El drama de la tragedia
Concha Velasco triunfa con ‘Hécuba’, prototragedia de venganza, en una versión y un montaje orientados hacia lo dramático
La tragedia, rey de los géneros dramáticos, trasluce de modo palpable el origen ritual del teatro, lugar que en la democracia griega ocupaba un espacio simbólico intermedio entre la asamblea y el templo. Los actores trágicos traían a escena el conflicto y la caída en desgracia de personajes del pasado mítico de Atenas (o del de sus vecinos), lo cual servía de metáfora de conflictos presentes. Así, en Hécuba, prototragedia de venganza, Eurípides narra el súbito cambio de condición que sufre su protagonista: de reina de Troya, a esclava obligada a entregar a sus captores griegos a su hija Polixena, para que la degüellen, y a soportar en el mismo día la revelación de que Polidoro, hijo destinado a sucederla, ha sido asesinado por el rey de Tracia, bajo cuya protección lo puso. Como venganza, Hécuba tenderá una trampa letal a los niños del monarca, y hará que le saquen los ojos.
En Hécuba no hay suspense: los hechos representados en las tragedias eran suficientemente conocidos y lo que sus autores promovían era que el público examinara de cerca las pasiones y desafueros que tuercen la línea de la vida, ensombrecen las almas y llevan al desastre a monarcas y pueblos para, de este modo, salir del teatro limpios tras una catarsis o desahogo colectivo. Por si su público no recordaba lo acontecido a Hécuba, Eurípides lo resume en el prólogo por boca del fantasma de Polidoro, que se le aparece a su madre para revelarle que Poliméstor lo asesinó y que su hermana tiene las horas contadas. Las cartas están, pues, bocarriba desde el primer minuto, y la acción trágica, antitética de la acción dramática, consiste aquí en ver cómo se cumple lo enunciado inicialmente.
HÉCUBA
Autor: Eurípides. Versión: Juan Mayorga. Intérpretes: Cocha Velasco, José Pedro Carrión, Juan Gea, Pilar Bayona, María Isasi, Alberto Iglesias, Luis Rallo, Alberto Berzal, Denise Perdikidis, Marta de la Aldea, Zaira Montes. Caracterización: Juan Pedro Hernández. Luz: Toño Camacho. Vestuario: Pedro Moreno. Música: Mariano Díaz. Escenografía y dirección: José Carlos Plaza. Teatro Español. Hasta el 23 de febrero.
Juan Mayorga, autor de esta versión, elimina el prólogo anticipatorio, secuestra la información que en él se ofrece, la dosifica para crear cierta intriga, orienta algunas réplicas hacia el efecto dramático (“solo te pido una tumba para que mi madre me llore”), hace entrar a Taltibio con el cadáver de Polixena en brazos y hace desaparecer las menciones a los dioses, como si no hubiera todopoderosos hoy. La interpretación de Concha Velasco es eficacísima desde el punto de vista dramático, hacia el que están viradas también las de sus compañeros de reparto, a excepción quizá de las de Pilar Bayona, limpia, seca y contundente, y, por momentos, la de María Isasi, que sí rozan lo épico. El coro de cautivas, individualizado y quieto, y la música (un pelín solemne a ratos y apropiada para una superproducción hollywoodiense cuando acompasa la conjura), tampoco ayudan a que en el Español se invoque el eco ancestral del canto del macho cabrío. Pero poco importa todo eso al público, que llena el teatro a diario para ver a Concha Velasco, sigue la acción interesado y celebra con entusiasmo su interpretación intensa, emotiva y desgarradora. El tono de Bodas de sangre, función dirigida también por José Carlos Plaza, era más atinadamente trágico que el de este espectáculo.
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