No, ministro
No cabía esperar de Jorge Fernández Díaz comprensión hacia la consulta, pero sí mayor ‘finezza' argumental
Puede que, un día, algún estudioso de la política catalano-española a caballo entre los siglos XX y XXI analice con detenimiento la llamativa metamorfosis de quien, a principios de los años 1980, era un joven centrista incluso con veleidades de centro-izquierda, y ahora es el titular del monasterio —perdón, ministerio— del Interior en el Gobierno de Mariano Rajoy. La transformación de aquel Jorge Fernández Díaz que, en octubre de 1982, fue el número 4 de la candidatura al Congreso del CDS por Barcelona (cuando el nuevo partido de Adolfo Suárez se definía “progresista” y cargaba contra “los intereses de algunos privilegiados económicos”), y aparece hoy como un integrista en todas las acepciones de la palabra.
Dejando al margen la libérrima esfera privada, ese integrismo sobrevenido se va manifestando en diversos terrenos públicos: el de la moral, con el fervoroso apoyo de Fernández Díaz al ultrarregresivo proyecto de Ley del Aborto de su correligionario —nunca mejor dicho— y compañero de Gabinete, Alberto Ruiz-Gallardón; el de una concepción del orden en la calle (la que inspira el proyecto de ley de Seguridad Ciudadana) restrictiva para las libertades de expresión, reunión y manifestación, como se vio en Madrid el día de la proclamación del nuevo Rey; y, muy singularmente, el de la actitud ante el proceso soberanista catalán.
No me interpreten mal: no es que cupiera esperar del señor Fernández Díaz, ni como persona ni como ministro, comprensión o afinidad alguna ante el propósito de celebrar en Cataluña una consulta autodeterminista. Pero, como buen conocedor de la sociedad y de la política catalanas, sí era lícito reclamarle análisis más sutiles y mayor finezza argumental en su previsible defensa de las tesis unionistas.
Pues no. Don Jorge se descolgó primero asegurando, con gesto apesadumbrado, que la terrible tensión social provocada en Cataluña por el debate independentista había obligado, las pasadas Navidades, incluso a cancelar comidas familiares (¿tiene el ministerio del Interior una estadística al respecto?) para evitar conflictos. Luego, se agarró al penoso incidente de Pere Navarro y la señora de Terrassa para asegurar que también él había sido víctima de un episodio parecido. Y por fin, la pasada semana, lanzó el bombazo del yihadismo: una Cataluña independiente, desprovista del “paraguas protector” de las agencias de espionaje y los servicios de seguridad internacionales, quedaría en un fatal “limbo jurídico” y “sería pasto” del terrorismo yihadista y del crimen organizado. Nada menos.
Cabe la posibilidad de que el ministro interpretase el augurio de su colega García-Margallo, según el cual una Cataluña independiente “vagaría por el espacio” sin anclaje alguno
Cabe la posibilidad de que el ministro del Interior interpretase al pie de la letra el augurio de su colega García-Margallo, según el cual una Cataluña independiente “vagaría por el espacio” sin anclaje alguno; en cuyo caso sí, tal vez se viese invadida por hordas de yihadistas llegados a bordo de transbordadores espaciales, en plan Stars War, ante la indiferencia de toda la galaxia. Pero si, como parece probable, esa eventual Cataluña conserva al menos su ubicación geográfica y mantiene los enlaces terrestres hacia España y Francia (con el dinero que ha costado, ¿van a cegar el túnel ferroviario bajo los Pirineos? ¿nos cercarán con una muralla china?), entonces la amenaza de Jorge Fernández resulta estrictamente grotesca.
En efecto, ¿puede alguien alfabetizado creer que Europol, Interpol, Francia, los Estados Unidos, la misma España, etcétera, asistirían indiferentes y pasivos a la transformación de la Cataluña independiente en un santuario del terrorismo islamista, del tráfico de drogas y de las grandes mafias, todo ello en plena Europa occidental, a pocas horas de viaje de Madrid, de París, de Marsella o de Milán? Bien al contrario, los aparatos policiales y de inteligencia europeos y americanos se apresurarían a intercambiar información y a colaborar con la policía catalana en la lucha contra aquellas amenazas globales. No por simpatía hacia el hipotético nuevo Estado, sino por puro interés propio y miedo al contagio.
Mal que le pese a algún demagogo con cátedra, Cataluña no va a ser nunca Somaliland. Pero es que incluso con respecto a Somaliland, o a la más remota provincia paquistaní, o a la más inhóspita región tribal de Afganistán o del Yemen, la CIA recoge información, colabora con los poderes locales si los hay y envía sus drones a combatir el yihadismo cuando lo juzga necesario. Lo hace en el Waziristán del Norte, ¿y miraría para otro lado de dibujarse una amenaza islamista grave en el área de Barcelona? ¿A quién quiere engañar, señor ministro?
Estos días, Mariano Rajoy ha anunciado vagas medidas de regeneración democrática, a concretar y negociar una vez pasado el verano. Las aguardamos con la mayor expectación; aunque, de momento, bastaría —y ello no exige cambios legislativos, ni requiere pactos con la oposición, ni tiene coste adicional alguno— con que sus ministros se conjurasen a no falsear la realidad, ni practicar la demagogia, ni tratar de estúpida a la ciudadanía. Con más motivo el titular de Interior, porque creo recordar que el octavo mandamiento de la ley de Dios dice: “No levantarás falso testimonio ni mentirás”. ¿Me equivoco, señor Fernández Díaz?
Joan B. Culla i Clarà es historiador
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