Contra la desesperanza
Miguel Ríos es un artista que se sacudió el pasado a manotazos y creó un territorio de libertad
Hace algún tiempo cumplió 50 años mi amigo más querido y le pregunté cómo se sentía. Me respondió que tenía la impresión de haber subido un monte empinado pero que había llegado por fin a la cima. Me dijo que le faltaba algo de aliento y que su cuerpo acusaba un cierto cansancio pero, en compensación, podía disfrutar de un amplio paisaje ante sus ojos.
Cada año que pasa recuerdo esta conversación. La vida es una cuestión de perspectiva. El problema es que el conocimiento que atesoras, el más íntimo y personal, no se puede transmitir. Las palabras con las que pretendes expresarlo se desvanecen antes de ser pronunciadas. Es un secreto intangible que solo a ti te pertenece. Algunas, muy pocas veces, tienes la sensación de descubrirlo en una mirada ajena y entonces se enciende una chispa de complicidad de los que comparten un dulce secreto.
Quisieras descubrir un territorio libre de nostalgia. Un espacio en el que poder volar sin ataduras ni pesados equipajes, habiendo aprendido del pasado pero sin su peso. Y vuelves los ojos a la música, al arte, a la creación donde la atmósfera es menos pesada y se aceptan con facilidad los balbuceos y las contradicciones.
Pienso en todo ello a propósito de la distinción de Miguel Ríos como hijo predilecto de Andalucía. Decía Baudelaire que aceptar un premio concedido por el poder es también una forma de reconocer su derecho a castigarte (¡ay, esos poetas malditos que no nos dejan disfrutar las mieles del triunfo!) pero en el caso de Miguel Ríos, es el reconocimiento a un artista que se sacudió el pasado a manotazos y creó un territorio de libertad; a toda una generación de artistas andaluces que hicieron de su música un territorio libre de nostalgia y con hambre de futuro.
Miguel nos recuerda que los sueños que tuvimos fueron buenos sueños, que nuestro único error fue abandonarlos, convertirlos en un rito, emprender el camino del conformismo y liquidar todo rastro de autenticidad. Quisimos educar a los hijos con palabras, que no con hechos; con celebraciones, que no con compromisos y ahora se han quedado inermes ante el vendaval de la crisis. No saben qué hacer con sus manos, no tienen costumbre de pelear, ni armas mentales, ni técnicas de defensa.
Por lo demás, son los restos de estos sueños los que todavía nos permiten sobrevivir y no acabar cuerpo a tierra. Sobre todo en el sur, expertos en subvertir las derrotas, conquistadores de verdugos, donde la alegría y la sociabilidad ponen sordina a nuestros males.
Va a hacernos falta un nuevo sueño andaluz porque no podemos vivir entre la añoranza del pasado y el desaliento del futuro. Tuvimos nuestros poetas, nuestros cantantes, nuestro 28-F. El pasado nos da una base pero hacen falta nuevos materiales para este edificio. Mientras tanto nuestro futuro está en la calle, haciendo cine con crowdfunding, subiendo su música a Internet, huyendo de la quema al extranjero, consumiendo su saber y su talento en las colas del paro. Nunca en la historia hemos tenido un sentimiento tan acusado de estar tirando al mar nuestros mayores tesoros. La impotencia es un manojo de ortigas que nos irrita sin cesar. Pero no puede ser tan difícil utilizar los nuevos talentos, aprovechar las nuevas energías sociales para dar un salto adelante.
Lo hicimos cuando el 30% de nuestra tierra era analfabeta, cuando apenas teníamos jóvenes con estudios universitarios, cuando un millón de andaluces estaba en el exterior, cuando la mitad femenina de la población empezaba a pelear por su presencia en la esfera pública… ¿Cómo no conseguirlo ahora? Sólo hace falta una chispa de esperanza, un manotazo a la resignación y un empujón de rebeldía. O como dice una canción de Miguel Ríos: “Ponte un escudo de acero contra el desaliento porque no habrá un tiempo mejor que el que inventemos”.
Precisamente ahora, cuando las libertades que no sean las del dinero están en cuestión y se practica de forma masiva el deporte de la desesperanza, quizá no esté de más revisitar nuestros sueños, recuperar las esencias de la rebeldía: sentir el dolor de estar vivos, el placer de estar vivos, dar cuerda a la máquina interior que nos pone en marcha y como en el viejo rock Born to run exclamar: “Agárrate fuerte porque, pase lo que pase, nunca volveremos atrás”.
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