Gente que alegra la vida
La verbena melómana del cántabro y su noneto en el Café Central remite a tiempos pasados y, en este caso, mejores
Hubo un tiempo en que Nacho Mastretta parecía a punto de convertirse en un músico ciertamente popular. Ganaba votaciones en El País de las Tentaciones, le cortejaban cantantes femeninas de postín, asumía bandas sonoras para películas de acción trepidante. La popularidad del artista cántabro hurga ahora en la otra acepción del término: su apego por las raíces, por aquello que los músicos aprendieron abriendo bien los oídos cuando se cruzaban con sus mayores. El Café Central es testigo toda la semana del maravilloso eclecticismo del cántabro y su noneto, una formación cuyo elemento aglutinador es la pasión, la música como veneno. Solo así se comprende el desparpajo de Mastretta, Diego Galaz (violín), Miguel Malla (saxo) y David Herrington cuando salen atronando con sus instrumentos entre las mesas, un juego que se repetirá varias veces durante la noche.
Nacho se ha especializado este tiempo en la música para verbenas; si acaso, para verbenas cultas. Es mucho mejor instrumentista que bailarín, claro, pero su permanente desinhibición danzarina sirve para demostrar que este repertorio podría disfrutarse en formato agarrao. Nadie dijo que por los feriales no puedan asomar artistas medio jazzísticos: acordémonos de las orquestinas.
Algún ritmo de jazz manouche es secundado por el público entre chasquidos, mientras los músicos salen y entran porque el minúsculo escenario les impone estrecheces casi japonesas. Da igual. El gran Pablo Novoa, que en la inaugural Radio Pesquera protagoniza un gran solo de guitarra, se repantinga contra la pared y todos juegan al final de El gran Vázquez a emitir notas desquiciadas. La música es sagrada, vienen a decirnos, pero endemoniadamente divertida. La música invita a la sonrisa, a distender los músculos y procurarnos un microcosmos de felicidad frente al desasosiego de las mariposas estomacales. Y ellos, los músicos, se saben los curanderos de la tribu, los privilegiados depositarios de ese arte ancestral que alivia a las almas en pena. Por eso son gente radiante; acaso poco acaudalada, pero orgullosa por la parte que les toca, por la alta misión que el destino les encomendó.
El nuevo repertorio de ‘El reino de Veriveri’ es una prolongación mejorada del anterior ¡Vivan los músicos!, un bonito desmadre de ‘ragtime’, pachanga, pasodoble, homenajes a Marley y Stevie Wonder en mitad de un delirio brasileño, aires morunos (en el tema central), coñas marineras (Fetén fetén) y el growl o gruñido del clarinete, como le gustaría a Giora Feidman, en la inédita y estupenda Miguel en NY. Mastretta es líder nada férreo y reparte protagonismos en cada pieza, lo que en la segunda parte se traduce en una ligera sobredosis de solos. Pero esta gente alegra la vida y compone como si atraparan melodías que llevan un siglo flotando en el éter. Una delicia, vaya.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.