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La justicia abre sus puertas

Tres jornadas permiten a partir de hoy al público acceder al suntuoso palacio de las Salesas, sede del Tribunal Supremo desde 1870

Kike Para

Muy pocas personas de a pie conocen a fondo el interior de un céntrico palacio madrileño, cuyas estancias han permanecido reservadas o veladas durante dos siglos y medio. Ahora, precisamente durante este fin de semana, cabe contemplarlas, recorrerlas y disfrutar de su evidente belleza. Unas jornadas de puertas abiertas, convocada entre este jueves y el sábado, van a permitir conocer el palacio casi al completo. Se trata de las Salesas Reales, antes conocido como Palacio de Justicia y hoy sede del Tribunal Supremo, órgano jurisdiccional superior en todos los órdenes, salvo los constitucionales.

Bajo el lema “La Casa de tus Derechos”, la judicatura suprema se propone mostrar abiertamente su sede madrileña al gran público, vinculado a la justicia por nexos tan poderosos y cotidianos como el matrimonio, la documentación, la propiedad o la herencia, así como por escrituras, certificaciones, investigaciones o litigios. En cuanto a los niños, para los cuales se ofrece este sábado un programa especial al aire libre -con juicios públicos de ogros, visitas guiadas al palacio y credenciales o pasaportes judiciales-, magistrados y jueces del alto tribunal quieren familiarizarles con la vida judicial, no en su dimensión punitiva - que también- sino en cuanto a que forma parte de un sistema de leyes de garantías democráticas que protege sus libertades y derechos y, además, los defiende.

Al aire libre infantil

El Tribunal Supremo ha programado una serie de actividades infantiles al aire libre, en la plaza de la Villa de París, a partir de las diez de la mañana del sábado. La propuesta obedece a la celebración, este año, del 25º aniversario de la proclamación de los Derechos del Niño. Entre las actividades se incluirán, entre otras, un juicio al lobo de los cuentos, una gymkhana cuyas ocho pruebas, una vez superadas, acreditarán una carta de derechos asegurados por las leyes: desde el derecho a la vivienda, al de la intimidad, al juego infantil o a la libertad; escenificaciones musicales con personajes de la Historia del palacio como Fernando VI, Bárbara de Braganza y monjas salesas; más un futbolín humano, títeres y concursos de dibujo. Todas las actividades serán gratuitas.

Han transcurrido demasiadas décadas durante las cuales la ciudadanía madrileña solo acudía a zonas reducidas de este gran palacio para asistir a vistas casi siempre penales, para ser enjuiciada o más bien para ser conducida hacia oscuros calabozos –enladrillados y abovedados en su sótano, ocupados hoy por un gran archivo- episodios siempre envueltos en un temor reverencial hacia la Magistratura en su conjunto, entonces generalmente insensible a las tribulaciones con las que penaba la ciudadanía. Ahora, la apertura de la sede del Tribunal Supremo cobra un significado reparador, “encaminado a acercar la justicia al ciudadano”, según fuentes del alto organismo judicial.

El palacio forma parte de uno de los conjuntos arquitectónicos más señeros de Madrid. Su monumentalidad, que dialoga con la contigua iglesia de Santa Bárbara erigida simultáneamente mediado el siglo XVIII, está cifrada en clave neoclásica por su primer arquitecto, el francés François Carlier, luego emulado por su discípulo Francisco Moradillo.

Emplazado hoy entre las calles del Marqués de la Ensenada, la plaza de la Villa de París y los jardines de la iglesia de Santa Bárbara, fue edificado con tres alturas y dos amplios patios cuadrados, con planta rectangular prolongada en tres alas hacia la fachada oriental y pórtico columnado y solemne hacia la ajardinada plaza, que será escenario de la fiesta infantil del sábado.

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Bajo el impulso de su mentora, la reina portuguesa Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI, las obras, que duraron ocho años, iban destinadas a la construcción de un gran conjunto conventual y escolar destinado a ser cenobio monacal, internado para señoritas nobles y retiro personal regio, pensado para vivir en él una viudedad que nunca le llegó: la reina falleció un año antes que su enamorado esposo, enloquecido tras morir ella. En vida cantaban a dúo mientras navegaban en falúas reales por el río Tajo frente al palacio de Aranjuez, junto al castrati Farinelli, que tecleaba sobre una clave; tanto se quisieron Bárbara y Fernando –que, al morir, lejos de hacerse enterrar en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, como era costumbre regia desde el reinado de Felipe II en el siglo XVI, dispusieron ser sepultados uno junto al otro en un enterramiento trasdosado, pared con pared, que se encuentra allí mismo, en la contigua iglesia de Santa Bárbara. Se trata de uno de los enterramientos más bellos de Madrid, , realizado por Francisco Gutiérrez bajo directrices de Francesco Sabatini, de estilo barroco italo-francés el de Fernando VI semejante, por su magnificencia, al los grandes sepulcros papales vaticanos y más sobrio el de Bárbara, su esposa, obra de Juan León.

