El doble ‘sorpasso’
El mérito de ERC ha consistido en ofrecer a los huérfanos del suicidio socialista un hogar de acogida amigable y familiar
A principios de 2004, apenas estrenado en la Generalitat el primer tripartito de izquierdas, el Gobierno de Maragall, los dirigentes de Esquerra Republicana no disimulaban cuáles eran sus ambiciones estratégicas a medio plazo: absorber en pocos años buena parte del músculo electoral de una Convergència arrojada a las intemperies de la oposición y, con algo más de tiempo, llegar a sustituir al Partit dels Socialistes en el papel de fuerza mayoritaria de las izquierdas catalanas.
En aquel momento, al observador neutral ambos objetivos se le antojaban arduos, pero el primero parecía mucho más plausible que el segundo; de hecho, la pretensión de superar al PSC cabía interpretarla como un gesto de cara a la galería nacionalista, una justificación ex post del pacto del Tinell (“a los socialistas les hemos dado la Generalitat, pero a la que se descuiden nos los zamparemos”) y un modo de suavizar el escozor del mundo convergente. En cambio, los resultados electorales de noviembre de 2003 y de marzo de 2004 certificaban la capacidad de los republicanos para atraer a cientos de miles de votantes que lo habían sido de Pujol, y nada impedía que tal tendencia se acentuase en lo sucesivo, sobre todo si la invernada de CiU lejos del poder se prolongaba varias legislaturas.
A lo largo de los siete años siguientes, el curso de los acontecimientos políticos no se ajustó demasiado a aquel guión de la cúpula de ERC, y en 2010 la doble pretensión republicana de arrebatarle a CiU el electorado más nacionalista y de desbancar al PSC de la primacía entre las izquierdas resultaba completamente ilusoria. Pero la agria resaca de la humillación del Estatuto y la subsiguiente marea soberanista han obrado el prodigio de que, apenas cuatro años después, el decano de los partidos catalanes haya materializado, en las europeas del pasado domingo, el sueño de una década atrás, el doble sorpasso.
De los dos avances conseguidos por Esquerra este 25 de mayo —sobre CiU y sobre el PSC—, ha sido el primero el que ha merecido mayor atención mediática. Y sí, no cabe duda de su alto valor simbólico, aunque un análisis atento del escrutinio nos muestra que, más que arrebatarle electores a Convergència (que gana 109.000), los republicanos han logrado captar voto soberanista nuevo, procedente de la abstención, de los recién llegados al censo electoral y, sobre todo, del socialismo.
De los dos avances conseguidos por ERC este 25 de mayo —sobre CiU y sobre el PSC—, ha sido el primero el que ha merecido mayor atención mediática
De cualquier modo, el resultado de las europeas y los indicios demoscópicos disponibles dibujan un paisaje inédito en el campo nacionalista. Tras casi cuatro décadas en que la correlación de fuerzas era rotundamente favorable a CiU (en los años 1980 había llegado a ser de 10 a 1), lo que ahora se perfila es un fifty-fifty, un equilibrio momentáneo en el que Convergència aguanta pese a los costes de ser el mascarón de proa del proceso y a los recelos que suscita Duran Lleida, pero Esquerra sube y parece recuperar aquella condición de partido atrapalotodo (catch-all) que hizo sus días de gloria.
Sin embargo, el sorpasso de ERC sobre el PSC, aunque poco realzado por los titulares, me parece mucho más rotundo y sensacional.¿O acaso alguien previó hace 10 años, hace 5, que los republicanos les sacarían más de 9 puntos de ventaja a los socialistas, y ello en las elecciones menos locales que darse puedan?
En este caso, el éxito de los de Junqueras hubiese sido imposible sin la crucial colaboración del núcleo dirigente encastillado en la calle de Nicaragua. Cierto, las contradicciones de los tripartitos ya habían erosionado el punch electoral del PSC, pero uncirse a un PSOE en horas bajísimas y ponerse de espaldas al proceso soberanista ha supuesto una verdadera autoinmolación.
No cabe calificar de otro modo unas decisiones que han hecho caer el voto socialista hasta un 10% en Girona, un 12,2% en Barcelona, un 16,1% en Mataró, un 14% en Reus (por citar cuatro ciudades que el PSC rigió durante 32 años), que han rebajado el partido a tercera fuerza en prácticamente todas las capitales de comarca y le han valido humillantes derrotas incluso en grandes municipios que todavía hoy gobierna, como Sabadell, Terrassa o Tarragona.
El mérito de Esquerra ha consistido en ofrecer a los huérfanos de ese suicidio un hogar de acogida amigable y familiar, donde los recién llegados pueden encontrar el soberanismo que buscaban, el maragallismo que les hace sentirse en casa y también, pensando en las municipales de 2015, un futuro político personal o colectivo.
En comparación con las europeas de 2009, el Partido Socialista de Euskadi ha perdido 14 puntos porcentuales y Patxi López, tras dimitir, ha convocado un congreso extraordinario. En el global del Estado, el PSOE ha retrocedido 15,7 puntos y Alfredo Pérez Rubalcaba ha hecho lo mismo que López. El PSC, por su parte, recula 21,7 puntos, pero Pere Navarro sigue aferrado a la primera secretaría y prometiendo futuros cambios en cabeza ajena, convertido en un patético Don Tancredo de la política.
Joan B. Culla i Clarà es historiador
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