_
_
_
_
_
Elecciones europeas
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Apostar por otra Europa

No ha de extrañarnos que prospere el desengaño y el euroescepticismo

Los pronósticos son deprimentes: en los comicios europeos de mañana volverá a registrarse una gran abstención y —la verdad sea dicha— es eso lo que a uno le pide el cuerpo. Hoy por hoy, en el marco de la crisis económica general, la Unión Europea se percibe como un proyecto histórico encallado, gobernado por mediocridades políticas, infectado por grupos de presión y gestionado por burócratas opulentos y lejanos a los problemas que afligen a la inmensa mayoría de la ciudadanía, especialmente a la de los países del sur. La alargada sombra de la troika y la teutona intransigencia de doña Angela Merkel apenas dan cuartel a la esperanza. No ha de extrañarnos que prospere el desengaño, el euroescepticismo e incluso emerjan con vigor opciones hostiles al proceso comunitario.

Añádase a ello la penosa campaña electoral desarrollada por los partidos políticos y singularmente por los dos principales, decimos del PP y PSOE. Casi sin excepción han privado los asuntos domésticos como si de una contienda municipal o autonómica se tratase. Quien ha prometido una carretera, quien una televisión o más recursos para la agricultura que, tratándose de la valenciana, era tanto como pedir peras al olmo a la luz de cuán parcamente y desde siempre ha beneficiado Bruselas a nuestro agro. No obstante, estos comicios serán largamente recordados por la estulticia machista del cabeza de cartel conservador, un tal Cañete, que iba de ganador hasta que se disparó estúpidamente un tiro en el pie y condensó la mayor parte de la atención mediática. Contra lo que cabía esperar, de Europa apenas se ha hablado por estos pagos y menos aun polemizado.

En este clima de indiferencia o despego europeísta, con un 63,5 % de los jóvenes interesados poco o nada por los asuntos europeos, parece procedente evocar la cívica atención informativa, pedagógica y movilizadora de la opinión pública que algunos liberales de pata negra —especie en extinción por estas tierras— y unos pocos periodistas —cómo olvidar a Martín Domínguez y Vicent Ventura— llevaron a cabo tanto antes como después del ingreso de España en la CEE, acontecido en 1986. Un precedente que pone de relieve la lamentable laguna docente y de sensibilización europeísta, al tiempo que nos permite comprender en todo su alcance aquella reflexión de Jean Monnet, fundador de la UE junto a Robert Schuman y De Gaspari. “Si hoy tuviese que hacerlo —dijo— empezaría por la unión cultural”. Los programas Erasmus y Leonardo da Vinci responden con notable retraso a este criterio.

No obstante, estas deficiencias, errores y esa tríada de calamidades que son el desempleo, la deflación y la desigualdad rampantes, según descripción del profesor Antón Costas, la UE es todavía un referente mundial de ilustración, tolerancia, laicidad y bienestar social. Alcanzar, además, esta cota de cohesión política y económica —por precaria y perfectible que se repute— ha constituido una hazaña histórica que se nos antoja irreversible habida cuenta de sus ventajas no solo materiales y de la polarización del mundo repartido en bloques. En otras palabras: es nuestro destino irreversible y lo que nos incumbe es participar en su desarrollo y mejora mediante el único instrumento a nuestro alcance: el voto, para el que en esta ocasión se ofrece un rico muestrario de opciones de izquierda —PSOE, Compromís, EU, Podemos— que apuestan por un mismo objetivo: una Europa más democrática y solidaria.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_