El furor desatado
Joseph Arthur es un cúmulo de singularidades, un rasgo más interesante desde el punto de vista artístico que organizativo: media hora larga nos hizo esperar anoche en la Boite hasta que se aposentó en un extremo con ese porte suyo de tierno camorrista, de tipo capaz de cerrar los bares más turbulentos de la ciudad. El cantautor rockero al que Peter Gabriel adoptó para su sello de músicas étnicas, el creador incontinente que acumula una docena de álbumes, el dibujante que pergeña láminas con grandes manchurrones de color mientras recita letras kilométricas se inventó anoche un concierto furibundo, magnético y prodigioso. Como si en una hora tuviera que exorcizar ante dos centenares de testigos todos los demonios acumulados durante la semana.
Empezó Arthur con un par de temas en solitario, exhibiendo ya esa voz rota y poderosa que suena rotunda incluso cuando enfila los territorios de la ternura. Pero las verdaderas emociones se desatan con la incorporación del batería Bill Dobrow y el ilustrísimo Mike Mills, bajista de REM que conserva esa pose suya tan característica -la media sonrisa, las piernas muy abiertas- e impartió varias lecciones magistrales por la parte aguda del mástil.
The ballad of Boogie Christ, el tema que titula el enciclopédico doble álbum del chuleta de Ohio (camiseta de Coca-Cola, brazos pintarrajeados, colgantes varios), sonó urgente, despiadado y enfurecido, como si The Band hubieran terminado la noche en el local de ensayo de la Velvet Underground. El Heroin de Lou Reed supuraba ese dolor punzante que Neil Halstead no logró imprimir hace un par de meses en su homenaje al neoyorquino. Los contagiosos contratiempos de Saint of impossible causes parecían una acepción lisérgica de Shiny happy people, la canción que REM terminaron aborreciendo. Y Blue lights in the rear view es monumental americana, con Mills puliendo sus magníficas segundas voces. Joseph creó su retrato picassiano con I miss the zoo: desafiante, sudoroso, con el furor desatado. Definitivamente, a los tipos grandes hay que disculparles la impuntualidad.
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