba gafas oscuras sobre sus ojos rasgados y su tez amarilleaba: para los niños y niñas madrileños, constituía la única referencia personal, humana, de China en Madrid.

Bueno, hay que decir que había otra referencia, aunque indirecta: un misionero católico español que se paseaba por los colegios madrileños abriendo su boca y mostrando su lengua amputada, presumiblemente, por las autoridades ateas de Pekín. Con aquellas referencias, China creció en la mente infantil de los niños de entonces como un oscuro y permanente enigma, tan solo dulcificado en los hogares por el olor del llamado y espolvoreado flan chino, codiciado postre familiar en las mesas dominicales madrileñas de aquellos años o por las virtudes del arroz, cuyo ascendiente chino no presentaba duda alguna.

Años después, comenzaron a surgir restaurantes chinos, inicialmente de lujo, como uno muy célebre situado en el paseo de la Castellana que llegaría a la notoriedad gracias a su exquisita cocina y, sobre todo, por las timbas de póker —entonces perseguidas por la Ley—, que allí se montaban en las sobremesas. La pasión de los chinos por el juego es proverbial, como se sabe bien en los diferentes casinos de la región.

Más adelante, proliferarían los restaurantes chinos más populares, polos de atracción sabatina o dominical para miles de familias con niños pequeños amantes del arroz tres delicias o de adultos adictos al cerdo agridulce. En los fogones de aquellos restaurantes surgían de modo algo fantasmal legiones de jóvenes, aunque parecidos al maduro fotógrafo de la Puerta de Alcalá, llegadas progresivamente de una región del sureste de China. Aquellos trabajadores, luego trabajadoras, pasaban jornadas enteras laborando de manera incesante en las cocinas y almacenes de los restaurantes.

Comoquiera que, a partir de entonces, la colonia china en Madrid creciera de manera exponencial y habida cuenta de que los registros municipales no presentaban apenas fallecimientos de aquellos nacionales, comenzaron a propalarse bulos sobre el destino de los chinos y chinas que, en Madrid, teóricamente, morían sin constar registro de su muerte.

La falta de conocimientos sobre China; la distancia geográfica y lingüística; el exotismo vigente y los enigmas al respecto, todo ello mezclado con prejuicios de corte xenófobo, acrecentaba la ignorancia sobre la compleja civilización china y su rica cultura, de la que únicamente una experta como Taciana Fisac, hija del renombrado arquitecto, algún hombre de negocios, unos pocos diplomáticos y un puñado de cualificados jesuitas —la Compañía de Jesús se asentó en el Extremo Oriente mediado el siglo XVI— conocían aquí sus singulares peculiaridades, entre las cuales los ritos funerarios cobraban una inusitada importancia.

Los expertos subrayan que existe allí un atavismo muy enraizado —pese a tratarse de una sociedad que se declara comunista desde 1950— según el cual cada chino debe ser enterrado en el lar de la patria de China. Este aserto explicaría, o bien que muy pocos chinos de edad avanzada edad mueran fuera de China, por regresar allá cuando ven aproximarse su muerte, o bien que aquellos que fallecen en el extranjero son inmediatamente trasladados a su patria por algunos de sus connacionales. ¿A cambio de qué? Las respuestas pueden ser muchas; pero una de ellas tal vez sea que el envío post mortem se producía a cambio de esos turnos laborales extenuantes mediante los cuales, los chinos residentes fuera de China se pagarían, con el trabajo de muchos años, su entierro en China desde donde les hubiera sobrevenido la muerte.

Por cierto, el entierro de un nacional chino más celebrado y uno de los escasísimos registrados en Madrid lo fue el de una dama multimillonaria, cuyas exequias en el interior del cementerio de La Almudena se conmemoraron hace un lustro con fuegos de artificio e, incluso, con dragones humanos. La dama era propietaria de una cadena de tiendas de Todo a 100, hoy denominadas Todo a un euro, tres o cinco euros. Surtidas estos comercios por contenedores que llegan de modo incesante y repletos de género a la terminal ferroviaria de Méndez Álvaro, tales comercios almacenan objetos tan diversos como estatuillas de Cibeles, gatos dorados conocidos en clave castiza como puñetines (levantan mecánicamente un brazo) hasta coladores y exprimidores de frutas, cazamariposas o ensaladeras color naranja. Nadie sabe de qué modo sus dueños son capaces de inventariar un género tan variopinto, con miles de objetos de materiales, hechuras y formatos tan diversos. No hace mucho, las autoridades municipales mostraban su preocupación por algunos de esos productos, como por ejemplo, mecheros de gas, acopiados por miles para su distribución en algunos almacenes pertenecientes a las tiendas chinas, muy abundantes en el área de Lavapiés y Usera, barrio hoy verdadero Chinatown madrileño.

La comunidad china en Madrid se halla ahora, no obstante, casi perfectamente integrada en la vida de la ciudad, como aseguran algunas autoridades municipales, que certifican el carácter escasamente conflictivo que aquella muestra. Además, la interlocución social, económica y política de la comunidad china con las autoridades madrileñas es muy fluida y resulta especialmente cuidada por los nacionales de aquel enorme país.

Las celebraciones del Año Nuevo chino constituyen un vistoso atractivo de la ciudad, muy celebrado por los niños. Los pequeños aprenden español con mucha mayor facilidad que sus padres —dicen los enseñantes—, si bien resaltan la gran versatilidad, incluso gestual, que los adultos despliegan hacerse entender y para comprender lo que se les demanda.

Hoy, en el Retiro ya no hace fotografías aquel emboinado fotógrafo chino de gafas oscuras, sino que centenares de sus compatriotas acuden a la zona de la Rosaleda del Paseo de Coches en grandes limusinas; una vez allí, ataviados de ceremonia, inmortalizan sus bodas y las de sus allegados con fotografías de cámaras made in China. Su respeto por las flores y la primavera sigue siendo un perenne invariante.

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