Asunta: medio año y cabos sueltos
La investigación reúne más indicios que pruebas y varias hipótesis sin confirmar La pista de las cuerdas, clave para detener a la madre, no es concluyente
“Todos los indicios desembocan en los padres; sabemos que Rosario Porto estaba con la niña cuando murió, y que durante la comida en casa de Alfonso Basterra se le empezó a suministrar una dosis tóxica de lorazepam que no era la primera del verano”. Esta droga impidió que se pudiera despertar y defender cuando, entre cuatro y cinco horas después, alguien la mató asfixiándola con un objeto blando. “Tenemos una serie de evidencias, muchos hechos probados, contradicciones flagrantes de los detenidos”, reconoce un investigador. “Pero no un vídeo de lo que sucedió en la casa de Teo”, la prueba irrefutable de la autoría del crimen. “Sospechamos que la niña murió en la habitación [del piso de arriba que había sido de su madre cuando era pequeña], pero no es seguro. Pudo morir en otro sitio, hasta en el coche”, cuando se la llevaron a la pista forestal, a cinco kilómetros, en la que apareció el cadáver.
Seis meses después del asesinato de la niña de 12 años, el 21 de septiembre de 2013, hay cabos sueltos en el caso Asunta, empezando por la primera pista que aguzó el olfato del guardia civil que sorprendió a la madre intentando deshacerse de un tramo de cuerda en el chalé del municipio vecino de Santiago. La misma noche en que se halló el cuerpo, los agentes localizaron en la vivienda cuerda idéntica a los tres fragmentos que aparecieron cortados junto al cadáver. Se sabe que es igual, pero según han confirmado a este periódico fuentes del caso, “la prueba no es concluyente”. “Tenemos un puzzle con muchas piezas, pero otras, en la reconstrucción del crimen, están en blanco”, reconoce un responsable. En la instrucción del asesinato de Asunta se puede distinguir entre los datos plenamente comprobados e hipótesis que encajan e incluso justifican las lagunas.
Las cuerdas. Los tramos de cordel naranja hallados en la pista forestal de Teo, usados para atar de pies y manos a la cría, parecen formar parte de la misma secuencia que el fragmento localizado por la Policía Judicial junto a una mascarilla de usar y tirar y un pañuelo de papel en una papelera de la habitación de la niña en Teo. El juez Vázquez Taín todavía está pendiente de un informe sobre el fabricante, sin embargo, es “imposible” confirmar en el laboratorio si el corte coincide por completo. “Son muchos hilos mezclados”, y estos “deberían tener al menos dos milímetros de grosor para que el informe fuese concluyente”, admiten los investigadores. “Si fuese una cinta, sería más fácil”.
El lorazepam.Los análisis de sangre revelaron que la niña había ingerido una cantidad tóxica de este psicofármaco (0,68 microgramos por mililitro) que probablemente le fue suministrado en sucesivas dosis desde la hora de comer. La niña murió entre las 19 y las 20 horas, y entonces apenas había empezado a hacer la digestión, ya que esta benzodiacepina la ralentiza. Pero en su orina también había presencia de lorazepam de la misma marca, Orfidal, que el padre compró al menos en tres ocasiones (5 y 17 de julio, y 16 de septiembre. En total, 125 comprimidos en tres cajas). En el vestido que llevaba la madre el día de los hechos también había polvo de lorazepam. Además, están los análisis del pelo de la pequeña, que confirman que llevaba tiempo tomando Orfidal, y los episodios, referidos por docentes, en los que la niña no pudo dar clase porque estaba “KO”. Asunta llegó a advertir a dos profesoras: “Mi madre me quiere matar” y habló de unos “polvos blancos” que le daban. Tanto Porto como Basterra dijeron que se trataba de una medicina para la alergia. Pero el pediatra niega tal enfermedad. Un día que la niña, en clase de música, no se podía tener en pie, el padre la llevó y la trajo, fue advertido de su estado y, además, él mismo confirmó que esa noche había dormido en su casa.
