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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un gesto insólito

Aquí ha cundido escandalosamente el silencio y se ha mirado hacia otra parte

Cuando los estudiosos traten de caracterizar a los gobiernos del PP que se han sucedido en la Generalitat desde 1995 es muy probable que mencionen la arrogancia como vitola de la época. Arrogancia, chulería, solipsismo e irresponsabilidad, que vienen a ser la misma cosa en quienes se han sentido ungidos por Dios —o al menos por la Iglesia— y blindados por las mayorías electorales para situar —decían ampulosamente— el País Valenciano en la historia y hacer políticamente lo que les viniese en gana. Así, han ahormado a su conveniencia la Administración y las instituciones, desdeñando a la oposición de los partidos políticos en el marco de unas Cortes degradadas que han fomentado el arbitrismo y la opacidad de la gestión pública. Algo parecido o más subido de tono —a poco que se señale la corrupción— puede ser la reseña sumaria de lo que han sido estos años de hegemonía pepera.

Nadie entre sus notables y dirigentes más calificados ha dicho hasta ahora una palabra de autocrítica por este mortificante historial. Eduardo Zaplana anduvo demasiado engallado para hacer examen de conciencia, y Francisco Camps, alelado por la adulación y por su propia poquedad, atendió a la mejora de su ropero sin advertir —o sí, vete tú a saber— que la banda de Ali Babá se había instalado en el partido. Ha sido Alberto Fabra el primero que, sin acentuar el énfasis —digámoslo todo—, ha reconocido esta semana que se cometieron errores propiciados por la "borrachera" de prosperidad y ha pedido perdón por las “cosas que no se han hecho bien”. Menos da una piedra. Pero este gesto insólito le avala cuanto menos para ser —si antes no le jubilan— el cabeza de la oposición después de perder las próximas elecciones autonómicas de 2015.

Antes, y mientras siga al pescante del gobierno, el molt honorable y las personas honradas del PP —que las hay, son mayoría y hasta conocemos algunas— habrán de sufrir un implacable tormento judicial y mediático, pues, aunque con insufrible morosidad, se van cerrando las muchas causas que se instruyen a la legión innumerable de chorizos y sangoneres (sanguijuelas) que han entrado a saco en los recursos públicos amparados por la complicidad, indiferencia o incompetencia de las autoridades más encumbradas. O cómo, si no, se comprende este festival de enriquecimientos súbitos de concejales, idilios con inmobiliarios o concesionarios de recogida y tratamiento de basuras, por no mencionar los más afamados casos que sitúan a esta Comunidad como una potencia de la corrupción. Aquí ha cundido escandalosamente el silencio y se ha mirado hacia otra parte, quizá porque la aludida cogorza estaba socialmente generalizada.

Llegado este momento, queremos confiar en la solvencia de los jueces, por más que haya precedentes no demasiado alentadores. Después de tantos años de zarabanda delictiva a la vera de la política tan solo una persona —que sepamos— sufre la hospitalidad del chabolo Poca cosa, queremos decir poca productividad, si es que en estos asuntos tienen cabida las valoraciones economicistas, sabiendo cuán escasos andan de medios materiales y humanos. En cuanto a la función del jurado, mejor dejarlo, no sea que se nos desbarate el pico. La verdad es que nosotros, a la hora de juzgar estos desmanes, preferiríamos al Clint Eastwood del film Sin perdón, o a los mismos jueces proféticos Baltasar Garzón y Elpidio José Silva. Justicia implacable para los corruptos, esa pandemia. Algo insólito.

 

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