Depre postvacacional
No vuelvo a cualquier sitio, sino a la Comunidad Valenciana y eso es droga dura
Tengo depre postvacacional. Casi da miedo mentar el síndrome de la vuelta al trabajo, ahora que las vacaciones han llegado a ser un bien escaso en las draconianas condiciones laborales del nuevo esclavismo neoliberal. Sin embargo, no vuelvo a cualquier sitio, sino a la Comunidad Valenciana y eso es droga dura. Por ejemplo: seguimos siendo la comunidad peor financiada de toda España, solo que el gobierno Fabra ha arrojado la toalla y, lejos de reclamar, ya ni tan siquiera protesta limitándose a suplicar a las puertas del ministerio de Hacienda: ¡una limosnita por el amor de Dios! No le va mejor a Barberà, a la que no le pagan ni el autobús. ¿Ustedes han visto que esta sociedad humillada y chuleada se haya echado a la calle exigiendo un trato igualitario? Nada de eso: aquí las únicas aglomeraciones dignas de mención se han registrado en las playas. Otro ejemplo: los niños volvieron a las escuelas y se encontraron la miseria de siempre —barracones, hacinamiento, material anticuado—, cuando no que habían suprimido unidades escolares y que la opción lingüística se desvanecía. ¿Ustedes ven que los padres hayan estallado indignados y que se hayan plantado para hacer frente a tanto atropello? Al contrario, se han apresurado a matricular a sus hijos en algún centro concertado. Y así, decenas de manifestaciones, pliegos de firmas y caceroladas nonatas. Hasta el activismo de la red ha caído en la modorra veraniega.
Estaba yo escribiendo estas cosas cuando un amigo me recordó que había habido una gigantesca manifestación para reclamar a Bankia y a la Generalitat que dejasen de torpedear la compra del Valencia CF por un empresario de Singapur. He aquí el heroísmo revolucionario de algunos ciudadanos valencianos, comenté con amargura. Estamos arruinados, se burlan de nosotros en Madrid, nuestros índices de desarrollo son tercermundistas y, sin embargo, lo único que parece preocupar al personal es la suerte de una empresa privada, que se ha gestionado de manera disparatada y que, naturalmente, ha llegado a suspender pagos. Igualito que tantas empresas, por cierto, aunque estas servían para algo y daban trabajo a muchas personas, mientras que el Valencia CF solo emplea a jugadores millonarios. A uno le dan ganas de pedir la baja, del censo y de la cuenta corriente al mismo tiempo. Lo único que me consuela es que, en este mes que va a ser tan pródigo en comecocos simbólicos, el nuestro es inofensivo.
En estas estaba, cuando pasó a mi lado el crío del quinto. ¿De dónde vienes?
—De clase, susurró, sudando a mares. Infeliz —pensé—, si te hubieran llevado a la privada, otro gallo cantaría. Entonces recordé que la consejera Català, que parecía de lo menos malo del Consell, había tenido este verano dos ocurrencias: acabar con el problema de la gente humilde estabulando a sus hijos en un horno crematorio y resolver “con mucho diálogo” el viejo embolado del valenciano y de la AVL. Esto es como decidir a mano alzada si la tierra es redonda y aquello viene a ser la vieja solución de Herodes, ya saben. Furioso, tuve un calentón, pero de repente lo comprendí todo, lo de la consejera y hasta lo del viejo affaire presidencial de las ñoras: esta gente postcampista es tan modesta que seguro que en sus despachos, donde no hay aire acondicionado y donde se comen los cocidos en el tupper, se les han debido fundir los plomos con el calor, pobrecitos. ¡Y yo lamentándome de la vuelta de las vacaciones…!
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