Lección de historia sin nostalgia
El Festival de Guitarra cierra con un histórico Bryan Ferry
El Festival de Guitarra —ahora, tal vez por eso de que la modernidad se escribe en inglés, Guitar Festival— barcelonés cerraba su primer cuarto de siglo invocando a todo un histórico, no de las seis cuerdas pero histórico a fin de cuentas: Bryan Ferry. Un colofón de lujo que en el auditorio del Fòrum no llegó a parecerlo porque el inmenso local no solo queda a trasmano y fuera del circuito habitual sino que es demasiado grande y las aproximadamente mil ochocientas personas, según la dirección del certamen, que ayer se acercaron hasta allí no dieron esa necesaria sensación de llenazo que la ocasión se merecía.
FESTIVAL DE GUITARRA
Bryan Ferry
Auditorio del Fòrum, 5 de julio.
Bryan Ferry arrastra más de cuarenta años de la mejor historia del rock a sus espaldas y lo dejó claro con solo pisar el escenario y, sin mediar palabra, invocar el espíritu del primer Roxy Music. Vestido con una chaqueta de flores doradas —más propia de un entertainer de Las Vegas que de un héroe del glam rock— y rodeado de seis magníficos músicos y dos coristas —ataviadas en vistosos dorados a juego con el líder— Ferry fue repasado su ya larga carrera, oscilando entre las dos etapas de Roxy Music y sus temas posteriores pero sin hacer ningún hincapié especial en su última producción discográfica —decisión acertada—.
Ocasionalmente sentado ante un pequeño y moderno teclado de un chillón color rojo —no llevarlo es no estar al día— y hacia el final tocando la armónica, el británico se mostró en magnífica forma. Su voz nada tiene que envidiar a la de antaño y su fuerza escénica sigue siendo apabullante. Buenos solos de su joven guitarrista y mejores todavía de una también joven y estilizada saxofonista de puntiagudos tacones sonando en el más puro estilo Andy Mackay. Ese sonido lacerante y algo metálico, tanto con el soprano como con el tenor, fue el único toque nostálgico de una velada que podía haberse columpiado en la nostalgia —la lista de canciones interpretadas podía sugerirlo— pero que sonó siempre en tiempo presente. Incluso las viejas canciones de Roxy Music sonaban con inaudita actualidad. Avalon levantó al público de sus asientos, nadie la había olvidado, y Love is the drug provocó ya la locura: si al principio algunos bailaban en los laterales, a partir de ese momento todo el público estaba ya de pie en pleno movimiento apretujándose ante el escenario. Un apoteósico Editions of you precedió al recuerdo de John Lennon con el que Ferry suele cerrar sus conciertos: inmenso Jealous Guy.
Un final de concierto auténticamente rockero en un entorno arquitectónico que de rockero tiene bastante poco. No, no era el local adecuado pero fue un concierto de alto voltaje y quedará en la memoria de muchos. Una verdadera lección de historia del rock.
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