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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lecciones de Horta de Sant Joan

Los bosques son los almacenes en los que guardamos, por activa o por pasiva, nuestros desórdenes como sociedad

Esta semana TV3 proyectó El gran silenci, un documental sobre el incendio de Horta de Sant Joan de 2009 que provocó cinco muertes de bomberos y asoló más de 1.000 hectáreas en la peor catástrofe forestal de los últimos veinte años. La película tenía la virtud de dar por primera vez la palabra a los bomberos, otorgando el protagonismo a los profesionales que ese día se jugaron la vida y que, como demostraron en el documental, son los mejor posicionados para analizar las causas del accidente. Este relato en primera persona se hacía además regresando al lugar de los hechos, de manera que el espectador podía percibir los bosques de Horta y ponerse en la piel de los bomberos.

Retomar la palabra y hacerlo en el mismo escenario del accidente era un momento culminante del proceso de duelo de los bomberos, que llevan cinco años llorando la muerte de sus compañeros, recuperándose de sus heridas, preguntándose por el sentido de su trabajo y analizando por qué pasó y cómo evitar que se repita en el futuro. Es de una generosidad admirable que los bomberos accedan a hacer su duelo en público, porque en el documental reviven el accidente, enseñan su dolor, explicitan sus dudas individuales y como colectivo, comparten sus métodos de trabajo y demuestran su vocación de servicio público devolviendo a la sociedad sus conclusiones tras cinco años de análisis.

Por el camino, además de explicar su relato, nos dejan una lección moral: con la rabia y el dolor lo más fácil sería señalar culpables, pero ellos optan por una reflexión serena que permita hacer honor a las víctimas y mirar hacia el futuro apelando a algunas cuestiones de fondo que se derivan del incendio.

La primera conclusión es que tenemos un grave problema en la gestión del territorio. Como dice un bombero en el documental, “este incendio empezó hace cincuenta años” con el abandono de los bosques, que hace que más del 60% del territorio de Catalunya esté hoy en alto riesgo de sufrir un gran incendio. A esta mala gestión de los bosques se le suman los efectos de una urbanización dispersa y una cultura en la que el hombre sigue creyendo que puede poner la naturaleza a su servicio. Los bomberos saben mejor que nadie que los bosques son los almacenes en los que guardamos por activa o por pasiva nuestros desórdenes como sociedad, y nos suplican que no les dejemos solos. Pero mejorar la gestión del territorio no puede ser una conclusión general que se quede en el inventario de las buenas intenciones. Ahora que solo se considera lo que tiene rendimiento, podría apelarse también al valor económico de los bosques. Y, si no, que les pregunten a las empresas energéticas que ya buscan en la biomasa la alternativa a la dependencia del petróleo.

La excepcionalidad del incendio y la muerte de cinco bomberos explicarían la necesidad humana de buscar culpables a la desolación

El caso de Horta también revela la gran intolerancia de nuestra sociedad a los accidentes. La excepcionalidad del incendio y la muerte de cinco bomberos explicarían la necesidad humana de buscar culpables a la desolación. Pero, tras años de estudio, los bomberos han llegado a la conclusión de que, independientemente del origen del fuego, lo que pasó después fue un accidente, fruto de la magnitud del incendio, unas condiciones meteorológicas particularmente adversas, cambios imprevistos en el recorrido del fuego en tiempo récord y también la mala suerte.

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La complejidad de los incendios exige un diagnóstico que vaya más allá de buscar culpables. Y en este análisis el azar juega un papel importante. Horta y las polémicas que le siguieron enseñan que no estamos preparados para aceptar lo imprevisible y que tenemos una necesidad imperiosa de entender y controlarlo todo.

No aceptamos que el accidente forma parte de la misma existencia humana y del propio progreso: la invención del barco creó el naufragio, la aparición del coche privado multiplicó los accidentes de tráfico, las centrales atómicas facilitaron Chernóbil. Esta intolerancia al accidente es asimismo el resultado de una cultura en la que el desarrollo tecnológico lleva a creer que todo tiene solución, que no hay nada incontrolable, que no hay lugar para el azar. Para todos los problemas, una app. Horta es también una bofetada a esta cultura del solucionismo tecnológico.

Pero que haya sido un accidente no impide pensar que no haya responsables. Porque otra característica de nuestra sociedad es la difuminación de responsabilidades. Nadie es nunca responsable de nada. En Horta falló el conjunto de la sociedad, sí, pero unos fallaron más que otros: políticos que utilizaron el caso para luchas partidistas, medios de comunicación que encontraron aquí su particular drama de verano, batallas judiciales eternas, administraciones burocratizadas. Los bomberos han asumido su parcela de responsabilidad con este proceso de autocrítica, revisión y evaluación de su trabajo que ya querrían para sí muchas entidades públicas y privadas. La Generalitat tiene ahora la oportunidad de demostrar que está dispuesta a proteger correctamente a los bomberos, y probar así que abordará el futuro habiendo aprendido las lecciones de Horta.

Judit Carrera es politóloga

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