Un honesto relevo
El jovencísimo rockero valenciano tiene actitud, fachada, descaro y canciones tan clásicas y urbanas que suenan a ya conocidas
Puede que una sala de connotaciones tan legendarias como El Sol acobarde a cualquier pipiolo recién llegado, pero no pareció anoche el caso de Isma Romero. La criatura en cuestión es valenciana, gasta 20 años, muy pocos kilos, melena rizada a lo Phil Lynott y estilosa indolencia, con su camisa de leopardo, chaqueta burdeos y un pañuelo anudado al cuello. Pero poses e indumentarias al margen, el chaval tiene pegada y un insólito desparpajo. El suficiente como para abrir la velada improvisando unos compases de blues con mordiente ante un aforo no muy numeroso, pero sí rejuvenecido.
Desde el primer tema vocal, Nueve años, queda claro por qué el nombre del púber tirillas ha corrido estos meses de boca en boca entre los amantes del rock callejero. Isma tiene la voz un poco aniñada todavía, pero remite al instante a Pereza o Los Rodríguez; más cerca de Ariel Rot, puestos a matizar, que de Calamaro. Su interés por disimular la genética musical tiende a cero: es el bajista Candy Caramelo quien le produce, escolta en el escenario y argentiniza el cóctel. Solo falta el seseo para sentirnos en San Telmo.
Algunos temas presentan una hechura tan clásica e instantánea que, como Gotas suicidas, podríamos tararearlos sin haberlos escuchado con antelación. Le sucede también al muy contagioso Pollo sin cabeza o a El carnaval, en esencia una reescritura de aquella Milonga del marinero y el capitán. La predictibilidad no propicia vértigos ni grandes emociones, pero favorece la asimilación rápida. Poco que objetar: casi nadie descubre América con el primer disco. Y a Isma se le disfruta enseguida como lo que es, un honesto relevo generacional para el rock urbano. Para que no quepa duda, Gotas suicidas vuelve a sonar como propina con la aportación de Rubén Pozo, el damnificado de Pereza. Otro rockero de fina estampa.
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