Estos noruegos no son muy nórdicos
Kakkmaddafakka pusieron a todo el público del FRA a pegar brincos El festival de Alaquàs convence en su XX edición con las demás actuaciones y el buen ambiente
Ya no resulta fácil que el público de un concierto de rock se esté quietecito con las pantallas de sus smartphones. Máxime si los artistas son de talla internacional. Los noruegos Kakkmaddafakka, sin embargo, volvieron a reincidir el sábado en el FRA (Festival de Rock de Alaquàs) y no dieron demasiada tregua al personal para que se pusiese a hacer fotos y vídeos. Solo bailar, botar y gritar. El resto de actuaciones programadas, unidas a un público hetérogéneo que juntó a veteranos, novatos y curiosos del pueblo en la vigésima edición del evento, dibujaron una bonita noche de rock.
Puede que sea el efecto repetición. El FRA ha traído a grandes nombres del panorama nacional e internacional desde 1994. A pesar del azote de la crisis económica, no ha renunciado a su principal seña de identidad –dado el nivel de los carteles que oferta–: la gratuidad. Algo que ha hecho bajar un poco el listón en los últimos años –el FRA llegó a ser todo un festival de dos días con inmejorable propuesta–, que, según el Ayuntamiento, supone un enorme esfuerzo económico, que se agradece.
Digna actuación de los alicantinos Gimnástica: buenas letras, algunos riffs pesados y pegajosos y una puesta en escena sobrada de actitud
Un matrimonio joven local paseaba por el recinto –el parque de la Sequieta– a una hora todavía prudente, empujando el carrito de su bebé. Contaba la pareja que este es el primer año que no se la pegan los dos, por razones que saltaban a la vista. Pero ambos guardan entrañables recuerdos, como el de amigos de toda la geografía española que flipaban con los grupos que podían venían a su pueblo. O, como insistió en recordar él, la anécdota del cantante de Los Planeta, Jota, vomitando en una esquina antes de subir al escenario, y el entonces concejal de Juventud del pueblo, Jorge Alarte –al que todos le atribuyen un papel fundamental en el nacimiento del FRA– espetándole: "O te subes a cantar o no se cobra".
Así, el respetable estuvo compuesto por viejos asistentes que, como la pareja se daban un garbeo con los niños; asistentes viejos mirando contentos cómo los jóvenes hacían sus cosillas; gente del pueblo y gente de fuera (Valencia, Alicante, hasta de Madrid vinieron tres chicos para ver a los Kakkmaddafakka). Unas 3200 personas, según los cálculos difícilmente verificables del Consistorio. En cualquier caso, buen rollo.
La noche la abrieron los que más tenían que ganar, los alicantinos Gimnástica, que venían tras haber ganado el certamen de selección de bandas de la región, el PreFRA. Les tocó la tarea más peliaguda sobre el escenario: tocar el primer acorde e intentar que el ambiente se caldease un poco. Su apuesta de pop rock guitarrero y bailable se apoya en la fuerte presencia de su pareja de frontmen, formada por Juanma al micro y Lucas en la guitarra principal. Aunque antes de sumergirse uno en su música Gimnástica pueda recordar al de otros grupos actuales del género, sus buenas letras, algunos riffs pesados y pegajosos y una puesta en escena sobrada de actitud les reserva un hueco propio. Échenles un ojo.
Misión cumplida, el público iba cogiendo calor. Llegaba el turno de Gatomidi, trío valenciano ruidoso y gritón, que llevó al público de viaje por oscuros caminos, con mucha distorsión, temas largos y elaborados y, todo sea dicho, una distancia considerable entre ellos y el personal.
Y, llegó el turno de los cabezas de cartel. Las primeras filas se apretaron para ver salir uno por uno a los miembros de Kakkmaddafakka, pero a la mitad de Touching, el tema de apertura, todo se había revuelto bastante. Se habían metido en el bolsillo a la parroquia, que danzaba de lo lindo. Estos veinteañeros de Noruega que, por la felicidad y el brío de su música, no parecen venir del norte precisamente, recibieron y dieron un amor bastante devoto, de ese que ya no se acostumbra tanto en los escenarios de rock. Y lo dicho, la gente, entre la que había mucho adolescente, prefirió dejarse el móvil en el bolsillo y hasta sacó un par de mecheros para la balada de rigor. ¡Gracias!
En los hits que más han rulado (Restless, Forever Alone) y en los temas de temática más quinceañera se hacía un poco más patente que, al fin y al cabo, su música es comercial y que los de Bergen protagonizan un auténtico fenómeno fan. Pero hasta los más metaleros acabaron uniéndose a la fiesta, y es que los chavales (aunque ya están celebrando su década sobre los escenarios, rondan los 25 años) tienen un sonido compacto, combinan con frescura diferentes estilos —rock, reggae, toques de electrónica por momentos— y disfrutan como perrillos sobre el escenario, haciendo al respetable comer de su mano sin queja que valga. Una relación fluida, casi un idilio. Y la mejor noticia es que la máquina está bien engrasada, con vistas a grabar nuevo trabajo y demostrar de qué son capaces si siguen evolucionando (y madurando). ¡Por favor, sí!
"¡Droga caníbal!", empezaron a gritar unos durante el bolo de The Parrots. No venía muy a cuento, pero les secundaron algunos
Con el colectivo noruego fuera de pista y la noche bien avanzada, entraron The Parrots, a los que se les había quedado una arena con más espacio y que acusaba un poco el cansancio. Pero claro, el trío madrileño es que mete mucha caña. Se les puede calificar sin miedo de anfetamínicos, y de lisérgicos, también. Consiguieron menear mas de una melena, un pogo constante en la recta final de su actuación y que un par de personajes comenzasen a gritar en un momento dado: "¡Droga caníbal!". Sin que viniese a cuento, por supuesto, pero logrando que les secundasen algunos pares de personajes más. Buen concierto de garaje surfero y psicodélico, pues, sobre todo para el panorama que les recibió.
Para el cierre, que se alargó hasta las seis de la mañana, popurrí de rhythm and blues, rock and roll, algo de electrónica y el toque justo de pachanga a cargo de Los Átomos DJ. Sin olvidar que desde las ocho de la tarde y hasta el final sonó música –tecno, casi siempre– en la carpa de dj. Al principio no hubo ningún adulto –queda en la retina de este cronista la imagen de ocho o nueve enanos de menos de cuatro años, contorsionándose al ritmo del bajo como si fuesen dignos asiduos de la noche berlinesa–, pero, entrada la madrugada, el buen hacer a los platos consiguió un buen ambiente de rave.
En definitiva, noche de música y goce en Alaquàs, que ojalá se repita unos pocos años más. Para que se pueda seguir cumpliendo lo que decía, encogiéndose de hombros, el matrimonio local y ya apartado del circuito: "Hombre, venir hay que venir".
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