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REGRESO AL ORIGEN / JORDI SURÍS

“Quiero vivir en un bosque que no sea de otro”

Jordi Surís, exprofesor de español, se prepara para vivir en la naturaleza

Rebeca Carranco
Jordi Surís, meditando en el patio de un piso en Campins.
Jordi Surís, meditando en el patio de un piso en Campins.GIANLUCA BATTISTA

"¿Quieres algo? Aparte de té, café y agua, no tengo nada más”, se excusa Jordi Surís, que camina descalzo por un piso-estudio casi sin amueblar. Vive en Campins, un pueblo de 544 habitantes, junto al parque natural del Montseny. Normalmente, se levanta con los primeros rayos, cuatro días por semana hace meditación, queda con una vecina del pueblo para hacer taichi, y después se escapa a la montaña a caminar durante varias horas. Surís, de 65 años, tiene un sueño, irse a vivir al bosque con su tribu, y lleva siete años preparándose para ello.

Sonríe cuando se le pregunta por su historia de vida, que está encantado de explicar. “Es mi relato, a mí me sirve, pero no tiene por qué servir a todo el mundo”, aclara. Hace siete años, Surís dio el paso de alejarse de lo que huele a civilización. Tiene un coche, un móvil de los de generación antigua, un portátil y poco más. Ya no encuentra tiempo para ir al cine, al teatro o a exposiciones en Barcelona, y tampoco le sobra para atender a sus 13 hermanos y 22 sobrinos repartidos por el mundo. Eso sí, los domingos baja a Barcelona a dormir con su padre, que tiene 95 años.

Como en toda historia, hubo un antes, en el que Jordi era profesor de español para extranjeros, su trabajo más constante que ejerció durante 20 años en la ciudad. Había estudiado psicología, filología catalana, escribía… “Siempre me costó salir adelante, me sentía aislado, y me resultaba difícil ganarme la vida”, recuerda. Muy lentamente, fue virando hacia el origen, hacia la naturaleza. “La civilización no te permite ser quién eres. Vivimos en una situación artificial, falsa, que te aparta de la realidad, que es celebrar la vida”, alega.

Hace siete años, decidió vivir sin trabajar y sin casa, y ha permanecido cuatro meses a la intemperie

Su acercamiento a la naturaleza empezó cuando logró un trabajo gestionando una torre rural, en la sierra de Llaners, donde se hacían talleres. Su vida estaba cambiando. Se había separado de la que era su pareja de toda la vida, y poco a poco, exploró un camino diferente, sin ataduras ni convenciones sociales. Permaneció allí cinco años, en los que se adentró en el bosque, de una “forma mágica”. Y cuando dejó ese trabajo, lo decidió: “Sobreviviré de lo que pueda hasta llegar a la jubilación, sin casa propia”. Desde entonces, todo lo que tiene son los derechos de autor de libritos de enseñanza de español para extranjeros y alguna ayuda. En total, unos 5.000 euros al año con los que paga los 150 euros del piso que le ha alquilado un conocido en Campins, en el que lleva unos meses (cambiado frecuentemente de casa).

El nuevo DNI

Jordi Surís

65 años

Exprofesor de español

Nómada, residente en el bosque

El paso más grande hacia su sueño lo dio hace dos años, cuando vivió cuatro meses en el bosque, durmiendo a la intemperie, en una esterilla. “El mayor problema son los mosquitos y encontrar un lugar llano, en el que poner el saco y dormir”, explica, para sorpresa del interlocutor. Para asearse, intentaba ir a un área de servicio, o a alguna fuente pública. O bien aprovechaba la visita a la familia para pasar por una ducha o lavar la ropa.

Vivir en el bosque da mucha serenidad, pero también infunde temores. El más grande es la “desconexión” de los demás, cuenta Jordi, que por eso cree en la tribu, e intenta animar a la gente para que comparta con él la experiencia. Siempre se lleva su móvil, y es bastante activo en las redes sociales, sobre todo Facebook. Desde hace años organiza un taller, el bosque transfigurado, que consiste en aprender a comunicarse con la naturaleza. Antes cobraba por ello. “Ahora la gente no tiene un duro”, así que quien quiere pagar lo hace, y quien no puede, no. “No es una condición para mí cobrar, que cada uno ponga lo que pueda”.

Pero su retorno al origen no tiene que ver solo con la naturaleza. Jordi practicó durante 14 años una dieta crudista: todo lo que entraba a su organismo no estaba cocinado. “La comida cocinada tiene que ver con la cultura”. Incluso llegó a probar una terapia consistente en comer durante 15 días con los ojos cerrados, en base al olor de los alimentos. “Me di cuenta de que aquello que más me gustaba con los ojos abiertos no era lo que más me gustaba con los ojos cerrados”. Finalmente, lo dejó porque le complicaba la vida social enormemente: “Todas las celebraciones se hacen alrededor de la mesa”.

Jordi está ya casi listo para acabar su plan, pero tiene que elegir bien. “Quiero vivir en un bosque que no sea de otro, o que alguien me lo deje. Y creo que la conexión con la naturaleza requiere de una tribu, no es aislamiento”, cuenta. Mientras relata qué era y qué es su vida, suena en dos ocasiones su móvil, pero no lo coge, ni siquiera mira quién es. Parece que podría pasarse todo el día contando sus proyectos cargados de filosofía. Habla de cómo habría sido el mundo si se hubiese optado por la recolección en lugar de por la agricultura, de la malsana adicción social al sufrimiento, de la paz que le causa tocar el tambor, de la meditación... Mientras llega ese día, de vez en cuando sale y duerme en el bosque, él le llama “estar fuera”. Aunque la última resultó algo decepcionante. La pasión por la montaña y el deporte disturbó su sueño. “Aparecieron unos excursionistas con linternas en la frente... Aquello parecía el aeropuerto del Prat”, bromea.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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