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Un año con Vázquez

“Quiero un Deportivo que sea difícil de vencer, rocoso, dinámico, pero sobre todo difícil de golear, duro y competitivo", aseguró el entrenador del Deportivo en su primer día

Fernando Vázquez
Fernando Vázquez EFE

En un oficio proclive al ruido y la charlatanería es justo ponderar como se merecen a aquellos entrenadores que cumplen con lo que anuncian. Fernando Vázquez es uno de ellos. Mañana se cumple un año de su incorporación al Deportivo. Aquel día desgranó con la palabra justo lo que iba a ser el equipo de los doce siguientes meses. “Quiero un Deportivo que sea difícil de vencer, rocoso, dinámico, pero sobre todo difícil de golear, duro y competitivo. Ganar no es fácil, pero ser invulnerable casi siempre depende de uno mismo”.

Hundido en lo institucional (acababa de entrar en proceso concursal), en lo moral (acumulaba derrotas, los futbolistas no cobraban y el último técnico había puesto pies en polvorosa) y en lo futbolístico (era colista y encajaba una media de tres goles por partido), el Deportivo estaba en el pozo tras una traumática derrota ante el Granada la única noche en 25 años que la grada se volvió hacia el palco, cuando los jugadores tuvieron que salir escoltados de Riazor y sobrevolaba el riesgo de una fractura social. Fue entonces cuando llegó Vázquez, cuando habló, escuchó y motivó a unos futbolistas desencantados, compartió largas sobremesas con un presidente abrumado y se fue, literalmente, a abrazar a la grada. Aquellas muecas y alaridos al bajar del autocar para arengar a la masa no eran gratuitas. “Gasté mucha energía en conectar a la gente con el equipo”, confesó meses después. Todo ese pegamento sirvió para unir a los diversos estamentos del deportivismo en un momento crítico. Hay, obviamente, un mérito futbolístico que todavía está por concretar en la suma final porque el equipo a la postre se fue a Segunda, pelea por regresar y sufre en esa porfía con más revolcones de la cuenta, por ejemplo la derrota de ayer en Murcia (1-0). Con todo, hay un camino trazado y un valor en todo el trabajo efectuado éstos últimos meses que trasciende a la pelota.

Aquella madrugada que Vázquez cogió el coche en Santiago para acercarse hasta el Playa Club emprendía un viaje a Ítaca, una peripecia que en aquel momento resultaba inopinada porque suponía un regreso desde el olvido entre la desconfianza y la sospecha de más de uno. Y ha desmentido a los escépticos. Riazor ha alumbrado al Vázquez más maduro, más director y menos atleta. Sin carreritas. El inconformista que ha sabido moderar esa pulsión que le convirtió en una diana fácil para los árbitros es ahora un estratega que de puertas afuera luce más sereno, con más poso, que le ha dado al Deportivo un sello; un técnico que advierte ante el optimismo desatado en el entorno del club que en esta liga de topes salariales las fuerzas se han igualado como nunca. “Que nadie se engañe, siempre sufriremos para ganar”, avisa mientras construye un equipo con la demanda del ascenso. Lo dijo en agosto cuando tenía 17 profesionales y lo repitió ayer.

Al Deportivo, siempre tan exigido, le dará el éxito saber masticar los tropiezos en una categoría en la que tienen mucho ganado aquellos equipos que parten con el bagaje de la conjunción. No es su caso y sí el otros con menos urgencias como ese Eibar líder a igualdad de puntos con los coruñeses, que deslumbra con futbolistas que el año pasado lo subieron de Segunda B más el añadido del talentoso Jota Peleteiro. O el Lugo, tan maduro como para dejar atrás cuarenta días de plomo que tenían más que ver con los resultados que con el rendimiento. En esos malos tiempos encontró una respuesta en los valores que ya tenía aprendidos. Ante la duda, el equipo de Setién miró al frente más convencido que nunca; con más certidumbre que cuando venían bien dadas bajó la pelota al piso para defenderse con la posesión tal y como había hecho, por ejemplo, en Riazor cuando tras sufrir los embates a la contra del Deportivo convirtió el segundo acto de aquel partido en un gigantesco rondo en el que el grande persiguió al chico. Algo así le pasó al Zaragoza tanto en La Romareda como el sábado pasado a orillas del Miño. Con el balón en los pies, sólo los despistes propios pueden laminar al Lugo y en las últimas jornadas ha conseguido minimizarlos. Cuatro lleva sin encajar gol y nadie en la categoría ha conseguido cerrar más partidos (14 de 25 disputados) sin que perforaran su meta. Y todavía hay que escuchar a quien dice que Setién y el Lugo arriesgan mucho.

 

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