Gracias por asombrarnos
Es momento de agradecer a estos siete muchachos y al resto de la familia berrogüettense tantos fogonazos de pasión que ya perdurarán en la memoria hasta que esta se desvanezca
Cómo negarlo. Cómo disimular, siquiera. Me siento muy triste por la disolución de Berrogüetto, acaso el experimento musical más rico, complejo y fascinante que se haya alumbrado sobre suelo galaico. Y ya era de esa misma opinión mucho antes de aquella mañana otoñal de 2010 en que una perfecta desconocida por entonces, la enorme Beatriz Fontán, me llamó para sugerirme un libro, con el tiempo O pulso da terra, que recordaré siempre como un viaje maravilloso (¿Quién carallo te pasó mi teléfono, Fontán, raíña?).
Las bandas son organismos vivos –en casos como el que nos ocupa, vivísimos– y en consecuencia crecen, evolucionan, conocen los sabores y los sinsabores de la existencia e, inexorablemente, también dejan de existir. Así ha sucedido esta vez y seguirá aconteciendo siempre, un día u otro. Queda, si acaso, la intuición de que en un ecosistema cultural más saneado, y no en el paupérrimo erial que hoy conocemos, el proyecto de un septeto ambicioso seguiría resultando viable y habríamos conocido nuevos frutos de esta criatura fabulosa, una banda que deja no menos de tres discos (Navicularia, Viaxe por Urticaria y Kosmogonías) para enmarcar en el altar de nuestras más nobles emociones.
Tras seis álbumes (o cinco y un directo con libro incorporado), queda la inmensa paradoja de que los berros no hayan alcanzado su entrega número siete, la que habría de redondear las cábalas a las que siempre tan aficionados fueron. Siete discos y 21 años de existencia: ese habría sido el cierre perfecto del ciclo. Lástima que la crisis no tenga ni puñetera idea de numerología.
Pero no es momento de amargura, no, por más que los nostálgicos podamos estar pasando “uno de esos días”. Es momento de agradecer a estos siete muchachos presentes y al resto de la familia berrogüettense (Guadi Galego y Beatriz, en lugares privilegiados) tantos fogonazos de pasión que ya perdurarán en la memoria hasta que esta se desvanezca. Aquella lejana noche de abril en el Centro Cultural de la Villa, con una jovencísima Guadi desafiando los nervios; una velada prenavideña en un García Barbón donde se reprimían difícilmente las lágrimas, aquella plaza betanceira extrañamente mágica y telúrica en un domingo de agosto que en otras circunstancias habría resultado rutinario. El asombro, más bien el pasmo, de la primera vez que sonó en mi reproductor el Alalá da noite y su coda instrumental superlativa (Astrea), esa primera piedra de un nuevo género al que podríamos denominar “rock sinfónico con zanfona”.
En fin, compañeiros: sois muy grandes. Gracias por asombrarnos tanto y todo lo mejor (que será mucho y muy bueno) en las nuevas andaduras. Se os quiere.
Fernando Neira es periodista musical de ‘El País’ y en 2011 publicó ‘O pulso da terra’ (Eds. Galaxia), biografía de Berrogüetto junto a un CD y DVD en directo
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