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La chica mala de un vídeo-clip erótico

Miley Cyrus logró una buena entrada en el Sant Jordi pero no lo llenó

Miles Cyrus, ayer en el Palau Sant Jordi
Miles Cyrus, ayer en el Palau Sant JordiMASSIMILIANO MINOCRI

Probablemente las niñas que hace unos años seguían a Hannah Montana en Disney Channel todavía no han crecido lo suficiente como para ver a su ídolo de infancia en unos mínimos y apretados biquinis descendiendo por una lengua a modo de tobogán, agitando frenéticamente las nalgas, insinuándose sobre el capó de un 4x4 dorado cubierta de billetes o retozando en una inmensa cama compartida. Y el público adulto tampoco se ha subido al carro de sus provocaciones. Miley Cyrus vive en esa tierra de nadie de adolescentes que no quieren recordar a Hannah Montana pero que tampoco han dejado de serlo.

Y ese fue el público que se reunió ayer en Montjuïc, apabullantemente femenino (lo que contrasta con las constante insinuaciones sexuales de la artista: ¿a quien van dirigidas?) y con ganas de gritar, alzar los brazos, tirarle constantemente objetos al escenario para que la diva los recogiese y disparar una vez tras otra las cámaras de sus móviles. Un público femenino que no ha llegado a la veintena y al que todavía gustan las docenas de globos de colores que colgaban del techo y los monstruitos de peluche de que se disfrazaban los bailarines y que la perseguían por el entarimado. Peluches que fueron apareciendo a lo largo de la noche compitiendo en número con los repetido gritos de "¡Barcelona!".

Un escenario inmenso con dos prolongaciones hacia el público y una gigantesca pantalla posterior encerró un espectáculo más pensado como una serie de video-clips que como un concierto. Los constantes cambios de vestuario y de escena provocaron algún parón entre temas pero Cyrus recuperaba rápidamente el climax y los gritos, brazos y móviles volvían a ponerse en marcha.

Se despidió cabalgando sobre el público en un inmenso 'hot dog'

Plasticamente, la velada tuvo momentos realmente brillantes, desde un imponente lobo blanco de más de diez metros de altura o atractivas realizaciones de vídeo hasta su despedida, como buena cowgirl, cabalgando sobre el público a lomos de un gigantesco hot dog y agitando una bandera del movimiento gay. La sonorización, en cambio, sucia y apelmazada, no dejó que algunos temas interesantes pudieran disfrutarse más allá del ritmo.

Miley Cyrus triunfó a lo grande pero no serán los conciertos de este Bangerz Tour los que vayan a consagrarla como cantante. Cyrus no escapa de su personaje, más bien al contrario se sumerge en él y se revuelve en lo superficial hasta la saciedad, pero tiene voz y presencia escénica. Probablemente cuando deje de jugar a ser la chica mala de un video-clip erótico encuentre su lugar. Pero por ahora las cosas parecen irle bien e incluir en sus más de dos horas de show temas de The Beatles, Coldplay o Bob Dylan no deja de ser un guiño a lo que podría ser.

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