Churras y merinas en un festival sostenible
El Bona Nit Barcelona vio triunfar a Jorge Drexler y José González
Media entrada larga, esa que puede inquietar al promotor pero satisface al público, holgado espacio suficiente como para llegar a primera fila o sentarse en el suelo como si aquello fuese un festival hippie. No lo era, ¿o sí? ¿Es hippie el reciclaje? El Bona Nit Barcelona, festival que alcanzaba la noche del pasado sábado ya su segunda edición, se presenta diciendo que es un festival sostenible.
Se ignora si eso de sostenible quiere decir rentable en palabrería verde o que, como se supone y se pudo ver, esto de la “sostenibilidad” —horroroso palabro que merecería un dardo del inolvidable académico Lázaro Carreter— significa que se ven palés por todos los lados (el palé es el Santo Grial del reciclaje) y que al entrar entregaban un vaso que el personal hubo de adoptar como compañero y cargar como músicos ambulantes en busca de sustento. Todo sea por el crujir de las lechugas.
¿Y la música? Pues chocante, dado que a priori la incorporación de Jorge Drexler al cartel parecía un añadido que sólo respondía a la búsqueda de público, planteando dudas sobre su encaje con José González y Erlend Oye, artistas de perfil indie. Pues ningún problema, hasta el punto que olvidando a Erlend Oye y su pánfilo concierto de foc de camp, tanto la introspección del sueco-argentino como el amable romanticismo del uruguayo-hispano encontraron la complicidad de un público que no hizo caso alguno a las etiquetas. Tal parece que éstas ya están sólo para dar lustre a los estudiosos. En el Pueblo Español, que es en arquitectura lo que el ketchup al tomate y por ello lugar insólito para hablar de respeto al medio ambiente, no se distinguió a los fans de uno y de otro, y el cierre de la noche con Drexler fue perfecto.
El uruguayo no hizo un concierto de gira, sino un resumen de éste ajustado a la hora y cuarto de la que disponía. Así cantó piezas de su último trabajo, Bailar en la cueva, sazonadas con clásicos como Deseo, Guitarra y vos o Todo se transforma.
Antes, José González creó un marco de fragilidad introspectiva nada quebradiza, una suerte de ambiente de laica espiritualidad folkie pautada por su más que expresiva voz y sus arreglos austeros, casi de celda cisterciense. Sonidos en perfecta sintonía con un espíritu de turbulencia campestre, o campo no bucólico que ayudó a definir una plácida noche entre palés y armonías.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.