El botellón doméstico
Agosto ha sido todo lo convulso que podía ser incluso sentado en casa
De entre las conductas que los ciudadanos deben observar como a diario destaca sobre todo el respeto hacia los vecinos, especialmente en verano, cuando se vive prácticamente con las ventanas abiertas. Pues no, señor. Desde los compradores del súper que deja atado al perro en un bolardo cualquiera ante la desesperación de los vecinos que no pueden soportar los ladridos de los pobres animales durante media hora hasta los que los tienen encerrados en sus casas, llega un momento de crisis en el que uno no sabe si apedrear a los que esperan atados a la puerta de la tienda o decidirse a envenenar a los que montan barullo en las casas de los vecinos, no se sabe si porque no desean permanecer allí o debido a que los chuchos sobreviven ajenos a cualquier educación perruna. Y eso no es nada si se compara con los botellones domésticos de algunos pisos de estudiantes, donde música y gritos pueden tenernos en vela hasta bien entrada la noche, cuando no hasta la madrugada. Extenuante. Es una de las contaminaciones de pasar el verano en casa.
Por lo demás, el mes de agosto ha sido todo lo convulso que podía ser incluso sentado en casa. Quizás comenzó unos días antes, con un Pujolazo que a más de uno dejó sin saber dónde estaba la puerta de salida, y que da todo la razón no sólo a Albert Boadella sino a todos los que están, o estamos, persuadidos de que el patriotismo es el refugio de los canallas. El terremoto, no sólo político, ya lo conoce el lector. Nada menos que 34 años ocultando ese tremendo y prolongado pufo no es cosa de broma para nadie, y la pregunta es quién más ha hecho algo parecido en no importa qué rincón de la Península. Y parece que nuestro Inclement Eliseu no ha dicho esta boca es mía, o es alquilada, o nada diré sobre quién me abre o me cierra la boca. Es una pena, porque Artur Mas tiene ahora que lidiar no solo consigo mismo, que ya es bastante, sino con una herencia acaso falsa, y nunca mejor dicho. Tengo observado que recientemente Artur Mas ya no camina con esa desenvoltura que tanto le hacía parecerse al príncipe enano de Sreck, sino algo mas calladito, como si las ínfulas heredadas hubieran abotonado su empuje: sus decibelios ya cotizan algo menos en la bolsa enorme de los que prefieren no enterarse de nada.
Y por aquí, pues Carlos Fabra solicita su indulto antes de ir a prisión, no vaya a ser que cante todo lo que sabe, aeropuertos fingidos aparte (¿recuerda el posible lector las mariscadas con las que el líder de Castellón obsequiaba a José Maria Aznar en Benicàsim?), y que de pronto se acuerde de los motivos reales por los que hasta Mariano Rajoy tenía depositadas buena parte de sus esperanzas en ese personaje más oscuro que sus gafas y en la elegancia un tanto hortera de Francisco Camps. Parece que no tiene precisamente Mariano Rajoy un ojo de águila para detectar el peligro o la presa allí donde se encuentre.
Así las cosas, sólo nos faltaba la marcha de Carlos Osoro del Arzobispado y la designación de Antonio Cañizares en su lugar. Ahora se trata de que nadie tire tejados sobre su propia piedra.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.