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Robe Iniesta y la gratitud indeseada

Extremoduro mostró en Villena (Alicante) durante algo menos de tres horas su solidez en directo. Se echó en falta parte del repertorio más duro —y clásico— del grupo

La actuación de Extremoduro el pasado miércoles en Villena.
La actuación de Extremoduro el pasado miércoles en Villena.VILLENACUENTAME.COM

Los Extremoduro han conseguido muchas cosas en la música española. Cosas de agradecer. Una de ellas, la principal, es que sigan girando, 25 años y 14 discos después, con un repertorio del que siempre se pueden sacar un par de horas de buen rock duro, dosis de poesía marginal y políticamente muy incorrecta y, en fin, un puñado de himnos con los que cantar a voz en grito. Ayer miércoles, 15.000 personas agradecieron todo esto con una ovación a la banda tras su actuación en Villena (Alicante). Sin embargo, el frontman, el cantante, el compositor y único miembro permanente del conjunto, Robe Iniesta, no estaba allí, abrazado a sus compañeros, para recibir el homenaje. Se había ido un cuarto de hora antes, no está muy claro por qué.

Robe siempre ha tenido una relación un poco trabada con su público, con grandes picos y algunos grandes bajones. Igual le da consejos vitales en forma de verso que le suelta exabruptos, que a veces el respetable no termina de entender del todo bien. Desde la arena, unas veces le ríen las gracias y otras le miran con gesto inquisitivo. Pero entre Robe y su público, entre el público y Robe, siempre ha habido un sentimiento muy puro y muy patente: la gratitud. Él, a quien se lo han dado todo en su carrera, lo dice repetidamente y con diferentes fórmulas a lo largo del show ("gracias a los que habéis venido adonde os quieren sin que vengáis"), y ellos lo expresan con aplausos y dejándose la garganta, cantando de memoria las canciones.

El cantante y líder de Extremoduro, Roberto Iniesta, ayer.
El cantante y líder de Extremoduro, Roberto Iniesta, ayer.villenacuentame.com

Ayer, un respetable que ya no se apretuja tanto ni suda a chorros asistió a un concierto de cerca de tres horas —descontando las pausas— más sosegado que en tours anteriores, con más mimo y menos ruido. La banda plasmó en directo su cambio de rumbo en los últimos tres discos. Por ejemplo, con el pasaje sinfónico de cerca de 20 minutos que constituyen Dulce introducción al caos y Primer movimiento: el sueño tocadas una detrás de la otra, como arranca el trabajo La ley innata (2008). O con los momentos tranquilos de Si te vas... o Tango suicida, ambos de Material defectuoso (2011). Quizá esto jugó en detrimento del repertorio más cañero (y, posiblemente, más genuinamente extremoduro) de la banda.

Tocaron, claro, Puta, Prometeo, Tu corazón o Sucede. Pero se dejaron en el tintero Jesucristo García (!), Pepe Botika, Deltoya o So payaso... por nombrar algunos imprescindibles. Es lo que conlleva tener un repertorio tan extenso y apostar fuerte por la instrumentación. Esto el personal no lo agradeció demasiado, y a la salida el tema de conversación generalizado era cuántos temas habían dejado de tocar. O por qué Robe se había ido de manera abrupta, dejando a sus compañeros con los acordes del Si tú te vas de Platero y tú (gracias Iñaki, por seguir ahí, y por esos solos de guitarra de cerca de 10 minutos).

El guitarrista de Extremoduro Iñaki 'Uoho' Antón, ayer en Villena.
El guitarrista de Extremoduro Iñaki 'Uoho' Antón, ayer en Villena.villenacuentame.com

Lo que importa es que el espectáculo estuvo imbuido del aura del grupo. Extremoduro irrumpió durante la década de los 90 en la vida de miles de chavales —los mismos que ayer escuchaban atentos en Villena, un pelín desmejorados y bastante menos gamberros— dándoles lo que pedían: una pócima de rock duro callejero y poesía dura y callejera. Un postadolescente que se empieza a enfrentar la vida necesita todo menos corrección política en la música que escucha, y las letras de Robe nunca tuvieron reparos en describir desamores ácidos, pajas mentales —y no tan mentales— o paseos por los diferentes niveles del mundo de la droga.

Otra cosa a agradecer. Y es que, tanto si uno empieza a verse expuesto a ese mundo sin tener ni idea, como si uno está de vuelta y media, es bueno que haya alguien que hable de ello sin tapujos en sus letras; alguien que cuando llegue la pausa de 20 minutos de su bolo te suelte aquello de "nos vamos un ratillo a hacer lo que nos da la gana, vosotros haced lo mismo, pero cuidadito... ¡que no os vean!" (Ya no sabemos si van a drogarse, pero la frasecita de marras ha devenido en momento obligado en los conciertos de Extremoduro). Es bueno porque el mundo de la música y el audiovisual, el del arte mayoritario y masificado, está lleno de yonkis encubiertos, que hacen las delicias de niños y mayores con su sensibilidad y su vida de cara a la galería, en la que, por supuestísimo, no se drogan. Hasta que, poniendo el colofón a un infierno de adicciones y depresión, se suicidan o mueren de sobredosis de manera inevitablemente estridente.

Quizá sea por no haberse callado nunca, por vivir como quiere, por lo que Robe sigue un año tras otro cerrando las bocas de propios y ajenos, que le entierran prematuramente en cada gira, que siempre, "esta fijo que sí", va a ser la última. Y nunca es la última.

Por ocupar este puesto de mártir del rock, de Jesucristo marginal crucificado a base de pastillas —y por hacerlo con un sonido propio, inconfundible e inolvidable— Roberto Iniesta y su Extremoduro siguen mereciendo la gratitud de su afición. Aunque esta esté un poco más achacosa y brinque menos, y aunque aquellos toquen menos caña. El caso es que se llevaron la ovación del público. Pero Robe no la quiso recibir. Estaría bien saber por qué.

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