Cifra fabulosa

La reina había querido instalar la congregación religiosa, la de la Visitación, de monjas de la orden de san Francisco de Sales -de ahí el nombre de Salesas-, como así dispuso en este convento. La construcción costó 85.000.000 millones de reales, cifra fabulosa en su época; para cubrirla, la reina empeñó sus joyas, cuentan los cronistas de entonces. El Tribunal Supremo sería fundado en 1812, estatuido por la Constitución de las Cortes de Cádiz.

La orden religiosa residió en el palacio de las salesas desde 1758 a 1870. Fue en este último año cuando el general Juan Prim, invocando decisiones desamortizadoras emitidas en 1837, se incautó del palacio, lo adaptó el arquitecto Antonio Ruiz de Salces y lo cedió a la Administración de Justicia. Las monjas litigaron por su propiedad hasta bien entrado el siglo XX, sin éxito. El palacio, de propiedad estatal, había albergado durante cuatro años, entre 1910 y 1914, el Consejo de Ministros, bajo el mandato del presidente José Canalejas, toda vez que la sede gubernamental del palacio del Infante don Sebastián, en la calle de Alcalá, también llamado Casa de los Heros, cayera en ruina y el Gobierno no hallara aposento en el palacio del duque de Uceda, hoy sede del Consejo de Estado, en la calle Mayor. Pues bien, cuando el Consejo de Ministros culminaba en 1914 su traslado definitivo a la casa-palacio del Marqués de Villamejor, donde residió ininterrumpidamente hasta 1978, en el Paseo de la Castellana, 3, con un excelente ajuar de cuadros procedentes del Museo del Prado, un pavoroso incendio, acaecido el 5 de mayo de 1915, arrasó completamente la cubierta del edificio y todos los artesonados y vigas de madera que bellamente lo ensamblaban.

Salvóse la iglesia de Santa Bárbara, pero el cuerpo conventual, sede judicial del Tribunal Supremo y las Audiencias desde 1870, tuvo que ser reconstruido casi al completo a partir de 1915 por el arquitecto Joaquín Rojí , autor asimismo del palacio de Amboage, sede de la Embajada de Italia en la celle de Juan Bravo. La reconstrucción duró nueve años, entre la fecha del incendio y 1924.

El nuevo aspecto del palacio ganó en apostura y obtuvo un ornato mucho más refinado del que hasta entonces había carecido. El edificio albergaría a partir de entonces toda la Administración de Justicia, las audiencias a escala provincial y territorial, más los calabozos, la Fiscalía, el Colegio de Abogados y el Tribunal Supremo.

Hoy, 5219 jueces componen el poder judicial en España, 461 de ellos y ellas dedicados a perseguir la violencia de género. Hay asimismo jurados populares, compuestos por nueve personas sin formación jurídica que, desde los llamados tribunales populares, entienden hoy en casos de asesinato, homicidio, tráfico de influencias, allanamientos, fraudes y delitos de ese tipo. No emiten sentencias, que corresponde emitir al presidente del tribunal, sino que tan solo se pronuncian mediante veredictos sobre culpabilidad o no culpabilidad de los acusados, que pueden o no ser refrendados por el juez.

Tras cruzar un umbral flanqueado por dos enormes cariátides, el visitante penetra en el corazón del palacio en su primera planta, de muros suavemente azulados, jalonados por medias columnas apoyadas sobre peanas de mármol negro: ante él se abre paso la llamada Galería de Pasos Perdidos, techada con dos frescos que representan la Ley Divina y la Ley Humana, obra de Álvaro Alcalá Galiano, discípulo de Joaquín Sorolla.