Las cámaras. Los investigadores tienen imágenes de 37 cámaras de vigilancia de diferentes locales. Además, están las horas de desconexión y conexión de las alarmas en los dos domicilios de Porto. Asunta pasa ante la cámara de un banco, camino del piso de su padre, a las 14 horas, y de regreso al de la madre, a las 17.21. Siete minutos después, pasa caminando también de vuelta Rosario Porto, que vuelve a aparecer en otro foco a las 18.12 entrando en el garaje. Diez minutos después, el Mercedes verde rodea una rotonda camino de Teo. A bordo se ven dos figuras que la propia imputada admite que son ella y su hija. La alarma de la casa de Teo se desconecta a las 18.35 y se vuelve a conectar a las 20.53. A esa hora un vecino saluda en el camino a Porto en el coche, pero no ve a la niña. El padre no aparece en ninguna cámara de la ciudad hasta después de las nueve de la noche. Entonces “se dedica a pasar una y otra vez”, hasta en nueve ocasiones, por delante del objetivo de la sucursal bancaria que horas antes había registrado las últimas imágenes nítidas de la pequeña.
Los teléfonos. El móvil de Asunta, situado por el informe de geolocalización en el piso de su madre en Santiago, registra una conexión a las 17.38 y otra a las 21.05. A esa hora, la niña ya está muerta. Según fuentes de la investigación, es una llamada de su padre, que a partir de ese momento realiza en torno a una veintena a varios teléfonos. Los investigadores creen que quería dejar su rastro, aparentando que buscaba preocupado a la cría desaparecida. Por su parte, el móvil de Basterra que ya está analizado (el segundo está pendiente) se conecta desde su piso a las 16.59 y a las 20.47. La madre hace también una conexión de datos de internet a las 19.29 desde la casa de Teo.
El ordenador de Basterra. El portátil y el segundo móvil de Basterra no aparecieron en el primer registro. Alguien los colocó en su piso más tarde. En este paréntesis el disco duro fue cambiado. Se sabe por las dos huellas, una por arriba, otra por abajo, que han quedado marcadas. Si el ordenador se hubiese encendido después, estas marcas se habrían fundido con el calor. La Guardia Civil tiene el ADN de esta persona, pero ve difícil llegar a localizarla. Los investigadores creen que Basterra quiso ocultar un aspecto de su vida del que, aseguran, ya han obtenido información en su círculo de amistades. Pero no han podido comprobar si la niña conocía esta faceta, o sabía algo que el padre no quería que contase.
Los coches. En el Mercedes de la madre hay ADN de todos, algo lógico en una familia, aunque los padres viviesen separados. Lo único que despierta sospechas es la desaparición de las alfombrillas traseras. El Corsa del padre permaneció todo el tiempo aparcado ante una cámara de la calle. Pero los investigadores sospechan que pudo viajar a Teo en otro vehículo aunque de momento no lo pueden probar. Si la niña hubiese muerto, efectivamente, en el piso superior, la madre, que pesaba poco más que la cría, habría necesitado ayuda para bajarla por la escalera porque el cuerpo no tenía contusiones. Hasta el día en que decidió negarse a declarar, Basterra sostuvo que no había salido de su piso en toda la tarde. Pero dos testigos desmontaron su coartada al confirmar que lo vieron a las 18.18 (hora que marcaba el tiquet de compra de la tienda en la que acababan de pagar) en las inmediaciones del garage de la madre en Santiago. Entonces él iba con Asunta. Estos testigos, un chico y una chica, no titubean porque ella conocía perfectamente a la familia Basterra Porto. Había estudiado tres años con la víctima en la Alianza Francesa.
La trampa del semen
En todos sus años de carrera jamás ha visto patinazo igual, se declara abochornado y cree que nunca lo podrá olvidar. Un investigador del caso Asunta se sincera de esta forma sobre el episodio de contaminación de pruebas en el laboratorio de Criminalística de la Guardia Civil en Madrid. Un supuesto descuido (al entrar en contacto la camiseta que vestía la niña el día de su muerte con el esperma del preservativo de un hombre denunciado por violación) enredó las pesquisas y sirvió como arma que enarbolaron los abogados de los padres estos meses. Aún están pendientes para la semana que viene varias declaraciones de testigos en relación con este surrealista asunto, pero nada van a poder aportar al caso de la niña.
La mancha de semen es una prueba falsa. Según fuentes del operativo, el dueño de aquel condón, un joven colombiano, lo rescató de la basura y se lo entregó en persona a los agentes después de ser señalado por una mujer tras una fiesta latina en Arroyomolinos (Madrid). El chico no había estado en Galicia ni conocía a Asunta. Pero en estos meses han llamado a declarar hasta a sus suegros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.