La apropiación (indebida) del maragallismo
La Barcelona de Pasqual Maragall era una ciudad equilibrada, no la aspiración neoliberal nacionalista o pequeñoburguesa de Esquerra
Los candidatos en las primarias de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) para la alcaldía de Barcelona manifestaron hace unos días con notable desenvoltura que su formación aspira a representar un nuevo maragallismo. Es una afirmación temeraria que quizá busca algo de base en los movimientos de acercamiento a Esquerra que ha protagonizado Ernest Maragall, hermano de Pasqual, pero poco representativa de lo que en el ámbito del gobierno local de Barcelona se podría entender como maragallismo.
El maragallismo es otra cosa, poco que ver con el proyecto de ERC, como se ve a la legua cuando los proponentes de la nueva fórmula intentan lanzar ideas coherentes sobre su fe sobrevenida. Es una pretensión que al candidato Oriol Amorós le hizo decir algo tan poco creíble e insoportablemente cursi como “(…) encontrar los barrios tan acogedores que nos parezcan el recibidor de casa”.
Si entendemos por maragallismo cierta idea de Barcelona, de su lugar en Cataluña, en España, en Europa o en el mundo y, también, una determinada concepción del arte de gobernar y de gestionar una ciudad comprobaremos enseguida que tanto una cosa como la otra son incompatibles con el proyecto de Esquerra. Bastará con apuntar algunas referencias.
La posición que Barcelona tiene en el paradigma del alcalde Maragall es absolutamente prioritaria y central. En consecuencia, Maragall jamás habría considerado la sumisión de Barcelona al Gobierno de la Generalitat que Esquerra ha convalidado y convalida en el Ayuntamiento y el Parlament. En la teoría y en la práctica, la Barcelona de Maragall es una ciudad potente, no una ciudad subordinada como la de Trías y que ERC se esmera en no contradecir. ¿Se olvidó tan pronto la política alternativa al nacionalismo que Maragall fue capaz de elaborar y aplicar? ¿De una política y un modelo que, en tanto que no nacionalistas, fueron objeto del acoso sistemático del nacionalismo?
La posición que Barcelona tiene en el paradigma del alcalde Maragall es absolutamente prioritaria y central
La Barcelona de Maragall era y es un proyecto socialdemócrata, un proyecto de ciudad equilibrada que no tiene nada que ver con la ilusión neoliberal que se ha injertado en el nacionalismo ni, para ser más comprensivos, con las aspiraciones pequeñoburguesas del programa de Esquerra.
El proyecto del nacionalismo más conservador y el pretendidamente más progresista de ERC coinciden en algo esencial que es su insistencia en acotar la capitalidad de Barcelona a Cataluña. Límite que la ciudad ha tendido históricamente a sobrepasar en su vocación persistente de proyectarse al mundo, de volar alto y lejos.
La Barcelona de Maragall, aparte de su proyección en el conjunto de Cataluña y en el ámbito hispánico, es la ciudad que establece lazos naturales y operativos con las grandes ciudades del mundo y que se lanza a competir con ellas. Es la Barcelona que vence a París y Amsterdam en la carrera por los Juegos, es la ciudad que tiene un acceso normalizado a centros de poder político, cultural y económico en todo el mundo. La política nacionalista —que, no olvidemos, es la política de Esquerra y la de sus hermanos mayores de Convergència— ha visto siempre con recelo las propuestas internacionales potentes surgidas desde Barcelona, por un temor patológico a la desnacionalización del país.
En cualquier caso, lo que los ciudadanos de Barcelona veían con ilusión desató en 1992 una gran preocupación en el ámbito nacionalista, que se atribuyó el derecho a velar por el mantenimiento de las esencias, supuestamente amenazadas por tanta confraternización olímpica, especialmente la dirigida a nuestros vecinos de la península.
El gusto por la administración pública y una cierta visión meritocrática es otra de las características del maragallismo que lo separa con nitidez de la experiencia de gestión nacionalista.
La primera intervención de Pilar Rahola como líder municipal de Esquerra cuando entró en el gobierno municipal fue exigir el cambio en la bandera y el escudo de Barcelona, movimiento perfectamente alineado con las prioridades propias de un partido nacionalista pero que chocaba frontalmente con la concepción de Maragall sobre las ciudades porque estas, en contraposición a las naciones —reiteraba—, no tienen ni banderas ni fronteras.
La centralidad de Barcelona en el proyecto maragallista no fue obstáculo para una intervención sistemática de la ciudad en el conjunto de Cataluña, una práctica de colaboración con las autoridades municipales y sus proyectos locales que vino a ser como una puesta al día del liderazgo que suponía la institución del carreratge y que condujo al excepcional programa de subsedes olímpicas.
Y para trazar una línea más definitiva, la Barcelona de Maragall se proyectó en la activación de la Barcelona metropolitana, tan opuesto a la visión nacionalista que llevó a Pujol a abolir la Corporación Metropolitana.
La posición nacionalista, y concretamente la de Esquerra, ha sido y sigue siendo la de mantener la penalización electoral a los ciudadanos del territorio más dinámico de Cataluña en beneficio de las áreas rurales, en línea con lo que han tendido a hacer siempre los partidos conservadores.
Xavier Roig fue jefe del gabinete del alcalde Maragall
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