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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Otro Picasso

Visiones postcoloniales del mundo picassiano y su influjo en artistas de las periferias

Mercè Ibarz

Hace cuarenta años que Picasso murió, cuarenta y uno para ser exactos, se han cumplido este martes 8 de abril. Era entonces un maestro demasiado reconocido, tanto que parecía de otra época, de otro siglo, y entre nosotros, por cosas de la historia, un tótem y un tabú. Un artista de tanto peso que no hace falta tenerlo en cuenta, vivió y creó en exceso. Su vida de artista people, famoso por sus amores, redondea la oscuridad. Pasamos sin transición del Guernica antifranquista al chismorreo.

Una vuelta por su museo en la calle Montcada devuelve el espejo. La exposición Post-Picasso es un regalo, un panorama de diálogos y réplicas de artistas del presente que desde los años 70 han encontrado en él una forma de resistencia y de expresión. Tal como éramos, tal como no somos. La mayoría de los artistas reunidos provienen de culturas muy diversas a aquella que, con el hemiciclo en Francia, dominó Picasso durante décadas, desde su época barcelonesa y su primer viaje a París en 1900. Entrar en la exposición es ver lo que muy pocas veces se ha mostrado. Una visión postcolonial del mundo picassiano, un impacto raro y preciso.

Mientras Franco agonizaba y Picasso no había podido exponer aquí más que en una ocasión desde la guerra, en 1975 el artista sudanés Ibrahim el Salahi era encarcelado en Jartum acusado de conspirar contra su país. Cada día, en el patio de la prisión, con un cepillo de dientes tallado en punta y protegido por sus compañeros, dibujaba en la tierra. Lo borraba cuando terminaba el descanso y, a la manera de la Penélope clásica, a la mañana siguiente lo rehacía, lo continuaba y lo volvía a borrar. Miren ahora Lo inevitable: es el resultado de aquellos dibujos memorizados tras ser trazados con palito y borrados. Su inspiración, el Guernica.

En unos años, en 1981, el mural picassiano llegaría, no al Museo del Prado como Picasso deseó alguna vez, sino al Casón del Buen Retiro, adecuado nombre. Lo recuerdo. El Guernica estaba dentro de una urna y lo custodiaba la Guardia Civil. Increíble pero cierto. Al cabo de poco, en 1984, un artista iraquí, Dia al Azzawi, se inspiraba en él para un conjunto de aguafuertes de grave intensidad, No somos visibles sino cadáveres, reacción a la matanza de los falangistas libaneses en los campos de Sabra y Shatila en la que murieron ochocientos refugiados.

La exposición Post-Picasso es un regalo, un panorama de diálogos y réplicas de artistas del presente

Mientras estuvo en Nueva York, el Guernica alentó también a los pintores norteamericanos. Ahí está el gran y colorista cuadro de Faith Ringgold, crónica de los años 60 en la que la violencia campaba por las calles norteamericanas y visión anticipada de la violencia callejera que desde entonces domina tantas ciudades.

Picasso ya no tiene la enorme influencia canónica que tuvo hasta los años 50, cuando Jackson Pollock, el más conocido de los pintores expresionistas abstractos, se batía con su herencia hasta el punto que su psicoanalista le encomendó realizar una serie de dibujos sobre el Guernica, para sacárselo de encima y encontrar su propio estilo. Los nuevos artistas lo arrinconaron pero a partir de entonces fue un maestro compasivo que dio cabida a los sueños y visiones de los artistas de las periferias del arte.

Así, un pintor cubano, Armando Mariño, reproduce en su tela Las señoritas de la calle Aviñón, de la que surge un negro polizón que por fin llega a puerto. Las máscaras africanas que sirvieron a Picasso de modelo para pintar su cuadro origen del cubismo, en 1907, se convierten así en el pasaporte de un viaje de vuelta. De la misma manera, el congoleño Cheri Samba, maravilloso dibujante que ha sabido aunar el pop y el cómic con los relatos africanos, se pregunta en su tríptico ¿Qué futuro para nuestro arte? y una imagen pensativa de Picasso da la respuesta: “Un solo remedio: ser reconocido y en Francia”. Así ha sido para Samba, de la misma manera que desde Londres han irradiado tantos otros de estos artistas. El antes citado El Salahi, nacido en 1930, es el primer artista africano al que la Tate Modern ha dedicado una retrospectiva.

Un Picasso político, de nuevo. Lo es su obra, ciertamente, útero materno. “Yo no busco, encuentro” es la máxima picassiana que guía esta exposición. Picasso se ha convertido en todo lo que estos artistas han encontrado mientras trabajaban y pugnaban por decir y hacer. Múltiples perspectivas de cosas y hechos, de la luz, de la expresión humana y de la naturaleza. Nada es simple, todo expresa, demanda atención.

Los niños lo comprenden y lo muestran en su cara, en sus ojos. Ellos abren la puerta de la exposición, en un vídeo de la holandesa Rineke Dijkstra titulado Veo una mujer llorando. Los adultos podemos jugar a imaginar y acertar el cuadro que miran, podría ser el mismo Guernica. Pero no, el verdadero cuadro son ellos, niñas y niños que miran con seriedad y regocijo. Están ante Picasso sin dejarse apabullar ni por su fama ni por su vida descomunal, esa otra forma de colonialismo.

Ante la pintura y basta.

Mercè Ibarz, escritora.

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