La mente bajo el casco
‘El Antidisturbios’ explora la figura del agente policial que interviene para contener las protestas, un antihéroe contemporáneo que la crisis ha hecho emerger como protagonista de actualidad
Las cargas policiales, en apariencia una situación excepcional, se están convirtiendo, al calor de los conflictos que genera la crisis, en el pan nuestro de cada día. En la memoria colectiva están ya grabadas actuaciones como el desalojo de la acampada del 15M en la Plaza de Cataluña de Barcelona, los disturbios que acompañaron las manifestaciones de Rodea el Congreso, en la Plaza de Neptuno de Madrid, o, más recientemente, las actuaciones policiales en las manifestaciones contra la ley del aborto. Sin ir más lejos, anteayer se registraron cargas policiales y disparo de pelotas de goma en la calle Génova, delante de la sede del Partido Popular, en una concentración de apoyo a los vecinos del barrio burgalés de Gamonal.
Los partidos de la oposición piden con frecuencia explicaciones sobre lo que consideran actuaciones desproporcionadas, y la figura del agente de la Unidad de Intervención Policial (U.I.P.), el antidisturbios, es cada vez más cuestionada por el ciudadano, en la calle y en las redes sociales. ¿Están justificadas estas intervenciones? ¿Se sobrepasan estos policías o solo cumplen órdenes? ¿Mantienen el orden público o articulan la represión? ¿Son víctimas o verdugos? Sobre estas y otras cuestiones trata la obra El Antidisturbios, de la compañía Teatro de Acción Candente, escrita por Félix Estaire y dirigida por Patricia Benedicto, que se puede ver los viernes y sábados, hasta el 1 de febrero, en el lavapiesero Teatro del Arte.
“La obra surge de la impotencia. Vas a las manifestaciones y ves ciertas actividades que generan daño, dolor, y quedan impunes”, explica Estaire, “esa impotencia hay que canalizarla, nuestra forma es hacer esta obra para, más allá de sacar la rabia, ponernos en todos los lugares de la cuestión y ver qué nos pasa a todos. Queremos generar debate”. La pieza cuenta la historia de un policía antidisturbios (interpretado por Eugenio Gómez), viudo y buen padre, y de su relación con su hija (Lucía Barrado) que al dejar de ser una niña se convierte en activista política y reniega de la figura del padre (como, por lo demás, suele ocurrir, se tenga el padre que se tenga). En un ejercicio de empatía podemos ver las tribulaciones del agente cuando su hija le hace replantearse el que ha sido siempre su trabajo (el otro pilar de su vida) y cómo algunas de sus convicciones se derrumban cuando llega a dañar a un ser querido. “Al ponerme en la piel del antidisturbios”, cuenta Gómez, “he tenido sentimientos contradictorios. He visto que hay una figura que genera odio y otra que la recibe, y viceversa. Se entra en un plano, en un fango, en el que todo lo demás desaparece y se genera una burbuja de violencia·.
Da la impresión de que, en los últimos tiempos, la figura del antidisturbios enzarzado en una carga se ha convertido en un personaje más de nuestra vida cotidiana, como el panadero o el taxista, sobre todo en Madrid, y de que acabaremos viendo estos hechos como una cosa natural. “En efecto, es un instrumento que se está normalizando por parte del poder y eso es preocupante”, opina Gómez, “así se da el mensaje de que no hay otra manera de resolver conflictos que no sea esta. Es la trampa, llevar el conflicto a tal extremo que no haya más remedio que justificar ese uso de la violencia, que hace que el discurso de la protesta desaparezca”.
No es esta la única obra teatral que se ha ocupado de este tema: la exitosa El Rey Tuerto de Marc Crehuet (que se acaba de representar en Matadero dentro de la feria de artes escénicas Madferia, y que ya ha pasado por el teatro Lara y la sala Mirador), cuenta la historia de un antidisturbios y un manifestante (al que le ha reventado el ojo), que coinciden, casualidades de la vida, en una cena íntima con sus respectivas parejas, que son amigas.
Por cierto, si algún agente de la U.I.P está leyendo esto, debe saber que está invitado a asistir a El Antidisturbios (se darán hasta diez entradas por función) y, si se da el caso, a compartir sus impresiones con los artífices de la obra o con el público.
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