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POP | THE ELECTRIC SOFT PARADE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La felicidad insólita

El quinteto de Brighton custodia el secreto de las canciones pluscuamperfectas, y deja un recuerdo inmejorable de su primera visita a Madrid

Hay música sencilla y compleja, la hay feliz o torturada, bobalicona o plena de significado. The Electric Soft Parade constituye una rareza maravillosa desde su transversalidad. El quinteto de Brighton jamás recurre a la vía fácil, pero consigue que sus fulgurantes píldoras sonoras entren por los tímpanos de inmediato. No filosofa, pero enhebra buenas frases para cobijar en la memoria. Y, sobre todo, transmite una felicidad insólita y radiante sin asomarse una sola vez al pozo de la ramplonería. Bendita anomalía la de estos muchachos que en sus doce años aún no habían asomado por la ciudad. Anoche no consiguieron llenar la Moby Dick, sala de aforo modesto y sonido adorable, pero ofrecieron la mejor catarata de canciones que hemos escuchado sobre un escenario en este arranque de año. Una lección de pop tan pluscuamperfecto que entraban ganas de no dejarles abandonar la ciudad sin que nos explicaran cómo demonios lo consiguen.

La magia surge como por efecto de una de esas raras fórmulas magistrales que solo manejan los boticarios. Estos discípulos aventajados en todo son capaces de ponerse psicodélicos como Gruff Rhys, pero con idéntica facilidad recuerdan a Jellyfish, Todd Rundgren o Ben Folds cuando los teclados llevan la iniciativa. Su filiación más recurrente es a ese power-pop instantáneo y sensacional que solo eran capaces de manufacturar Big Star o Teenage Fanclub. Y a la luz de temas tan redondos como Brother, you must walk alone tan solo cuesta explicar que Nick Hornby no los haya canonizado aún en alguna de sus novelas.

Los hermanos Alex y Tom White lo iluminan todo con sus voces impecables y el complemento del batería en los coros agudos, un bajista con las líneas más sexis de la temporada y un teclista tan moderno con su viserita que recuerda a Fred Armisen, el protagonista de Portlandia. Hasta el bis, un Never again con los White en solitario, todo aconteció bajo los parámetros de lo delicioso, casi a la manera de los Beatles. Solo falta que no tarden otros doce años en repetir visita.

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