Lo alternativo llega al palco
Las obras teatrales del círculo independiente se hacen un hueco en las salas comerciales de la capital. Las compañías aplauden el riesgo tomado por los programadores pero luchan contra la precariedad
Los personajes de Tape comienzan moviéndose por el patio de butacas, jugando como adolescentes en torno a una cámara de vídeo. Tras la primera escena, esos niños grandes toman el escenario. Y con él, llega la madurez y sus responsabilidades.
Ese es exactamente el mismo proceso que ha sufrido la compañía La Canoa Teatro, responsable del montaje de este texto de Stephen Belber (autor también de The Laramie Project). Lo que comenzó con una residencia artística en la sala independiente Kubik Fabrik, ha llegado al Lara, uno de los espacios míticos del teatro madrileño. Y no al hall, donde normalmente se programan las piezas de menor presupuesto y más riesgo creativo. Tape ha tomado la sala grande. Y no es la única obra que ha dado el salto tras años de separación entre ambos mundos.
“Es complicado llegar a los círculos comerciales, se tienen que alinear los planetas. Pero cada vez se está dando más, quizás porque los teatros están ampliando más su repertorio, apostando por la multiprogramación [tener en cartel varias obras a la vez, en distintos días y horarios]. Ahí es donde tenemos nuestra a oportunidad de entrar en un círculo más comercial”, analiza Bruno Ciorda, director de la obra. Como ellos, lo han conseguido Los 4 de Düsseldorf, de José Padilla, que empezó en la pequeña sala Sol de York y ha pasado por el Infanta Isabel o el Arlequín; La evolución, que nació en el Teatro del Arte para llegar al Galileo; Mejor historia que la nuestra, desde la Kubik Fabrik al hall del Lara…
Programadores y autores coinciden en que esta apertura paulatina al teatro independiente viene dada por la pujanza de las salas del off, cada vez más numerosas y fuertes. “Se escriben mejores textos, hay mejores montajes y estamos creando un nuevo público. Este debería ser el camino natural”, opina Fernando Sánchez Cabezudo, director artístico de la Kubik.
Pero el camino se interrumpió en los últimos años: este tipo de producciones eran vistas con desconfianza desde el punto de vista económico en un momento —la curva más baja de la crisis— en el que la rentabilidad no estaba asegurada ni con grandes cabezas de cartel. Milagros como el de La función por hacer, de Miguel del Arco —que pasó de un local de ensayo al hall del Lara en 2010, y de ahí a hacerse con siete premios Max al año siguiente— eran el improbable espejo en el que mirarse.
Del Arco tuvo que enfrentarse a las primeras vacas flacas de un teatro que entre 2008 y 2012 perdió un millón de espectadores solo en Madrid. Pero no tenía el trampolín de las salas independientes, que han ganado relevancia desde entonces. Ellas son ahora quienes ejercen el papel de primeras madrinas de las obras, cuando aún no son más que un embrión. “Si no fuera por espacios como La casa de la portera, Sol de York o Kubik yo no estaría aquí”, asegura José Padilla, dramaturgo y director de Los 4 de Düsselford, premio El ojo crítico 2013 y Réplica a mejor autoría canaria.
Pero entre la alegría contenida de observar cómo una puerta hasta ahora cerrada comienza a abrirse, existen aún algunas incertidumbres. En primer lugar, en época de estrecheces, las económicas. Yolanda Vega, actriz y productora de Tape, confiesa que, pese a estar programada durante cinco semanas en el Lara (hasta el pasado 3 de julio), la obra aún no genera beneficios. “Solo se paga a los empleados, los socios, que también trabajamos, no vemos nada”. Las ganancias van destinadas a cubrir los gastos fungibles y la inversión inicial de 3.000 euros necesaria para sufragar los derechos de autor y la escenografía.
El principal peligro, asegura Padilla, es que la precariedad —a menudo criticada— del off cruce al on con las pequeñas compañías que “no tienen la posibilidad de exigir ciertas condiciones”: “Si fuera así flaco favor nos haríamos. Hay que recordar que estamos ganando este espacio por derecho, y que nadie nos está haciendo ningún favor. El trato comercial debe ser beneficioso para las dos partes”. “Nuestras salas nacen sin ánimo de lucro. Nosotros apenas ganamos. No se nos puede poner la responsabilidad de profesionalizar el sector”, añade Sánchez Cabezudo. Raúl Rivera, que ha lanzado el programa Cazatalentos para hacer llegar autores alternativos al Teatro Infanta Isabel, duda: “No sé si algunas salas lo hacen diciendo ‘Que arriesguen otros, y si funciona me lo llevo yo’, o ‘Es el momento de arriesgar”.
Otro de los temas que causan cierta preocupación en los independientes que se acercan al on es la multiprogramación. “Estamos muy, muy agradecidos al Lara, aún no nos lo creemos”, se apresura a decir Vega, “pero también es verdad que apenas se nos ha hecho publicidad, y nosotros estamos llevando la prensa. Entiendo que los recursos los dediquen a obras que les aseguren espectadores, como Burundanga [también en la sala], y nosotros no tenemos 20.000 euros para dedicarlos a comunicación, así que aunque estemos en un teatro grande, no estamos en igualdad de oportunidades”. Sánchez Cabezudo señala que para los grandes teatros este tipo de iniciativas es también cuestión de marketing: “Llegan a públicos distintos”.
Esta es la cuestión de fondo: el público. ¿Hay suficientes espectadores para llenar las salas off, las obras comerciales del on, y este híbrido entre ambos campos, multiprogramación incluida? Raúl Rivera es optimista: “Se están creando nuevos espectadores, sobre todo gracias a formatos más cercanos, como el microteatro, y con las redes sociales. Ese público luego da el salto”. Pero José Padilla se detine y titubea: “No lo sé... Realmente no sé si hay público para tanta sala. Se nota cierta dispersión, y a veces se les echa en falta. Si una entrada cuesta 14 o 16 euros, la gente se lo piensa. Tenemos que pensar, todos, cómo atraerle”.
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