Un juicio sonado

A esta galería iban a dar las cuatro salas de juicios penales de la Audiencia provincial madrileña, donde se celebraron vistas tan renombradas como la de José María Jarabo-Pérez Morris, en 1959, asesino confeso de cuatro personas y un nasciturus, que fue ejecutado pese a ser sobrino de un Magistrado que sería años después, en 1968, presidente del Tribunal Supremo. Grandes mosaicos que representan la Elocuencia, la Fortaleza, la Igualdad y la Ley tachonan con sus brillantes reflejos los dinteles de las puertas de cada sala. Cuatro de ellas, como la llamada Sala de lo Penal, amuebladas con mesas de maderas nobles de origen tropical y sillones de llamativo color rojo, ven sus muros entelados en tonos vivos. Un enorme cuadro, Cristo crucificado, que en el Tribunal Supremo se atribuye a Alonso Cano, parece representar el trance de los penados que acudían a la Sala de lo Penal, mientras una Inmaculada Concepción, de Claudio Coello, pintor de la Corte del siglo XVII, embellece otra sala cercana.

La vista se adentra hasta una bellísima escalera de mármol, con balaustre levemente jaspeado, que caracolea hasta la planta noble. La marmórea escala, presidida por un retrato de Isabel de Farnesio, suegra de Bárbara de Braganza y por ella aborrecida, quedó indemne al incendio de 1915. Al culminarla, se abre a la vista una de las estancias más sorprendentes del palacio: frisos y capiteles dorados, puertas, molduras y volutas broncíneas, enmarcan un suntuoso corredor donde se celebra el ágape posterior a la apertura del año judicial, en el salón de Plenos, con la presencia del Rey. En el centro de la estancia, sobre el suelo, surgen estampados en mosaico los símbolos de la justicia: laurel, espada y balanza, sobre unas Tablas de la Ley en piedra, pero con doce en vez de diez caracteres, que representan la suprema perfección. Sobre el techo, figuras aladas que simbolizan la Verdad, el Delito, la Riqueza y el Progreso, obra igualmente de Álvaro Alcalá Galiano. No faltan destellos, por doquier, de simbología masónica.

Una saleta contigua de exposiciones permanentes muestra desde los collarones de pedrería y esmalte que lucen el Rey y los altos magistrados en los grandes fastos hasta las togas de los letrados, con puñetas bordadas si son magistrados, sin ellas para los abogados, como es el caso de la toga de Adolfo Suárez allí exhibida. En vitrinas diáfanas se muestran valiosos libros como un Corpus Iuris civilis de Justiniano, en edición hecha en Lyon en 1567 o un Fuero juzgo, cuya impresión data del siglo XV. También se muestra en la exposición una siniestra maleta que contiene en su interior el garrote vil, instrumento de muerte que se aplicaba al cuello del reo, perforado por un grueso tornillo que le atravesaba la médula espinal y la garganta. La pena de muerte fue abolida en España en 1978, después de haberse llevado por delante, a lo largo de la historia, a decenas de miles de delincuentes reales o ficticios.

Dos grandes patios, con fuentes en su centro, amenizan el interior palacial. Uno de ellos posee una fina palmera, símbolo de la rectitud de la justicia, así como un naranjo al que, en los días festivos, el otrora presidente del tribunal Supremo, Pascual Sala, valenciano militante, cubría a mano con plásticos para guarecerlo de los hielos invernales.

Documentos singulares

Los archivos del Tribunal Supremo contienen documentos tan singulares como el Apuntamiento del asesinato del general Juan Prim, ocurrido un 20 de diciembre de 1870, texto que data de 23 de septiembre de 1879 y que, dada la mutilación premeditada de una parte del sumario, se convierte en elemento esencial para el cotejo del contenido sumarial desaparecido. La documentación judicial atesorada en el palacio es de incalculable valor, como los sumarios del asesinato del Obispo de Madrid-Alcalá, el proceso contra Baldomera Larra, prestamista, hija del célebre periodista o el del juicio contra Eleuterio Sánchez, El Lute.

Salas de Gobierno y de Banderas; salón de Plenos –este presidido por un magnífico medallón broncíneo esculpido por Mariano Benlliure; despachos suntuosos, escaleras abalaustradas, corredores y vestíbulos, muchos de ellos plafonados por frescos de Marceliano Santa María, así como deslumbrantes vidrieras de Maumejean, tachonadas de heráldica, salpican de elegancia un palacio donde el horror que suscitaban antaño sus actividades entre la ciudadanía ha de dar paso hoy, según sus titulares, a la confianza serena que nace de la libertad conquistada y ejercida bajo el imperio de la ley.

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