Tesón proletario
Simple Minds ofreció en Pedralbes un concierto convencional de banda con pasado

Son gestos imperceptibles o miradas, formas de dirigirse a la audiencia cuando no, burdamente, consultar el reloj durante el concierto. No, Jim Kerr no llegó a tanto y dejó tranquilo a su reloj, pero no dio la sensación en escena de estar creyéndose lo que hacía sino de estar haciendo lo que creía que había de hacer, sacar adelante un nuevo concierto. Por eso más allá de sus gestos pidiendo palmas, de sus consabidos parabienes por estar en Barcelona y de su atuendo de artista, rematado por un llamativo pañolón rojo de palestino sanferminero, su concierto en Jardins de Pedralbes no será de los que pasen a la historia al mostrar un grupo que, al menos en la noche del miércoles, pareció cansado como ese oficinista que sin despreciar su trabajo tiene días en los que se quedaría en casa. Sí, que nadie menosprecie la dureza de este trabajo de estrella venida a menos, con años de proletariado escénico tanto por detrás como por delante. Jim Kerr y sus Simple Minds son eso.
Sin llenar el recinto, la platea mostraba ausencias que contrastaron con el pleno del gallinero, la banda ofreció un concierto convencional de banda con pasado. Se inició con “Waterfront” y su sonido característico de sintonía televisiva y con la tercera pieza, “Love song”, se evocó “Supergarcía”, el programa de radio que durante años la usó de esta guisa. La verdad es que son recuerdos sin lustre. Jim Kerr se hizo en seguida con el escenario, un espacio que transita de manera harto singular, ya que en ocasiones se mueve como si estuviese en un estadio, con gestos ampulosos de mesías, y en otras su característico caminar de puntillas le asemejaba a una bailarina que olvidó la elasticidad en su vigésimo primer cumpleaños. El echarse el micro a la espalda colgado del cable cuando quería tener ambas manos libres reiteró una cierta estética proletaria sin asomo de glamour, asesinado irremisiblemente por unos pantalones pitillo ajustados hasta lo radiográfico.
El primer tercio del concierto fue correcto, lo que en un concierto así significa que gustó a sus fans dejando indiferentes a quienes habían acudido al recital como acompañantes. Pero hete aquí que tras “Blindfolded”, séptima pieza del repertorio, Jim se ausentó de escena y allí dejó a su corista, que destrozó con precisión entomológica una versión de “Dancing barefoot” de Patti Smith. Pero lo más llamativo no fue esto, sino que en escena quedaron sólo dos músicos; el guitarra, tocando una acústica que no se escuchaba, reforzando así la idea de que su concurso era puramente estético y el teclista, que disparando bases, líneas de bajo y fondos de teclado hizo que no se notase la ausencia del resto de personal. Y es que la tumefacción del sonido Simple Minds, fundamentada en teclados, hizo que sus instrumentistas “analógicos”, guitarra, bajo y batería, no pareciesen el sostén del grupo, sino los detalles que se sumaban al sonido del teclista, verdadero guionista de la noche.
A todo esto, se ignora si por una cuestión coyuntural, Jim pareció sin voz pese a los efectos que se le aplicaban, y sus canciones fueron palideciendo. Si el grupo tiene un sonido recargado que pide una entonación mayestática de cantante de heavy catedralicio, lo que por ejemplo se adivinó en “Waterfront”, Jim se quedaba lejos de este registro lastrado por su falta de potencia vocal. Era como si tras el imponente trompeteo del fin del mundo, el mensajero celestial tuviese la voz de Montoro. Un contraste llamativo. Aún con todo, los resortes de la memoria pueden con todo, y tras un baladón mórfico, “Dolphins”, el júbilo se manifestó gracias a “She’s a river”, “Don’t You (Forget About Me)”, “Alive and Kicking” o “Sanctify yourself”. En el fondo es lo que se había ido a escuchar, nada más que el guion que hizo de Simple Minds una banda popular en los años ochenta y que nunca ha dejado de trabajar en la música con un tesón proletario.
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