Inolvidable princesa Matute
Una sentida mezcolanza de lectores y personalidades visitan la capilla ardiente de la escritora
“Fuimos a comer a un italiano que a Ana María le gustaba mucho y a los que les dejó una dedicatoria en un plato blanco, pero no lo encontrábamos; luego salió el cocinero y dijo que hacía unos 15 días cayó uno de los platos de la pared y se rompió; quizá no era el suyo pero fue por esas fechas cuando Ana María entró en el hospital; y ahora aquí tiene la sala de velatorio número 13. ¿Supersticiosa? Sonreiría y lo habría utilizado, niña mala, para alguno de sus fantasiosos relatos”, vaticinaba ayer Silvia Sesé, editora de Destino, en uno de los pequeños pero constantes corrillos que se formaron ayer tarde en la capilla ardiente de la escritora y académica Ana María Matute, fallecida el miércoles a los 88 años.
No fue el único guiño del destino: en esa misma sala, la 13, estuvo no hace ni cuatro meses su amiga y también escritora Ana María Moix, que fue quien le presentó a Pere Gimferrer en un bar de los años 60. Bastante afectado, el académico fue el primero en personarse para dar su último adiós. Salió en silencio pero en el libro de condolencias se le escapó el corazón, brevemente: “Gracias por todo. Nunca te olvidaré, Matutona”, firmó cariñosamente.
La capilla ardiente era un continuo contraste. Junto al consejero de Cultura de la Generalitat, Ferran Mascarell, los editores Jorge Herralde y Emili Rosales o la cineasta Rosa Vergés (“la tratamos mucho en casa”, recordaba la hija del histórico editor Josep Vergés, que en la revista Destino le permitió escribir con 18 años) se alternaban con gente anónima, lectores que, con la condescendencia del hijo de la autor de Olvidado rey Gudú, Juan Pablo Goicoechea Matute, acudían a dar el pésame. Entre ellas, una mujer con muletas, Pilar Castro Villaba, que resultó fue la ganadora de la tercera edición del Premio Internacional Ana María Matute, hace más de 20 años.
Las diferencias también se notaban en las muestras florales que iban enmarcando el féretro y una sala anexa: los modestos ramos de flores que llegaban a media tarde contrastaban con las notables coronas institucionales; entre éstas, la de rosas blancas de la Real Academia Española, cuya blancura fulgía aún más ante las rosas rojas y rosas de la corona que enviaron los Reyes Juan Carlos y Sofía, con la bandera española; también hubo ofrenda de los nuevos Reyes y del presidente de la Generalitat, Artur Mas.
“Coronas de dos reyes: eso le habría gustado”, comentaban en los corrillos de amigos, entre los que estaba la colega Maruja Torres o Guillem d’Efak, director de la que fue su agencia, la Carmen Balcells, que tanto la ayudó en los momentos difíciles de su depresión. Inevitables ya los móviles mostrando las últimas imágenes que habían almacenado de la vitalista escritora, que hace apenas cinco meses aun tuvo ánimos para hacer entrega del galardón del premio Nadal, que cumplía 70 años. “Era una mujer afable pero de mucho carácter y fortaleza”, trazó el alcalde de Barcelona, Xavier Trías. “Vivir hasta los 88 años y no tener adversarios en la vida dice mucho de una persona”, comentaba el hijo de la escritora, al que se le escapó las últimas palabras que le dirigió su madre: “Te quiero”. Simples, si se quiere, pero para ellos cargadas de todo si se sabe que tardó 10 años hasta que logró su custodia cuando niño.
Una demostración de amor puro también traspiraban la veintena de páginas de dedicatorias, allí donde los lectores anónimos se dejaban ir, menos tensos que ante la sala de velatorio. “Gracias siempre por liberarnos con tus palabras”, escribía Laia. “Un poco más solas, un poco más huérfanas, un poco más tristes”, rezaba otra. “Volarás a tu infancia mágica y terrible, cabalgando en el magnífico Clavileño”, jugaba con las propias armas de Matute, diablura y surrealismo, un lector al evocar el caballo de madera con el que unos duques gastan una broma a Don Quijote y Sancho.
“Como estudiante, imagino que vengo de portavoz de todos nosotros y decir que Ana María Matute fue una inspiración para todos nosotros. Agradecemos tu magia”, había reflejado una joven de tejanos y bolsa de tela roja. “Te quiero, princesa”, finalizaba su dedicatoria Sonia. Inolvidable princesa Matute.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.