Algo más que una cuestión táctica
Hubo un momento el sábado en Riazor en el que algo se acabó de romper entre parte de la grada y su entrenador
Hubo un momento el sábado en Riazor en el que algo se acabó de romper entre parte de la grada y su entrenador, el mismo que hace un año supo tocar la fibra del deportivismo para hacerle creer, tocar y casi festejar una salvación que otros habían dejado al filo de lo imposible. Sucedió cuando Luis Fernández dejó su puesto a Ifrán en un intento de rearmar un equipo cautivo. Poco importó que el delantero de la cantera hubiera solicitado el cambio: brotaron los silbidos de la frustración, del hartazgo y la confusión, porque este Deportivo sobre todo invita a la perplejidad. Sólo desde ese estado puede tratar de interpretarse como un equipo incapaz de gestionar sus partidos como local lleva más de media liga en puestos de ascenso. Pitó parte de la grada y empieza a masticarse un resquemor que enfoca al entrenador, a sus decisiones. Tampoco es mal detalle que en el Deportivo se haya pasado de hablar de deudas, embargos y liquidaciones a debatir sobre la defensa de cuatro o de cinco.
Puestos a hablar de la pelota quizás, como sugiere Fernando Vázquez en sus comparecencias ante los medios, lo accesorio es la colocación de los jugadores en el campo y lo importante si tienen herramientas para generar fútbol. Tras el partido, seguramente sin quererlo, el zaguero Diego Seoane invitó a pensar en sus declaraciones que éstas no sobran y que por ejemplo cuando el equipo alinea tres centrales se le invita a destruir más que a construir. “Con cinco atrás las posibilidades de remontada son menores”, explicó el lateral al recordar lo que sucedió tras el empate del Tenerife, matiz que ayuda a engordar la idea que deja entrever el equipo, a estas alturas dispuesto a ascender a Primera gracias a sacar réditos en acciones episódicas y a partir de ellas defender el botín con más miedo que vergüenza. En esa incapacidad para imponerse como se le supone a un equipo con su poderío social y económico en comparación al de sus rivales tiene el Deportivo su cruz. Y esa insuficiencia excede a cualquier dibujo táctico porque además la zaga de cinco no ha dejado de ser, durante el 90% de los partidos en que se ha empleado, un alivio para cuando el equipo está con el agua al cuello, para cuando pierde el control de los partidos y se fía de su conocido rigor defensivo para no ahogarse porque apenas tiene otro salvavidas. También, por qué no asumirlo, de la mediocridad generalizada a la que se enfrenta.
El problema no es nuevo en un equipo que sólo maneja respuestas defensivas, un combo del que el entrenador no ha podido extraer un rendimiento mínimo como para ser capaz de someter en su feudo a tanto oponente de medio pelo. Por eso, por que el listón está tan bajo, se festeja cualquier caracoleo o atisbo combinativo de Sissoko. Por eso se pretende atisbar en alguna de las esporádicas apariciones de Rabello el rastro del futbolista que algún agudo representante presentó como aspirante a jugar un Mundial. Por eso el termométro ofensivo del equipo lo ha marcado en los últimos partidos Laure, un esforzado lateral con tantos pulmones para percutir como limitaciones a la hora de finalizar las jugadas. El resultado, ese gran distorsionador, invita tras el empate ante el Tenerife a que el deportivismo enfoque atrás, a si cuatro o cinco, a censurar una mala decisión técnica rectificada a destiempo que situó a su zaguero más lento (Marchena) sobre el atacante más rápido del rival (Ayoze). La suma de resultados, la de 32 partidos, muestra que el Deportivo ha marcado 34 goles y el repaso en detalle evidencia que igual han sido hasta demasiados para las ocasiones generadas. Así las cosas habrá que fiar el objetivo a que la defensa funcione, aunque sea de cinco. O de diez.
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