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ROCK | BEADY EYE
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Camino de la irrelevancia

El grupo de Liam Gallagher ya no es un sucedáneo de Oasis, sino un ente monótono inmerso en la desolación acústica de La Riviera

El hombre más altivo de Manchester, o uno de los más cualificados en esa faceta, ya sabe aplacar sus humores. El Liam Gallagher de anoche viste elegante gabán negro, prefiere el hermetismo entre canciones a la blasfemia y luce mejor aspecto, a sus 41 años, que aquel joven irredento al que apuntaban los focos en los tiempos gloriosos de Oasis. Cuentan incluso que el pequeño de los Gallagher se mostró encantador con Mucho, sus teloneros toledanos. Lástima que a la saludable madurez le falte algún triste argumento en el ámbito de la melomanía. Beady Eye no cuajaron hace tres años como sucedáneos de Oasis, pero ayer se les vio inmersos en un clasicismo rockero insignificante. Y ahora ya no acompaña la hinchada (dos tercios de aforo) ni los elementos: regresó a La Riviera esa asquerosa sinfonía del barullo, esa infamia acústica por la que han logrado triste celebridad sus paredes.

El segundo trabajo de los británicos, BE, bucea en la psicodelia de los sesenta pero olvida, pese a sus orgullosas mayúsculas, casi todo atisbo de inspiración. Las iniciales Flick of the finger y Face the crowd definen el bajonazo: monótonas, rutinarias, indiferentes. Liam sigue fiel a su extraña pose, inclinado y con las manos tras los riñones, pero masculla cada línea sin una maldita inflexión. Y le escoltan dos guitarristas, Gem Archer y Andy Bell, tan efusivos como un médico forense.

Brotan dos gloriosas excepciones con Iz rite y Second bite of the apple, piezas con desarrollo y estribillos que podrían avalar, supongamos, Manic Street Preachers. El resto es monocorde o desganado, como esa lectura de Wonderwall que a Liam parece atragantársele. Pero aún más doloroso es el Gimme shelter final sin colmillos, como si Jagger y Richards fueran unos indocumentados. El crédito del apellido ilustre se le va acabando a Gallagher, ahora mismo camino de la cruda irrelevancia.

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