Alicante, la ciudad irreconocible
La degradación del patrimonio arquitectónico convierte a la ciudad en un lugar con pocas referencias fijas, apenas tiene edificios con más de 200 años
Gastón Castelló, uno de los artistas alicantinos más polifacéticos del último siglo, pintó un mural en la década de los 40 en el que sobre el mapa de la ciudad de Alicante destacaba los hitos urbanos y arquitectónicos que enorgullecían al ciudadano. Hoy, recién restaurado, el mural es símbolo de una degradación arquitectónica que trasciende generaciones y administraciones. Más de la mitad de los edificios del mural han desaparecido o presentan dudas acerca de su destino, lo que conduce a la ciudadanía, en opinión de los arquitectos, hacia una desmemoria del entorno que dibuja más una ciudad irreconocible que un lugar con referencias fijas entorno a las que crear ciudadanía.
El cuartel de Benalúa, el sindicato de la Tabacalera, lugares que podrían haberse aprovechado, han desaparecido en la última década. De las ciudades que más patrimonio arquitectónico atesoran: Valencia, Orihuela, Morella, Xàtiva, Alcoi o Alicante, esta última es para los expertos la que más ha destruido de lejos. Del catálogo de edificios relevantes de 1980 se ha derribado más del 30%.
Los datos del Consell de Cultura hablan casi de una tradición: desde hace siglo y medio han caído más de 60 edificios solo en el centro de la ciudad, la inmensa mayoría en los últimos 50 años. Salvo por castillos, ayuntamiento y edificios eclesiásticos se hace difícil encontrar una edificación con más de 200 años en un lugar que recibió el título de ciudad en 1490.
“Durante muchos años se ha ignorado a los especialistas. El argumento falaz de que en Alicante nunca ha habido arquitectura excepcional ha servido para derruir”, explica Juan Calduch, profesor de arquitectura de la Universidad de Alicante que colaboró con las primeras guías arquitectónicas de la ciudad.
Del catálogo de edificios relevantes de 1980, más del 30% se ha destruido
La diferencia entre quien contemplaba el mural de Castelló y el que vivía en él es la ciudadanía. Sin reconocimiento del entorno no hay unión entre el ciudadano del presente y del pasado. El ciudadano de Castelló iba a un casino decimonónico; el de hoy entra en uno que parece diseñado en Las Vegas (EE UU).
La idea de Alicante como ciudad fenicia adquiere mucho sentido desde la perspectiva arquitectónica: los fenicios encarnaron una sociedad muy abierta, dedicada al comercio, pero sin legado arqueológico. De los arquitectos importantes del siglo XIX no se ha respetado apenas nada. Construcciones modernistas rupturistas con la arquitectura de la postguerra se han derribado, a veces, con nocturnidad. Incluso catalogar algún edificio ha servido para acelerar su ruina al no querer sus herederos mantenerlo.
“La destrucción de patrimonio con instrumentos legales es inmensamente mayor que la de los bombardeos de la guerra”, sostiene el inspector de Patrimonio Artístico de la Consejería de Cultura, Santiago Varela. “Y las últimas dos décadas han sido devastadoras”, dice el arquitecto.
Sin reconocimiento del entorno, no hay unión entre el hoy y el ayer ciudadano
En la antigua zona de huerta, quedan una veintena de casas labriegas con sus características torres, ordenadas por el paso del río Monegre y todo un ejemplo de cómo cultivar en una tierra con sequía endémica. Si no se ha reconvertido su uso para bodas y comuniones es casi imposible acceder a una. Muchas están en ruina o asediadas por la especulación inmobiliaria. Como las casas señoriales del XVIII, surgidas al convertirse Alicante en el principal puerto para Madrid.
Conservar no es fácil. “Se hace poco por dar a conocer o valor a estos inmuebles, la gente desconoce su valor. El Ayuntamiento se entera (de ilegalidades) por denuncias ciudadanas o a última hora”, con el mal hecho, admiten en el consistorio. Hace un mes ocurrió: los medios locales se hicieron eco de una obra sin licencia en del Palacio de Die, frente a la concatedral, para convertirlo en un hotel.
Son muchos los dislates urbanísticos y arquitectónicos en una ciudad que, cuando realizó su ensanche, no lo ocupó con burgueses como en otras ciudades, sino con almacenes. Algún caso bordea el delirio: la ermita donde los Templarios de Mallorca instalaron a la Virgen Del Lluc, en el Raval Roig —el último barrio que fue pescador— es hoy un cuarto anejo a un aparcamiento. O la Estación de Madrid, a la que cambiaron su fachada neoclásica por una especie de caja que en nada mejora el original. Debía convertirse en una estación intermodal con la llegada del AVE según su plan original y, sin embargo, el resultado es otro: no hay buses, lo que impide a los viajeros desplazarse a otras poblaciones y, además, los únicos silos que tenía ya Alicante se destruyeron para el veloz tren.
“La cicatería del promotor ha ido a más”
El acuerdo tácito entre el arquitecto y el promotor por hacer viviendas dignas hace tiempo que se rompió. Frente a un café, el doctor en Arquitectura Sebastián Varela apunta con el dedo a un edificio de Juan Guardiola Gaya, sin el cual no se entendería la arquitectura turística relevante de los 60 y 70 en Alicante: “Entonces había una preocupación distinta. Ese edificio tiene un pasaje con murales”, y añade, “incluso los vestíbulos de la Viviendas de Protección Oficial de los 50 tenían más dignidad que los de edificios que se venden hoy como de lujo. La cicatería del promotor ha ido a más”.
La especulación con el suelo ha causado estragos: en el patrimonio, en las calidades de las casas, los espacios de las viviendas, con proyectos que no mejoran en nada al sustituido, etc. La degradación patrimonial tiene una solución desde el urbanismo. Hubiera bastado con una decisión municipal que limitara el volumen de construcción de modo que el edificio derribado en el que vivían cinco familias, habría de ser sustituido por uno nuevo en el que cupieran las mismas.
Varela no peca de corporativista y reconoce a los arquitectos como parte responsable en el desmadre urbanístico y la proliferación de obras insustanciales. Incluso en una reciente entrevista del Colegio de Arquitectos, alerta que la preocupación por el patrimonio está siendo abandonada por la propia profesión, en favor de otras como los historiadores.
Varela, empero, rescata proyectos renovadores como el de la plaza Séneca, antigua estación de autobuses donde se ubican los murales de Gastón Castelló y que se convertirá en un mercado gourmet.
Otros arquitectos, como Javier García Solera, igual de paradigmático que Guardiola, recuerdan que desde Alicante también han salido muchos inmuebles que han representado a España en certámenes como el de la Bienal de Venecia.
Este año son los casos de la Casa Mediterráneo —antigua estación de Murcia— o la estación de tranvía subterránea bajo la plaza de los Luceros, del propio García Solera. En otras convocatorias fueron como representantes el Museo de la Universidad o el Aulario III del centro, otros lo hicieron en bienales nacionales.
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