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ROCK | B.R.M.C.
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Adrenalina y barullo

El trío californiano Black Rebel Motorcycle Club entrega una sesión generosa y vitamínica, pese a que la mala acústica difuminó su indudable pegada

Tres efectivos no son demasiados para una banda de rock, pero Black Rebel Motorcycle Club siempre han sabido conjugar los ajustes de personal con una propuesta ruda, contundente y vigorizante. Los californianos se prestaron ayer durante dos generosas horas a una exhibición de fuerza en La Riviera (media entrada), pero la saturación sónica chocó con la deplorable acústica. La eclosión de adrenalina quedó a ratos reducida a barullo, y solo al final las hipercalóricas Red eyes and tears o Spread your love y la inexcusable Whatever happened to my rock‘n’roll ejercieron como euforizantes.

Peter Hayes y Robert Levon Been se alternan en las voces y trabajan a destajo mientras la batería de Leah Shapiro aporta un aire áspero, marcial. Entre el rock de garaje y el blues pantanoso, piezas como la inaugural Beat the devil’s tattoo rozan el sortilegio que convirtió a White Stripes en atípica banda de masas. El trío a veces se aproxima a los U2 primigenios (Let the day begin, Weight of the world) o abusa del rock monocorde, como si hubieran escuchado demasiadas veces Tomorrow never knows (cayó una versión de I don’t wanna be a soldier, mama). El vencedor de la bicefalia fue Robert, que canta mejor, amenazó con dejar de tocar si el público no se le acercaba y regaló una inesperada versión de I wanna be sedated. Va por ti, Tommy Ramone.

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