Bailando con lobos

La esperada coreografía de Andrea Miller decepcionó. Pese a que contiene imágenes bellísimas, momentos logradísimos y secuencias de una gran riqueza coreográfica, además de contar con doce magníficos intérpretes. Wonderland, el espectáculo que anoche inauguró el festival de verano barcelonés no entusiasmo al público. Aplausos correctos y nada más. Los comentarios generales era de “sí, pero..”. “Le sobran veinte minutos” o “le falta corazón”.

El público llenó el teatro Grec de Montjuïc. A pesar que la noche del estreno hay numerosos invitados, también hubo un sector importante de espectadores que había comprado su entrada porque quería conocer el trabajo de la coreógrafa de moda en los círculos de la danza contemporánea de Nueva York. Un público que había entrado al recinto acompañados por la ensordecedora música de silbatos, bocinas y tambores de la manifestación de funcionarios del Ayuntamiento que solicitaban el pago de unos atrasos. La humedad de la noche y los gritos de los manifestantes predisponían al tema de Wonderland: el poder de la manada.

Andrea Miller deja atrás un mundo ingenuo al estilo de Esther Williams para adentrarse en la actuación psíquica y física de una manada humana, formada por individuos egoístas, que actúa como una unidad. Para ello se ha inspirado en la instalación escultórica de Los lobos de Head On del artista chino, Cai Guo-Quiang, que consta de un muro de cristal y 99 réplicas de lobos a tamaño real, que parecen estrellarse contra un muro. Esta impactante visión ha llevado a la autora a crear un baile en que los intérpretes se mueven como animales. Sus cuerpos muestran un movimiento felino y una gran vitalidad. La danza contemporánea se entrelaza con elementos de la danza clásico para desembocar en un caudal de fluido y voluptuoso baile.

El principio de Wonderland es espectacular. Los bailarines, entre sombras, danzan acompañados por el sonido atropellado del correr de una numerosa manada de animales. Un ruidoso galope que se traduce en un enérgico y fértil baile, los intérpretes se agrupan formando figuras escultóricas, de repente la tensión se interrumpe. Suena una música de cabaret y el baile se vuelve inocente y despreocupado. El acertado college musical, que abarca desde pasajes sonoros a música cinematográfica pasando por la música clásica, es el que marca el camino por el que se mueve esta singular manada. Los diferentes cambios de ritmo conllevan cambios en el vocabulario coreográfico, unos cambios que en ocasiones resultan brillantes y en otras planos y aburridos.

A Wonderland le falta pasión para expresar con contundencia el sugestivo tema que plantea: ¿la mentalidad de manada es inherente y potencialmente peligrosa del instinto humano?