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crítica | danza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Con el tacón de aguja

'La Cenicienta' se despega progresivamente de sus raíces más lógicas para quedar absorbida por ese estilo internacional, corriente centroeuropea que hace tabla rasa

No son frecuentes las incursiones de Thierry Malandain (Petit-Quevilly, 1959) en el ballet narrativo, aunque sí hay que destacar en su profuso catálogo un Romeo y Julieta (Berlioz, 2010), un Amor brujo (Falla, 2008) y un Don Juan (Gluck, 2006); el tema Cendrillon(ópera de Massenet), tocado en el Festival de Vaison-la-Romaine de 1988 con la dirección escénica de Robert Fortune.

Pero en nuestro tiempo, y en la edad moderna del ballet, la cenicienta por excelencia es la de Prokófiev, su partitura más elaborada y estructurada sobre un libreto de Nikolai Volkov del que Malandain se desprende todo lo que puede sin dejar de hacer la historia comprensible, en una versión libre algo pomposa. Aun siguiendo el hilo argumental básico, el cuento de Perrault se queda en un pretexto de máxima para entrar en otras sugerencias escénicas que sí están en la querencia y los intereses de este creador, y por ende, en los que se podían apuntar vectores de un estilo propio, algo que está aún por distinguirse plenamente, pues la factura es muy ecléctica, va recordando muchas cosas y a veces, a sí mismo.

La Cenicienta

Ballet de Biarritz. Coreografía: Thierry Malandain; música: Serguei Prokofiev; luces: Jean-Claude Asquié; decorado y vestuario: Jorge Gallardo. Teatros del Canal. Hasta el 6 de abril.

Su trabajo es solvente en lo musical, armónico y licuado, pero con frecuencia no sabemos si estamos ante una narrativa o si sencillamente la redundancia coral y tendencia abstraccionista domina en un metraje demasiado largo para un acto: el intermedio en estos ballets no es un capricho, sino una necesidad estructural. Malandain hace un guiño a la tradición manteniendo en travestí los roles de las hermanastras y la madrastra, pero hay otros elementos que no convencen por trillados: las muletas que lleva (están de moda, como los maniquíes con ruedas: todo poco original). Los bailarines son, en general, correctos.

El escenario, de aire minimalista, una caja alemana con “estampado” de tacones de aguja evoca el cuento, lo traslada a un gusto actual un tanto especial y agresivo. Volviendo al estilo, este no se concreta, pues hay de todo en la lectura, con exhibiciones técnicas convencionales un tanto gratuitas; tampoco hay mucha gracia en las danzas árabe y española. El coreógrafo se despega progresivamente de sus raíces más lógicas para quedar absorbido por ese estilo internacional, corriente centroeuropea que hace tabla rasa con otras distinciones.

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