Valencia Vibrant i Mehta
Una nueva generación está dispuesta a liderar el pensamiento y la acción sobre la ciudad de Valencia
Este viernes pasado se ofició en La Rambleta un acontecimiento muy singular y del que debería tomar nota aquel que quiera tener las claves para entender la Valencia de la próxima década. Convocados por un quinteto de jóvenes outsiders sobradamente preparados y logísticamente competentes se concelebró la constituyente de la nonata sociedad civil de la ciudad que, para cualquier ojo observador, mostraba una notable diferencia con los montones de caspa de aquella otra reunión de Fabra con Cristina Tárrega de maestra de ceremonias.
Trescientas personas universitarias, programadores, gestoras culturales, músicos, diseñadores, urbanistas, emprendedoras y empresarias, activistas culturales, periodistas, arquitectos, comunicadoras, técnicas de la administración, cocineros, activistas ciudadanos, gerentes de organizaciones,… mostraron su disponibilidad a pagar entre 10 y 15 euros por participar en un espacio de reflexión que reivindicaba la “vivibilidad” (si me permiten el neologismo) de la ciudad de Valencia.
Y esta “vivibilidad” como bien expresa Ramón Marrades, uno de sus ideólogos más consistentes, depende de la adecuada armonía e integración – a veces incluso confusión- entre la calidad de la vida personal, las posibilidades enriquecedoras de la interacción social y la participación y las oportunidades de desarrollo profesional en un contexto inspirador, creativo y que sitúe a las persona más allá (al menos un poco) del precariato mileurista permanente glorificado por los discursos liberales. La perseguida receta de la “Valencia Vibrant” se sintetiza en calidad de vida, espacios y contextos para una sociabilidad gratificante, conectividad, gobernanza, acceso a servicios (públicos y privados) adecuados a un estándar global y a un precio razonable y densidad de oportunidades laborales.
Lo que indudablemente evidenció el encuentro de “Valencia Vibrant” es que sin algaradas, una nueva generación está dispuesta a liderar el pensamiento y la acción sobre la ciudad de Valencia, dejando en la cuneta tanto a la racionalista “intelligentsia” tradicional de corte fusteriano parapetada en las Universidades, como a la rústica “coalición del cemento” cobijada bajo las hegemónicas faldas de Rita Barberá.
Conseguir una Valencia Vibrant supone un relato inteligente que combine procesos de asimilación –toda ciudad que se precie tiene que tener Starbucks para sus hipsters- procesos de hibridación –como por ejemplo nuestro diseño o gastronomía global-, y la señalización de las diferencias únicas que por una parte sustenten el sentido de identidad y pertenencia para los locales y por otra definan los rasgos de autenticidad y diferencia suficientemente atractivos para los inmigrantes cualificados. Cuando se consigue el cóctel adecuado, una ciudad se convierte en vector de tracción en el que se adhieren los flujos internacionales de capitales, personas, tecnologías e ideas además de retener los stocks de talento y capital y generando innovación económica, social, cultural, institucional e intelectual y produciendo “vivibilidad”. Esto es una “Smart City” y no llenar de gadgets tecnológicos para que controlen los caudales de las cloacas y te los muestren en una web a tiempo real, como se empeñan últimamente el equipo de Rita Barberá.
La mostrenca era de la hegemonía del Partido Popular en Valencia, apostó todos nuestros caudales pasados, presentes y futuros a la asimilación, renunciando a la hibridación y la diferenciación. Así a golpe de talonario trató de producir eventos y cementos globales en una galopada disparatada por ser “los más de Europa”. Es en esta lógica donde cabe encuadrar la mejor orquesta de España, conseguida a base de ofrecer un 25% más que los precios de los mercados internacionales por un tutti, junto con los compadreos de la pródiga Helga Schmidt que aprovechó los complejos huertanos de nuestros líderes locales para hacerles sitio a Lorin Maazel, Plácido Domingo, Daniel Barenboim o Zubin Mehta en un contexto europeo donde ya los presupuestos públicos eran menos condescendientes con los salarios astronómicos de esa casta global. Pero lo que es especialmente sangrante que a pesar de los enormes recursos endógenos en al ámbito de la música y como elemento claramente diferenciador no se haya tratado nunca de hibridar la lógica de los estándares globales de las orquestas de ópera con la realidad musical valenciana. Las posibilidades eran muchas, pero solo en los últimos meses, quizás tarde como siempre, algunos intentos como la producción de la ópera Maror, o la dirección por parte de Mehta de un concierto de la Unión Musical de Llíria han supuesto pequeños indicios de las potencialidades de dicha hibridación.
En estos momentos la aportación a la “vivibilidad” de la ciudad de Valencia que oferta el Palau de les Arts se limita a eso, a ofrecer un servicio carísimo de indudable excelencia del que se sirven 1300 personas por sesión (o sea que la opera Turandot podemos contar 4000 personas –el 0,5% de los ciudadanos de la ciudad de Valencia-) y en el que lo que pagan en taquilla apenas cubre el 20% del coste de la producción, es decir que el 80% restante lo pagamos entre todos. Y solo los honorarios de Mehta suponen más del 10% de todo el presupuesto destinado a la densa red de las escuelas de música. Los melómanos indignados podrían reorientar sus energías a otros muchos ámbitos posibles de protesta, pero Zubin Mehta o Plácido Domingo, son en estos momentos, a la receta de la “Valencia Vibrant” lo que que las virutas de oro en el champagne para millonarios rusos, una costosa y fútil excentricidad.
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